LA SANTÍSIMA TRINIDAD
+ Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
La fiesta de la Santísima Trinidad que celebramos este domingo nos invita a contemplar el gran misterio de amor que es Dios: tres personas distintas, cada una de las cuales es Dios, pero no tres “Dioses” sino un sólo Dios verdadero. Una realidad que excede la inteligencia humana y jamás nos hubiéramos podido ni siquiera imaginar, si no fuera porque el mismo Jesús nos la ha dado a conocer. Como dice el evangelista san Juan, «Dios es amor» (1Jn 4,8) y es justamente ese amor, pleno y perfecto, el que hizo posible que, desde toda la eternidad, Dios Padre engendrara de sí mismo al Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad; y el Hijo, que es de la misma naturaleza del Padre, es decir amor, se donara totalmente a su Padre, también desde toda la eternidad, y de esta mutua relación de amor procediera el Espíritu Santo. Dios, pues, no es un individuo solitario ni encerrado en sí mismo. Por el contrario, es “comunión de personas” en el amor y desea que también nosotros, los hombres, participemos de esa comunión y de su vida divina.
Con esa finalidad el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia naciente, el día de Pentecostés, y desde entonces Dios no deja de enviarlo cada día, para que, acogiéndolo, acojamos también en lo profundo de nuestro ser al Padre y al Hijo. Esta es la fuente y, al mismo tiempo, la esencia de la vida cristiana que celebramos con especial intensidad este domingo: la Santísima Trinidad y nuestra participación en su vida divina. Las tres personas divinas que habitan en nosotros y nos introducen en su comunión de amor. Una obra que sólo Dios puede realizar: vivir en nosotros y hacer que nosotros vivamos en Él. Es la unión más profunda y perfecta que se puede realizar en el hombre. Una unión tan íntima que no se puede dar entre los seres creados sino sólo entre los hombres y Dios. Como escribió san Pablo: «el que se une al Señor, se hace un espíritu con Él» (1Cor 6,17).
Celebrar a la Santísima Trinidad, comunión de personas, es celebrar también nuestra participación en esa comunión de amor gratuito que nos es donado por el mismo Dios y que transforma nuestra vida sacándonos de la cárcel del propio yo para llevarnos a vivir para los demás, como cada una de las personas de la Trinidad vive para la otra y las tres viven para nosotros. Como dijo el Papa Francisco hace un año: «Hoy podemos preguntarnos si nuestra vida refleja el Dios en el que creemos: yo, que profeso la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ¿creo verdaderamente que para vivir necesito a los demás, necesito entregarme a los demás, servir a los demás? ¿Lo afirmo sólo de palabra o lo afirmo con la vida?… En resumen, la Trinidad nos enseña que no se puede estar nunca sin el otro. No somos islas, estamos en el mundo para vivir a imagen de Dios: abiertos, necesitados de los demás y necesitados de ayudar a los demás» (Angelus, 12.VI.2022). Que el Señor nos conceda acoger en lo profundo de nuestro ser a las tres personas divinas para que, llenos del amor de Dios, podamos amarlo a Él sobre todas las cosas y al prójimo como Jesucristo nos ha amado, hasta dar su vida por nosotros. Sólo así podremos tener una vida plena.