El exagerado sensacionalismo periodístico

Por: Ricardo Montero

Una joven asesinada por un sujeto que le prende fuego; la muerte; destrucción de viviendas, carreteras y cultivos que causan las lluvias en el norte del país; la crisis de los migrantes varados en la frontera de Perú con Chile. Todas son noticias “sensacionales” que los medios de comunicación deben tratar con prioridad, por encima de las de menor magnitud. Claro está, no deberían exagerar, pues toda exageración nos aparta del valor y de la verdad del acontecimiento noticiable.

Citaré al periodista estadounidense John J. O’Connor para subrayar que “la profesión periodística tiende a ser dura, abrasiva y no demasiado preocupada por la sensibilidad”. En esa línea, a veces sucede –remarcaba O’Connor– que “el modo de actuar (del periodismo), que puede ofender y enfurecer, va dirigido a veces hacia un solo fin: el suceso, preferentemente un suceso en exclusiva”. De esta manera, la primicia lleva a ciertos periodistas a seguir a celebridades sin distinguir su vida privada de su vida pública, o a entrevistar a las víctimas o a sus familiares con el fin de entregar una rápida exclusiva.

Si bien esta lucha por ser el primero en informar es auténticamente profesional, también puede desviarnos hacia el campo de un desmedido y extremado sensacionalismo, que el profesor español Luka Brajnovic definía “como una exageración del valor informativo de la noticia.

Tengamos en claro que el sensacionalismo por sí mismo no conduce automáticamente a faltar a la verdad del acontecimiento noticiable. Naturalmente, como dice Brajnovic, “no es sensacionalismo el esfuerzo legítimo de procurar que los periódicos o emisiones sean vivos, interesantes, diversos y actuales”. Sin embargo, puntualiza que al ser dirigido a las pasiones despierta en el público apetitos subculturales e inframorales, adultera la verdad, e induce, o puede inducir, a la perversidad, excitando la violencia y el odio. De esta manera, se opone completamente a la ética profesional periodística.

Detrás de esta modalidad informativa, caracterizada por el convencimiento de que solo son noticias las malas noticias, pueden camuflarse agentes interesados en alterar el orden público, generar crisis e inestabilidad social y poner en peligro la seguridad civil. Para lograrlo, extienden y fortalecen el alarmismo, “y para ello suelen estar siempre dispuestos a transgredir tanto el principio de realidad como el principio de legalidad: no dejes que los hechos ni el respeto a las reglas de juego te estropeen un buen titular”, advierte el profesor de la Universidad Complutense Enrique Gil Calvo.

Los periodistas tenemos el deber ético de difundir los acontecimientos que juzgamos noticiables, pero también la obligación de transitar con cuidado por la fina línea que nos separa del sensacionalismo exagerado, hueco, hinchado y antiético.

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