EL CAMINO DE LA VIDA

+ Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa

En el evangelio de este domingo, el apóstol Juan relata que Jesús, antes de entrar en su pasión y muerte, anunció a sus discípulos que se iba al Cielo para prepararles un lugar y que, una vez preparado, volvería para llevarlos con Él. Esta promesa, hecha por Jesús a la Iglesia que por entonces nacía, vale para la Iglesia de todos los tiempos: «Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes» (Jn 14,3). Con estas palabras, Jesús nos revela que el deseo de Dios es que vivamos eternamente con Él. Diseño que ha realizado plenamente en Jesús de Nazaret, a quien Dios no abandonó en la muerte sino que lo resucitó, lo exaltó y lo constituyó Señor (Kyrios) con poder sobre todo lo que existe (Flp 2,9-11). Diseño que Dios quiere realizar también en nosotros, los hombres, y que da pleno sentido a nuestra vida en este mundo: saber que nuestra existencia en esta tierra es una peregrinación hacia la plenitud de la vida para la cual Dios nos ha creado. En ella, «seremos como Él es, porque lo veremos tal cual es» (1Jn 3,2).

Es con esa finalidad que Dios mismo se hizo hombre y en Jesucristo se hizo “camino” para nosotros, como el mismo Jesús lo dijo: «Yo soy el camino…nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6), y también: «el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Jesús es el único camino que conduce al Padre. Él llama a todos los hombres a acogerse al amor misericordioso de Dios. La vida del cristiano es un continuo acogerse a ese amor que hace posible que caminemos hacia la meta a la que anhelamos llegar. Cómo no darle gracias a Dios, que en Jesús se ha hecho hombre justamente para realizar aquella plenitud que nosotros los hombres no podemos alcanzar con nuestras solas fuerzas: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Dios nos ama, es decir, como Jesús nos ha amado hasta dar su vida por nosotros. Este es el camino de la vida, seguir las huellas de Jesús (1Pe 2,21) para llegar a donde Él nos ha precedido (Jn 12,26). Un camino que excede nuestras fuerzas humanas, pero que podemos recorrer en la medida en que dejemos que Jesucristo resucitado viva en nosotros (Gal 2,20) y recibamos la fuerza del Espíritu Santo que Él mismo envió a la Iglesia naciente el día de Pentecostés y que desde entonces no deja de enviar a la Iglesia de todos los tiempos y en todos los lugares. Camino que nos toca recorrer en este mundo hacia la plenitud del Reino de los Cielos y en el que vamos acompañados también por la Virgen María, nuestra “Mamita de Chapi”.

Hoy que el mundo ofrece tantos caminos, que al final sólo conducen a la muerte, es fundamental que los padres y los abuelos transmitan esta fe a las nuevas generaciones, porque los falsos profetas van en aumento y las nuevas generaciones corren el riesgo de alejarse de Dios e irse detrás de los ídolos de este mundo que, más temprano que tarde, terminarán causándoles enormes sufrimientos y destruyendo su vida. Papá, mamá, abuelito, abuelita, cuiden a sus hijos y a sus nietos; transmítanles la fe con cariño, con devoción, con insistencia; denles el testimonio de su propia vida, una vida cristiana y, así, llévenlos al encuentro con Jesús, el único capaz de satisfacer sus más profundos anhelos.

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