¿Quién los entiende?
Por Antero Flores-Araoz El Montonero

Gracias a las reformas de la normatividad electoral de hace pocos años, participaron en las elecciones del 2021 demasiadas agrupaciones políticas. Por un lado se suprimió la reelección parlamentaria y por otro se liberalizaron las formalidades para la inscripción de los partidos políticos, cambiándose el requisito de firmas de adherentes por firma de militantes, aunque en muchísimo menor número. La ampliación del espectro político y el desatino de los partidos de centro y de centro derecha de no unirse para presentar una plancha presidencial común, dio lugar a que ganara la elección el menos calificado. Alguien de extrema izquierda; pero peor aún, de uñas largas y carente de preparación.

Si a todo lo señalado se le agrega las apresuradas sucesiones presidenciales en el quinquenio del 2016 al 2021, originadas en la conocida crisis política, más la emotividad ciudadana por el excesivo confinamiento causado por la pandemia del Covid-19, el resultado es terrorífico. En efecto, el Congreso elegido el 2021 es demasiado variopinto, con diversidad de bancadas parlamentarias, tanto originales como divididas, sin que ninguna por sí misma o con cercanos aliados tenga mayoría.

Al no haber una clara mayoría congresal, ello obliga a los parlamentarios a estar permanentemente concordando, concertando. Para tomar decisiones, ya sea en aprobación o derogación de leyes y resoluciones legislativas, así como para nombramientos de altísimas autoridades y aprobación de tratados, hay que alcanzar en las votaciones las mayorías necesarias, sean ellas simples, calificadas o sobrecalificadas. Sin votos suficientes no se pueden tomar acuerdos.

Evidentemente entre los actos en que se requieren votos, y ninguna bancada los tiene por sí sola, está la elección de la Mesa Directiva del Congreso, que integra su presidente y tres vicepresidentes. Lo expuesto obliga buscar la sumatoria de votos, para lo cual las diversas bancadas tienen que conversar, deben dialogar, como ha sucedido hace pocos días para la elección de la Mesa Directiva presidida por el congresista Alejandro Soto de Alianza para el Progreso (APP). Para ello tuvieron que sumar diversas bancadas, no todas de la misma línea o espectro político.

De inmediato algunos medios de prensa, comentaristas, opinólogos, actores políticos, así como ciudadanos de a pie se escandalizaron y expresaron su malestar. Bramaban: ¡cómo es posible que en una misma plancha de candidatos estuvieren algunos de centro y de centro derecha y uno de las canteras políticas del partido del lapicito! Bueno pues, no solo fue posible sino que ganó.

Los mismos que exhortaban al diálogo, a la unidad, a la búsqueda de acuerdos, hoy muestran su enojo porque se dialogó y llegaron a acuerdos, siendo evidentemente mucho más adecuado tener un integrante de línea política diferente en un colectivo de a cuatro, que tener al presidente del Congreso de izquierda, que además de ser el primo inter pares es el titular del pliego presupuestal parlamentario y conducción de las sesiones del Pleno y de la Comisión Permanente.

Es bueno que se entienda que el Legislativo es diferente del Ejecutivo. En el Ejecutivo, léase Gobierno Central, manda el que ganó la presidencia de la República, pero en el Parlamento hay 130 congresistas, todos iguales, aunque de diferentes agrupaciones y tendencias. El Ejecutivo es como la propiedad única y el Legislativo es como un condominio, sin acuerdo entre condóminos no se avanza.

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