UN ENCUENTRO CON LA PAZ (SEGUNDA PARTE)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
No podemos imponernos a los demás por el simple hecho de saber una respuesta o haber alcanzado un mayor nivel de desarrollo emocional en la toma de decisiones, actuar de la manera antes señalada solo puede denotar una aberración en el proceso del razonar humano. Aquel que ha aprendido las lecciones básicas de la vida de seguro que repetirá las palabras que voy a enarbolar a continuación: “solamente busca imponer su punto de vista, su opinión personal, aquel que no ha logrado su equilibrio personal y que de seguro se encuentra aún en el conflicto entre afirmar su egocéntrico o huir de sus miedos”.
Tener el equilibrio necesario en la vida significa ser magnánimo desde el punto de vista de la emoción. Significa haber hallado en lo profundo de nuestras experiencias tres palabras que pueden dejarse de lado: vivir en paz.
Vivir en paz o vivir en equilibrio personal denota haber hallado en el desierto del viaje interior aquel oasis precioso en donde fluye la calma, la serenidad, el agua mansa y el viento en sosiego. Significa haberse adentrado en el descubrimiento de aquella actitud que nos permite aceptar pausadamente cada acto que nos toca vivir, ya sea positivo o negativo.
Encontrar la paz involucra concebir cada experiencia vivida como una experiencia única a la cual debo de juzgar de un solo modo: como buena. Juzgar una experiencia negativa como buena debiera de significar en nuestro razonar diario un modo a través del cual podamos extraer de ella una enseñanza, aquel aprendizaje capital que nos lleve a no volver a cometer ciertos errores en la vida. Juzgar una experiencia positiva como buena significa solo una cosa: reír, alegrarse o disfrutar, nada más.
Aquel que ha encontrado momentos de paz en su diario recorrer de seguro que compartirá conmigo la noción de que la paz se asemeja en su latir más profundo a la bondad, aquella palabra que nos hace pensar en que todos los seres del mundo siempre nos desearán algo bueno. Esta última percepción podría parecer exagerada, pero yo vengo y les pregunto. ¿Qué es mejor para un ser humano: mantenerse siempre a la defensiva y pensar que los otros siempre buscarán hacernos daño o pensar en que la gente que vive en nuestro medio social es buena y que nos desea el bien?
De seguro que muchos afirmarán que no se puede caer en excesos y que uno debe tomar siempre sus precauciones, que en cualquier momento habrá alguien que nos querrá hacer daño y que hasta nos puede matar. Es cierto, siempre existirán actos destructivos en la comunidad en donde nos desarrollamos, pero eso no significa que debamos centrar nuestra existencia en ellos. Ser un hombre de paz no significa necesariamente ser imprudente o ingenuo. Tenemos la capacidad de decidir y personalmente ¡yo tengo esperanza en cada persona del mundo!, ¡yo tengo esperanza en el mundo!
Es nuestra obligación cultivar en nuestra mirada el amor y el respeto hacia las personas que nos rodean y, a la vez, es nuestra responsabilidad conocernos y comprendernos a diario.
Sólo aquel que ha llegado a ver en la tarde de verano los colores del crepúsculo y que ha sentido paz en su pecho con dicho espectáculo podrá compartir estos pensamientos de paz que elaboró, mientras las olas agitan su manto sobre la arena de la playa, “solo aquel que vive en paz puede sentir la paz pero recuerda, la paz vive en tu interior, lo único que debes de hacer es cerrar los ojos e intentar firmemente redescubrirla”.
Es muy importante tener paz y alcanzar un estado de bondad en los actos. Aquel que se ha encontrado a sí mismo ha vuelto a descubrir aquellas imágenes que alegraban su infancia bordados en prados de paz dando flores en verano. Aquel que ha encontrado paz no tiene gusto por llenar sus arcas comunales de egoísmo, más bien trae abajo sus defensas personales y sale al encuentro del mundo para abrazarlo; solo él sabe que en cada persona y que en cada ser viviente hay una luz brillante y multicolor que le va a generar mayor alegría.
Vivir en gozo personal y en paz comunal es una felicidad que no puede ser descrita, es un gozo constante por lo que se realiza y por los actos que llevan a cabo nuestros semejantes.
Así pues, debemos ponernos en alerta, no podemos permitir que las aguas de nuestras vidas sigan fluyendo vacías hacia el alma. El pasado es una fuente de aprendizaje al que debemos retornar de modo constante para sortear con eficacia los obstáculos del presente y el hoy es la realización constante en donde debemos poner nuestro mayor esfuerzo y dedicación.
Cada momento, recordémoslo hasta nuestra muerte, es una experiencia única, es un don y un regalo de la vida que no podemos seguir desperdiciando. Contemplar la luna, escuchar el llanto de un niño, sentir la mano de la persona que te ama son actos por si solos únicos, eternos y maravillosos, ¡lo máximo a lo cual podríamos aspirar! y muchos ¿qué hacemos a diario con ellos?, los desvaloramos, los olvidamos y pensamos que nunca nos ha tocado vivir algo realmente emocionante. Tenemos la felicidad delante de nuestros ojos y agachamos la vista o les damos la espalda. ¿Hasta cuándo seremos seres tan inconsecuentes?
Cuando veamos el vuelo de una paloma y nos detengamos unos milímetros encima del suelo entonces podremos sentirnos vivos y nos sentiremos así porque habremos comprendido lo maravillosa que es la creación divina. En ese momento seremos nuevamente únicos y, por consiguiente, tendremos paciencia, tolerancia y amor para dar.