El globo de la discordia
Por: Miguel Ángel Rodríguez Mackay – Excanciller de la República.

El globo aerostático chino recientemente derribado por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América –al hallarse en su espacio– ha generado una serie de especulaciones sobre las causas o razones por las que se encontraba en los cielos estadounidenses, siendo la más conocida aquella que refiere de que se trataría de un acto de espionaje por parte de Beijing. Desde el realismo de la ciencia de las Relaciones Internacionales, a mi juicio, esa sería la causa o explicación menos creíble; y no lo digo porque considere a la postura del Pentágono una completa elucubración –pues tiene todo el derecho del mundo de reaccionar como mejor le parezca pensando en criterios de seguridad nacional–, sino porque las pretensiones chinas vuelven a ser las de siempre: razones de provocación y de distracción, en esta etapa de la vida internacional en que no cesan de externalizar su objetivo de convertirse en la primera superpotencia del planeta, que no son. Lo voy a explicar.

Ningún Estado realiza espionaje de manera tan visible y prontamente descubrible como la operación de lanzar en el espacio aéreo de otro país un artefacto de gran volumen y rápidamente identificable, como sucede con un globo de las dimensiones del que comentamos. Por allí no veo la complejidad del asunto que ha irritado a Joe Biden, el cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América, quien –dada la avalancha de críticas y presiones– no tuvo más remedio que ordenar su derribamiento –hizo lo correcto– una vez que fuera advertido, al hallarse el globo sobre el mar frente a las costas de Carolina del Sur, para que a su caída no produzca daños humanos o daños materiales con afectación en la población.

La tesis más racionalmente posible es que se trataría de un aerostático con claros objetivos de provocación y de distracción, en medio de una vida internacional dominada por la guerra entre Rusia y Ucrania que a diferencia de la pandemia y por las vacunas, ha desplazado el protagonismo que en ese tiempo tuvo China mostrando a sus anchas las relaciones de pugnas con Washington que lo que sigue buscando a cualquier precio. De allí que lo más probable es que el Gobierno de Xi Jinping haya estado buscando llamar la atención de la Casa Blanca y por supuesto de toda la comunidad internacional y desde luego que lo ha conseguido.

Nada más importante para las pretensiones chinas de que la sociedad internacional crea la existencia de una nueva guerra fría. Pero no es posible, porque para que pudiese quedar configurada las dimensiones del poder chino deberían hallarse en igualdad de condiciones a las de Estados Unidos tal como fue el caso de los equilibrios militares y de poder mundial mostrados por Washington con la entonces Unión Soviética a partir de la segunda mitad del siglo XX. La desesperación de China es inobjetable en la idea de buscar de que el imaginario internacional crea el retorno de la referida guerra fría que como sabemos correspondió entre 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial y 1989, en que se produjo la caída del muro de Berlín. También como en esa época que dominó el mundo bipolar entre Washington y Moscú, ahora el grueso del politburó chino lo quiere entre Washington y Beijing.

Para China, la guerra entre Rusia y Ucrania, que el próximo 24 de febrero cumplirá un año –dedicaré una columna completa a este nefasto episodio bélico–, distrae la aprehensión que esperan del mundo sobre sus virtudes en alza como futuro hegemón que pisa los talones a Washington, sin discusión la única superpotencia del mundo. Pero ¿en qué consiste la provocación y distracción de China? No es un secreto que Beijing está al tanto de las vulnerabilidades del frente interno estadounidense donde la performance del gobierno del demócrata Biden no ha sido precisamente la mejor. De hecho, los republicanos han vuelto a ser mayoría en el Capitolio, teniendo otra vez la sartén por el mango en gran parte de las decisiones de Estado para el país, y el manejo la política exterior de Estados Unidos sigue concentrada en la tarea de neutralizar el imparable auge chino por todos los rincones del mundo que hace rato ha perdido respeto a la denominada área de influencia cuidada a discreción precisamente durante la Guerra Fría.

No es casualidad que Biden se haya reunido hace pocas horas con Luiz Inácio Lula da Silva, que ha vuelto a la presidencia del Brasil, el mayor y más importante Estado latinoamericano en términos del poder internacional. Washington sabe que con una América Latina dominada por regímenes de izquierda o progresistas ya no puede adoptar la implacable postura anticomunista de los años cincuenta o sesenta del siglo pasado pues de lo contrario dejaría que China, el mayor depredador de recursos naturales del globo, haga su agosto ganando adictos a sus causas de domino comercial internacional. En efecto, los niveles de penetración de China se dan en varios anillos de relacionamiento muy bien planeados y allí está a la mano para terminar de convencernos, la infaltable presencia y en pantalla gigante del mandatario chino, dirigiendo un mensaje a sus homólogos de nuestra región en la última semana de enero durante séptima cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), en Buenos Aires.

Pero China mete sus narices en nuestro continente llamando la atención y consiguiéndolo –otros globos han sido identificados por países de la región como Colombia o en Centroamérica–, para que los países con los que va gestando acuerdos económicos o alianzas comerciales tengan confianza en las bondades de Beijing que mientras no se traduzcan en respuestas de alta tecnología, nunca seremos países industrializados, una oferta que Washington sí sosteniendo de mil formas por estos lares.

En la hipótesis negada de que los globos chinos soltados por los cielos de América constituyan actos de espionaje –no deberíamos sorprendernos porque los países se espían mutuamente todo el tiempo–, poco provecho obtendrán para sus aspiraciones en el terreno militar o geopolítico. No creo que los suelten sobre Filipinas o Australia, sabiendo de la piedra en el zapato que significa la presencia militar y tecnológica de Washington para Beijing sobre todo considerando los reclamos chinos sobre el Mar del Sur. Los globos chinos no fueron lanzados, entonces, al azar, y eso está cada vez más claro y la decisión de Washington de postergar o cancelar el viaje del Secretario de Estado, Antony Blinken, a Beijing ha sido acertada.

Finalmente, y cortito. Debo recordar que, aunque existe libertad de aeronavegación internacional –nuestra Constitución Política en su artículo 54 la consagra como libertad de comunicación internacional, es bueno recordar aquí y ahora que, frente a este principio del derecho internacional, se superpone el de la soberanía del Estado sobre su espacio aéreo si acaso pudiera producirse algún perjuicio, que ha sido la fundamentación jurídica por la cual Estados Unidos decidió derribar el globo aerostático. Por tanto, debo recordar, también con el artículo 54 de nuestra Carta Magna, que el mismísimo criterio de soberanía y jurisdicción existe en el mar de Grau de 200 millas –nuestro Dominio Marítimo– está consagrado en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982. Para satanizar los instrumentos jurídicos pululan los demagogos porque no les importa el interés nacional y ni la seguridad nacional.

Los estadounidenses, en cambio, que como nosotros siempre han defendido la tesis de las 200 millas –desde los tiempos del presidente Harry Truman en 1945–, lo tienen muy claro, y por eso están a muy poco tiempo de aprobar la Convemar en su Poder Legislativo, tratado al que por cierto se oponían y no por las referidas 200 millas, sino por la declaración de la ONU de los fondos marinos y oceánicos como patrimonio común de la humanidad, no pudiendo explorar ni explotar ese vasto espacio oceánico lo que iba en contra de sus intereses en el pasado cuando vivían extasiados en llegar a la Luna. Es la única verdad.

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