EN CAMINO HACIA LA PASCUA
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
Este 22 de febrero, Miércoles de Ceniza, comenzamos la Cuaresma, camino que nos conduce a la Pascua. Jesucristo resucitado nos espera al final de este camino y, al mismo tiempo, viene hacia nosotros a lo largo de estas semanas para prepararnos a celebrar de modo adecuado la Pascua y, así, hacernos partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte que afligen a la humanidad. Sin la esperanza – fundada, por cierto – de participar en la Pascua de Cristo, la Cuaresma no tendría sentido, como de hecho no la tiene para muchísimas personas, incluso no pocos bautizados que viven este tiempo como cualquier otro del año. Son muchos hermanos y hermanas nuestros que no saben que, como dijo hace unos años el Papa Francisco, «la Cuaresma es un camino hacia Jesús resucitado, es un periodo de penitencia, incluso de mortificación, pero no un fin en sí mismo sino finalizado a hacernos resucitar con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir a renacer nuevamente “desde lo alto”, desde el amor de Dios» (Audiencia general, 1.III.2017).
Los cuarenta días que comenzamos, entonces, constituyen el tiempo que Dios nos regala a través de su Iglesia para que preparemos lo profundo de nuestro ser para experimentar la resurrección de Cristo dentro de nosotros. Jesús, que es Dios, viene con poder en cada Pascua para liberarnos de cualquier esclavitud que nos impida ser felices, cualquier pecado que nos domine y que no nos permita amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Jesús nos ha amado dando su vida por nosotros, ya que es sólo en este amor donde el hombre encuentra su plena realización. En este sentido, como también dijo el Papa en esa oportunidad, «estos cuarenta días son también para todos nosotros una salida de la esclavitud, del pecado, a la libertad, al encuentro con Cristo resucitado». No se trata de un camino fácil, por cierto. De hecho es un camino arduo y fatigoso, porque es un tiempo de conversión que requiere de penitencia, ayuno, limosna y oración, pero es posible recorrerlo en la medida en que lo hagamos apoyados en Dios; y vale la pena hacerlo porque no hay nada más grande que experimentar, en lo profundo del propio ser, que la muerte ha sido vencida en la resurrección de Jesucristo y ya no tiene poder sobre nosotros sino que caminamos hacia la eternidad, hacia nuestra eterna divinización.
El camino cuaresmal, pues, es un camino de esperanza porque nos conduce al encuentro con Jesús resucitado, pero no para tener un encuentro sentimental con Él sino para experimentar la fuerza de su resurrección en nosotros; experimentar no sólo el perdón de nuestros pecados sino la destrucción del pecado en nosotros. No la destrucción de nosotros, sino la destrucción del pecado en nosotros por la potencia de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La Pascua, y en consecuencia también la Cuaresma, son un don de Dios y están vinculadas entre sí. La experiencia de libertad y vida eterna que Dios nos quiere regalar en la Pascua está supeditada a que acojamos las gracias que el mismo Dios nos regala en la Cuaresma. Como también dijo el Papa Francisco en la citada audiencia general: «Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, ya que es una historia de amor, requiere nuestro “sí” y nuestra participación en su amor». Acojámonos al amor de Dios y emprendamos con Él el camino cuaresmal hacia la Pascua.