Condenados a ser optimistas
Por: Christian Capuñay Reátegui
Uno quisiera tener una actitud más aséptica frente al fútbol, especialmente cuando las derrotas son una larga tradición, solo interrumpida por pequeñas hazañas, tal vez irrepetibles. Deporte extraño es. Concita odios lapidarios y lealtades dignas de mejor causa. Tenemos a Borges, quien dijo que es popular porque la estupidez es popular. Pero también a Gramsci a quien se le atribuye la frase: “El fútbol es el reto de la lealtad humana ejercida al aire libre”.
Como toda actividad humana, está hecho de luces y sombras. Demostraciones de coraje y vergüenza deportiva, solidaridad con el compañero y lealtad con el adversario. Risas en la victoria y llanto en la derrota. Niños felices viendo a sus ídolos. Ese momento indeleble cuando vas por primera vez al estadio de la mano de tu padre [o de tu hermano mayor], subes las escaleras y, al final del corredor, la boca del túnel, la explosión de gritos de la hinchada y el verde del campo; los cánticos dedicados a los jugadores más populares. El grito de gol. En suma, un momento inolvidable y una experiencia cuyo mejor momento para ser vivida es la niñez, cuando aún hay espacio para la magia y el asombro.
Pero también es negocio, millones de dólares en juego, sobornos, corrupción dirigencial, transnacionales irresponsables que quieren lavarse la cara poniendo su logo en una camiseta. El fútbol también ha sido usado como elemento político distractor, para esconder problemas que merecerían mayor atención. Y hasta ha sido pretexto para una guerra.
Es difícil ser peruano y aficionado al fútbol. Frustrante tal vez sería un término más preciso para describir la sensación que causa este deporte a los hinchas en nuestro país. Piénsese en un obrero, taxista o empleado en Brasil o Argentina. Esta persona seguramente debe trabajar largas y extenuantes horas para llevar el sustento a su hogar, pero al final del día ve a su equipo avanzar en copas internacionales y a su selección clasificar y ¡hasta campeonar en los mundiales! No faltará quien diga que lo anterior es el mejor ejemplo del efecto adormecedor del fútbol. Pero a nuestro amigo brasileño o argentino nada le quitará la alegría. Que lo digan los argentinos: inflación galopante, pero campeones mundiales.
En el Perú no tenemos eso. Quienes gusten del fútbol estarán más tristes y frustrados que felices, no importa si se es obrero o persona de muchos recursos. El fútbol nos hermana, sí, pero casi siempre en la pena y la rabia. ¿Acaso no podríamos tener un poquito más de inflación, pero ganar siempre? Vaya tontería. Desvaríos de hincha.
Mañana, Perú debuta en las clasificatorias al mundial 2026. Ya le compré su camiseta a Letizia, mi hijita de 3 meses de nacida. A sufrir otra vez. Como dijo Julio Cotler, en el Perú estamos condenados a ser optimistas.