NIÑOS QUE YA NO QUIEREN SER NIÑOS (primera parte)
Por: MÉDICO PSIQUIATRA JUAN MANUEL ZEVALLOS RODRÍGUEZ – MAGISTER EN SALUD MENTAL DEL NIÑO ADOLESCENTE Y FAMILIA.

HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

La edad de la infancia y de la niñez se va extinguiendo en la mente de los niños. Ahora los niños ya no quieren ser niños, desean ser jóvenes o adultos. Ya no vale esperar, los juegos en los parques se están volviendo obsoletos, ya nadie los usa. La edad de la inocencia se ha perdido en el transcurso de los últimos cincuenta años. Ya no hay bonitos recuerdos, sólo hay presión, capacitación constante, estudios.

Los niños están dejando de ser niños, Los padres estamos permitiendo que aquella hermosa fase la vida no se desarrolle en nuestros hijos, los seres más valiosos del mundo. Y si nuestros hijos ya no quieren ser niños ¿Qué hermosos recuerdos se llevarán para su viaje por la vida adulta? ¿Si los niños han renunciado a sus juegos qué actividad compartirán con sus hijos cuando asuman su rol de padres? ¿Si la alegría de la niñez no es nuestra compañera en la vida cómo volver a sonreír?

Estamos matando la raíz de la felicidad en el endeble tronco de la vida de nuestros hijos. La estamos matando con nuestra indiferencia, con nuestro dejar de compartir y con nuestras malas costumbres sociales. De seguro que nuestros padres nos enseñaron a compartir en casa, nos enseñaron el valor de una reunión familiar, una plática constructiva y muchos más. Y yo vengo y te digo ¿Qué has compartido hoy con tu familia? Ellos, nuestros padres, nos enseñan a dar y a ser serviciales, a ser respetuosos, a dar lo mejor de cada uno de nosotros para ser mejores. ¿Por qué hemos olvidado esas sabias enseñanzas del pasado? ¿En qué baúl de los recuerdos hemos quedado esas sabias palabras de nuestros padres? ¿Por qué nos hemos vuelto tan confiados y tan indolentes?

Es difícil explicar esta situación de las familias a lo largo de todo el mundo. Quizá la respuesta más sencilla sea, “nos ha absorbido el mundo, ya no somos nosotros, somos aquellos que creó el mundo, somos, aunque queramos negarlo, parte de la sociedad consumista y destructiva del siglo XXI”. Yo vengo a decirles queridos padres. ¡No, esa no es la respuesta! Nadie nos ha ganado la pelea por la vida, nadie nos ha quitado nuestros sueños ni nuestras metas. No, la sociedad actual no, nos ha encadenado a sus reglas y no, nos ha absorbido en ella. Cada uno de nosotros ha permitido que las malas costumbres del mundo actual nos lleguen a contaminar. Cada uno de nosotros ha dejado de hacer lo más importante y lo más urgente en la vida que es compartir en familia, dar amor a nuestra pareja y generar día a día compromiso con nuestros hijos. Hemos elegido hacer lo importante y menos urgente, ganar un estatus social, tener mayores cuentas bancarias o mayores deudas bancarias para satisfacer nuestro consumismo de bienes tecnológicos propios de la revolución industrial y cibernética del siglo XXI. Hemos dejado que nos vendan el sueño de la felicidad basada en bienes materiales olvidando lo que habíamos aprendido de niños, “que la mayor alegría está en compartir”. Y, lamentablemente, estamos permitiendo que nuestros hijos se desarrollen en esta sociedad del consumismo, los alejamos de los parques, de las sobremesas, de los juegos de mesa y del encanto de soñar. Ahora les damos todo digitado, ahora el mundo nos da todas las soluciones, ya no investigamos, solo somos repetidores de información obtenida en Internet que en la mayoría de los casos es fatua y de mala calidad.

Nuestros hijos se están olvidando de pensar, ya no razonan, solo hacen las cosas, solo exigen, solo piden que como padres demos satisfacción a sus necesidades materiales. Somos innegablemente padres bancos que damos dinero para esto, damos dinero para aquello y que no sabemos en qué será usado ese dinero.

Estamos formando hijos irresponsables, sin compromiso con su vida, alejados de los ideales familiares y absorbidos por una mentalidad mercantilista en la cual el ser humano deja de ser el fin del sistema para convertirse en un medio, en una mercancía que se puede comprar.

Nuestros hijos están perdiendo identidad, sueños y calor humano. Dejan de compartir y se vuelven egoístas. Estamos permitiendo que nuestros hijos vivan en mundos virtuales dejando atrás el logro más importante de las familias a lo largo de toda su historia: El momento de compartir.

La tecnología nos ha deshumanizado. Queremos éxitos rápidos. Deseamos ser importantes. No importa el modo y la forma. Nuestros hijos todo lo quieren ya. Por ellos obviar toda la formación académica y trabajar ya, pero no en labores de servicio, ellos solo quieren éxito, luces y fama. Es decir, quieren alcanzar sueños sin haber derramado el esfuerzo y el sacrificio necesario para lograrlo. Su concepto base se refleja en una frase, “es un sonso el que se esfuerza para lograr algo”, para ellos lo esencial es ir por el camino corto, por el sendero del fraude, no importa los medios que deba de usar para alcanzar sus metas lo importante es llegar a la meta a cualquier precio. Todo es válido en la carrera existencial.

Pero ¿Por qué nuestros hijos están pensando de esa manera? ¿Cómo han llegado a desnaturalizar la esencia del ser humano?

Nuestros hijos han aprendido en estos días la peor lección de todas: “No viven el momento”. Han dejado de disfrutar su vida. Viven una realidad y un tiempo distintos. Lo más triste de todo es que cuando se den cuenta que les han vendido una fábula, que la vida no es aquello que pensaban, gran parte de la vida ya se les habrá ido y el único bien que el hombre nunca podrá comprar es el tiempo.

Nuestros hijos descubrirán la infelicidad en su viaje por la vida y se sentirán las personas más desgraciadas del mundo. El problema es que tendrán a su lado muchas otras personas que vivirán las mismas desgracias que ellos vivirán y sentirán en esos momentos. No tendrán recuerdos de su niñez, no habrá un hada que los lleve en un viaje por el tiempo a aquellos mágicos momentos de la infancia y la niñez. Ya no habrá parques ni jardines, ni juegos de mesa y sobremesa. Las familias probablemente se habrán extinguido por la falta de compromiso de los seres humanos. Las fábricas seguirán produciendo, los niños vivirán en albergues comunitarios donde sus padres los dejarán para poder seguir viviendo el sueño del éxito social.

La infelicidad entonces reinará en el mundo. Nuestros hijos descubrirán que la felicidad fue un bien que también con el paso del tiempo se extinguió. Llorarán por su mala suerte, maldecirán vivir en un tiempo así. Tratarán de sentirse mejor haciendo lo que siempre han hecho ¡Dejar de vivir el presente! y se enfermarán más porque los sueños se habrán acabado y hasta la fantasía sería un bien que pocos poseerán.

Qué mundo con tanta desgracia será ese. Nadie valorará su vida y menos la vida de los demás. Serán seres humanos egoístas y frustrados. El deseo de querer más les jugará mil y una veces una mala pasada. Lamentablemente “más tendrán y más necesitarán”. Un día en un viejo libro encontré un mensaje maravilloso: “El que no es feliz comiendo un pan, no será feliz comiendo una torta”. Aquel que no es feliz con lo poco, no será feliz con lo mucho. Aquel que no es feliz consigo mismo, no podrá ser feliz en grupo. El que no es feliz en familia, no será feliz en sociedad.

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