El camarada Jorge y el dragón
Por Willard Díaz

“El camarada Jorge y el dragón” es una novela histórica que se puede leer de varias maneras. La mayoría de lecturas y comentarios que se han hecho desde su presentación en Perú ha puesto el énfasis en la parte histórica. Me gustaría, por mi parte, poner el énfasis en la parte novelesca.

Porque en efecto, tengo para mí que el subgénero de “novela histórica” suele provocar algunas confusiones. En la Novela histórica, “novela” es lo sustantivo e “histórica” lo adjetivo, pero es tanto el poder de su realismo que las lecturas suelen invertir la relación: tomar lo histórico como sustantivo. Propongo en esta ocasión un ejercicio de crítica literaria que se base en los aspectos textuales narrativos y ficticios de la novela.

Voy a comentar unas cuantas páginas del comienzo, unas del medio y otras del final, para iluminar mi propuesta.

Lo primero que me llamó la atención es que el comienzo de la novela se parece un poco al de “Conversación en La Catedral”, de Vargas Llosa, en la cual Santiago Zavala, “Zavalita”, sale del diario La Crónica y observa a su alrededor. En “El camarada Jorge y el dragón” Eudocio Ravines sale de las oficinas del diario El Heraldo y observa igualmente a su alrededor. Hallo en esta similitud una referencia profesional o cultural que no descifro todavía; pero que me orienta hacia el tipo de lector que pide la novela de Rafael Dumett, un lector “leído”, como decimos en Arequipa. Alguien que conoce de libros, de novelas, de diarios, de Historia. Recuerdo lo que dice el poeta español Francisco Carrasquer, en ‘Imán’ y la novela histórica de Sender: “No basta con referirnos al pasado para que nuestra novela pueda llamarse histórica. Ese pasado ha de sernos conocido o cognoscible, ha de estar registrado, cronicado, ha de ser histórico”. En ese sentido es que señalo hacia el lector ideal de la novela, un lector de abundantes lecturas; un lector, quizás, como el autor.

“El camarada Jorge y el dragón” tiene fechado su comienzo textual: el año 1978, probablemente noviembre. Año en que el protagonista, Eudocio Ravines tiene 82 años. El primer dato hay que inferirlo de la alusión a la película “Fiebre del sábado por la noche”, de 1977; y por la mención al décimo quinto aniversario de la muerte de John Kennedy, que se cumplió en 1978. Es segundo dato está dicho en la novela: “Ser padre a los ochenta y dos años”, que es el presente del relato al empezar.

La novela empieza pues casi por el final de la historia, esto es, cuando el personaje es un adulto mayor. Luego retrocede, mediante una retrospección suscitada por un hecho común entre el presente y el pasado: la visita a un circo.

Como la narración corre a cargo no de uno de los personajes sino directamente del narrador omnisciente, esperamos que él sepa todo de lo acontecido, sin embargo una estrategia de la novela consiste en el uso intensivo de lo que se llama el Estilo Indirecto libre que limita y dirige de algún modo esa omnisciencia.

En la primera línea reconocemos al narrador: “A las cuatro en punto, Eudocio sale de la sede de El Heraldo, se despide de Tenoch…”. Quien empieza a contarnos la novela es alguien exterior al relato, no el protagonista Ravines ni algún otro personaje dentro de la historia. Es un narrador omnisciente porque lo sabe todo: dónde está el personaje, qué mira, qué piensa, qué siente, qué recuerda, etc. Así, el tercer párrafo, que tiene una sola línea, dice “Nada qué temer, excepto el miedo”, que en estilo indirecto libre nos deja imaginar la sensación de peligro con la que el protagonista se asoma a la calle, y escuchar su pensamiento tal como el personaje probablemente lo enunció en un monólogo interior. Eso hace el Indirecto libre: sugiere, sin citar literalmente, los monólogos interiores y los pensamientos del personaje, y con ello nos ofrece el máximo grado de aproximación a su mundo interior. Una consecuencia de esta técnica es que el lector empatiza con el protagonista por ser el que mejor conoce al final. La pregunta surge: ¿debemos los lectores empatizar con este Eudocio Ravines ficticio? La respuesta solo va a llegar al final de la saga.

Por de pronto hay algunos indicios de la actitud valorativa del personaje: la rememorada conversación de Eudocio con su hijo Jorge sobre Demóstenes, cuyo doloroso esfuerzo por vencer la tartamudez es citado como “ejemplo de perseverancia”; luego la historia de Pablo de Tarso “Un personaje que, a partir de una experiencia extrema, dejaba de ser quien era para convertirse en alguien diferente”, y uno se pregunta, ¿cómo lo hará el propio Ravines?

El hijo de Eudocio se llama Jorge, que es el nombre que toma Ravines cuando después de estar encerrado en la Lubianka en Rusia y ser milagrosamente liberado, viaja a Chile bajo la identidad de “camarada Jorge Montero”. Este debe ser el camarada Jorge al que se refiere el título. ¿Por qué el padre le pone el nombre de su alias comunista al hijo? Hay algo psicoanalítico en el hecho, pero no vamos a seguir esa pista por ahora.

Falta saber quién es el dragón del título de la novela, pero la referencia cruzada al mito de San Jorge y el dragón no se nos pasa, está en la página 173 en una ilustración que Eudocio recuerda haber visto durante en sus lecturas infantiles.

Así está hecha la novela, llena de referencias librescas. Y de símbolos.

Luego Eudocio, llamado con el diminutivo “Shito” en la niñez, es presentado como un magnífico lector, de voluminosa y fiel memoria, quizás parecida a la de Pierre Menard que recuerda pero no interpreta.

En la página 114 el narrador omnisciente cuenta que Shito aprovechó para leer en la biblioteca de su tío Belisario Ravines, en Cajamarca, las obras completas de Sófocles, Eurípides, Esquilo y Epicuro, además de la Ilíada y la Odisea, “Guerra y paz”, “Crimen y castigo”, las obras de Lutero y Víctor Hugo, y muchas otras, pero en especial la “Vida de Jesús” de Renan, “el favorito de González Prada” según la tía Adela, obra que el narrador sugiere, adoptando el punto de vista del niño, como una de las inspiraciones de Ravines, por las similitudes: “La imagen que se desprende de sus páginas iniciales es la de un chiquillo espabilado nacido en un pueblito remoto de la provincia (como Shito)”, “que amaba los juegos de palabras (como Shito)”, “que aprendía de memoria en voz alta (como Shito)”; pero sobre todo por la condición de Jesús frente a su familia: “Pero hay una revelación que atraviesa a Shito como un rayo. María, la madre de Jesús, no ayudó nada a su hijo a convertirse en el hombre que llegó a ser y fue más bien una valla en su destino”, y en la página siguiente “Igual tengo que defenderme de sus acciones, como Jesús. Está en mis manos no dejarme arrastrar por ella en su desgracia. Si la dejo, si los dejo (también están mis hermanitos) serán mi lastre. Me quedaré anclado al pueblucho atrasado en el que malviven y vegetan y del que no podré salir más”.

El personaje anhela otro destino, lejos de la mediocre provincia, próximo a la excitación imagina en la lectura de los libros. Es como Madame Bovary.

El tema de la novela podría ser “De los beneficios y los perjuicios de la mucha lectura”.

Desde la mitad de la novela más o menos, dos personajes secundarios ingresan para disputarle a Eudocio el protagonismo, uno es su primo, de nombre “Segundo”, un hijo bastardo del tío Belisario, el otro personaje que asciende en la historia.

Segundo es el único personaje, aparte de Eulogio, cuyo interior conoce el narrador omnisciente. En la página 129 está la escena en la que don Eleodoro, un terrateniente visitante en la casa familiar le ofrece a Segundo, que tiene fama de poseer buena puntería, la posibilidad de manejar un fusil recién traído de Inglaterra. Cuando don Eleodoro le pregunta si le gusta el arma, el narrador nos informa sobre el soliloquio del muchacho; el texto dice: “Segundo asiente en silencio con la mejilla ardiendo, sin atreverse a alzar la mirada para cruzarla con la de su padrino, ese señorón todopoderoso al que le une un vínculo invisible. Un vínculo del que mamá a veces le habló, pero en el que Segundo nunca había terminado de creer: ¿cómo un hombre como ese podía ser padrino de alguien como él? Además, había visto a Don Eleodoro contadas veces en su vida y este jamás le había hecho el más mínimo caso, jamás se había ocupado de él”.

Empleando una sabia combinación del Punto de Vista a partir de los ojos de Segundo, el monólogo interior y el Estilo Indirecto Libre con el que se registran las ideas del mismo, el narrador penetra en la subjetividad del personaje, y nos aproxima a ella. Más abajo se dice “Segundo conoce la fama…” y “Sabe que hay licencia de saqueo…” El narrador, que en casi la totalidad de la novela solo describe la exterioridad de los espacios, de las apariencias, de las acciones, salvo en lo que se refiere a Eudocio y en breves pasajes a Segundo, se permite y nos permite conocer el aspecto interior de ambos. La diferencia es que mientras Eudocio es un hombre blanco, Segundo es un mestizo.

El otro personaje importante es el Tío Belisario, un Ravines terrateniente menor con cargos militares y administrativos que lo ponen al servicio de los adinerados propietarios de Cajamarca y que por complacerlos tomará parte en la matanza de Llaucán, que no se muestra en el relato pero en la que muere más de un centenar de campesinos que reclamaban justicia en el pago del arrendamiento de las tierras que trabajan para subsistir. Este servilismo y el hecho sangriento consecuente pesan sobre la conciencia de Belisario en su vejez y le inclinan hacia la decadencia. Poco a poco, en las últimas páginas, su proceso de deterioro, su enfermedad y la consiguiente dispersión de la familia cajamarquina ocupan el centro de la historia, y al finalizar la novela están tan bien narrados que le prestamos más atención a esta subintriga que al aparente cambio que se avecina en la vida de Eulogio Ravines.

Si vemos el conjunto de lo publicado hasta hoy, esta novela, si forma parte de una saga como nos dice el autor en las páginas adicionales dedicadas a los agradecimientos, requiere de las novelas restantes para cerrar una estructura novelesca que nos permita entender mejor el sentido de la vida del protagonista de sus cambios y de sus decisiones, y darle una estructura general a la obra. Una virtud, por ello, de “El camarada Jorge y el dragón” es provocarnos el deseo de leer más, de saber qué pasa después, en qué acaba la historia.

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