Mamerto Sánchez Cárdenas: arte, orgullo y tradición

Por Cecilia Bákula – El Montonero

Hace unos días recibimos la noticia del fallecimiento de nuestro querido Mamerto Sánchez, una persona que se había convertido, por sí mismo, en un maestro en todo el sentido de la palabra. Fue un amigo cercano de todos aquellos de los que, con él y gracias a él y a muchos otros, aprendimos ajustar más y más del arte popular.

De manera personal debo mencionar que lo conocí en el 2007. Son privilegios que inmerecidamente da la vida, y fue gracias a la labor que desarrolló Soledad Mujica cuando junto a inquietud de Luis Repetto, a la imaginación museográfica de Marisol Ginocchio y al apoyo de la administración del entonces Instituto Nacional de Cultura, se organizó, convocó y llevó a cabo la primera versión de Ruraq Maki (Hecho a mano). Desde entonces ese evento se ha convertido en una necesidad cultural para el país, en un espacio de exposición, difusión y venta directa de la obra de los artistas populares; un momento de encuentro en donde todos los lenguajes y expresiones, las formas y las maneras de ser del Perú, a través del arte popular, se encuentran, se reconocen, se descubren, se revaloran, se difunden y se comunican.

Si bien es cierto que conocía la cerámica tradicional de Quinua, jamás hubiera imaginado que esas piezas podrían impactar mi esencia nacional con tanta intensidad. Y ahora, mirando con un poquito de distancia, comprendo que era Mamerto el que imprimía su propio y singular valor a cada una. Él era, sin duda alguna, un ser humano especial, irradiaba orgullo, sencillo y pleno orgullo de su identidad y origen campesino, ayacuchano y popular. Contaba con la simpleza de su alma noble, que había aprendido de su padre todo el arte, toda la ciencia de trabajar sin molde alguno, con herramientas rudimentarias cada una de las piezas que iban saliendo de sus manos.

Ahora miro acá en casa piezas hechas por él y me invade una tristeza honda porque el país ha perdido a uno de sus notables creadores. Veo una de sus clásicas iglesias y me percato de los detalles de los campanarios, las torres muchas veces divergentes, los grandes relojes, las campanas como que al viento casi repicando o tañendo, las puertas, las ventanas, los personajes y muchos otros elementos pintados en blanco para lo que usaba un engobe aplicado con plumas de ave y recuerdo. Además, cuando lo visité, más de una vez en su taller en Vitarte, lo vi trabajar con tranquilidad en un espacio que a mí me pareció poco alumbrado, pero que para él era adecuado. Es más, traía desde Quinua la arcilla y creaba en Lima, porque el terrorismo lo había desplazado.

Cómo no recordar los platos con detalles de urpis que tanto me han gustado; el pavo real al que le dio sentido utilitario convirtiéndolo en candelabro pues una palmatoria no era suficiente para ser el soporte de una vela ya que la luz, merecía estar sobre algo muy hermoso y que como él había expresado, ese pavo había sido parte de un recurrente sueño.

En la tradición andina, los techos se bendicen y cierran colocando ofrendas como cruces, toritos, iglesias y en Ayacucho, Mamerto y otros artesanos, se han preocupado por producir esas piezas para que aquella hermosa tradición no decaiga. Toros, cruces, músicos con instrumentos locales, conopas, ballenas con mucho movimiento, objetos utilitarios, platos, jarras, han sido obras preciosas junto a hermosísimas y tiernas piezas modeladas de la Virgen de Cocharcas a la que no restó un solo detalle y adornó profusamente mediante apliques y pintura.

Mamerto desarrolló su arte junto a sus hijos y con el apoyo de su esposa doña Justina. Ella, pequeña de estatura pero de carácter ha sido mujer fuerte y la que llevaba las finanzas y lo digo con cariño porque de haber sido por Mamerto, él habría regalado sus piezas pues su pasión era crear, difundir su historia, su patrimonio, su tradición, su quehacer y su saber.

Gracias a Dios, recibió en vida el reconocimiento que merecía pues en el 2000 se le declaró como Gran Maestro de la Artesanía Peruana; en el 2014 se le extendió el título de Personalidad Meritoria de la Cultura en el año 2014 y, en el 2020, se le declaró como Amauta de la Artesanía.

¡Qué ciencia la suya y qué habilidad la que puso en práctica con gran excelencia y genuino orgullo! Sean éstas unas palabras de humilde gratitud y recuerdo querido Mamerto, porque de usted hemos recibido no solo el cómo se hacen sus piezas; hemos recibido, sobre todo, profundas lecciones de sincero amor a lo propio, de pasión por la riqueza de un pueblo y ello a través de la alegría que usted tenía al poseer y transmitir lo que siendo suyo, usted sabía que era de todos pues no dudó nunca en hacernos ver que el Perú, nuestro país, es grande principalmente por sus hombres que crean, conservan, comparten y trasmiten con alegría y orgullo la riqueza de su gente.

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