‘Homo data’

Por: Luis Alberto Chávez Risco

El debate por regular la Inteligencia Artificial (IA) se ha abierto. Yuval Noah Yarari, autor de Sapiens y Geoffrey Hinton, el creador de este algoritmo en Google, son dos voces recientes que se unen a decenas de científicos en el mundo que exigen frenar el uso de esta nueva herramienta de la tecnociencia en el siglo XXI.

En Sapiens, Harari propuso que lo que permitió a la especie humana dominar el mundo, superando a otras especies, fue su capacidad para organizar voluntades colectivas flexibles y para crear y creer ficciones compartidas como la religión, las ideologías, los sistemas políticos, el dinero, el Estado-nación, entre otros.

Estas ficciones compartidas son en esencia creencias colectivas, base de las instituciones y sistemas que dan forma a las sociedades humanas. Estas narrativas permiten a las personas cooperar y trabajar hacia objetivos comunes, lo que ha llevado al desarrollo de la cultura, la ciencia, la tecnología y la civilización.

Esta capacidad de construir historias susceptibles de ser aceptadas por la humanidad, era, hasta hoy, monopolio del ser humano. La aparición de la IA amenaza la supremacía de Sapiens al punto de hacerle decir a su creador: “No sé si la humanidad podría sobrevivir a la IA”.

Entre los varios problemas que presenta el uso indiscriminado del algoritmo cognitivo, tenemos el de la manipulación. Una revista alemana presentó no hace mucho una entrevista con Michel Schumacher, cuando todos sabemos que el piloto está fuera de circulación hace diez años. Una fotografía del papa Francisco luciendo un impermeable blanco era un montaje creado por la IA.

El problema es que dentro de poco no podremos diferenciar lo real de lo falso. El mundo real será vulnerado primero, fusionado luego, y quizás suplantado en su totalidad por el mundo virtual. Harari vislumbra un momento en que “te conectas y discutes con alguien sobre algún tema político. Tal vez incluso te envíen un video de ellos mismos hablando, pero no hay nadie detrás. Todo es IA”.

Algo parecido me pasó en un chat de amigos. Discutíamos sobre un tema político, debatiendo sobre si hubo golpe de Estado o si más bien podemos caracterizar al Congreso de golpista, cuando un miembro del grupo puso una respuesta del Chat GPT. Intercambié un par de puntos de vista hasta que el amigo reveló su fuente. Entonces, corté el diálogo. Me negué a debatir con una máquina. Pensé que lo estaba haciendo con mi amigo, una persona real.

En política, un debate no es solo cuestión de inteligencia. Interviene la conciencia. Y los valores. La IA puede tener una altísima capacidad de procesamiento y análisis de información, superior incluso a la del ser humano, pero carece de conciencia porque es incapaz de tener experiencias subjetivas y ser consciente de ellas.

En 21 lecciones para el siglo XXI, Harari se preguntaba qué era lo más valioso: ¿la inteligencia o la conciencia? Ello, debido a que distinguía tres axiomas para momentos como el que vivimos: 1) la ciencia converge en un dogma universal, que afirma que los organismos son algoritmos y que la vida es procesamiento de datos; 2) la inteligencia se desconecta de la conciencia, y 3) algoritmos no conscientes, pero inteligentísimos, pronto podrán conocernos mejor que nosotros mismos.

La conclusión, ya por entonces, era una sola: regular la propiedad de los datos. En los seres humanos, inteligencia y conciencia están estrechamente relacionadas. Los procesos de pensamiento, el aprendizaje y la resolución de problemas son todos aspectos de la inteligencia que dependen de la conciencia.

La ley debe regular el algoritmo. Ya lo dijo Aristóteles en Ética a Nicómano: “Los más de los hombres, más obedecen por fuerza que por razón, y más por castigos que por honestidad… el que bueno fuere y viviere conforme a la honestidad, dejará regirse por la razón, pero el malo y amigo de vivir a su apetito como bestia, sea castigado con la pena”. Si Homo sapiens pasa a ser Homo data debe ceñirse a la ley.

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