DE LA TERNURA A LA TOLERANCIA MUTUA
Los seres humanos solemos actuar de modo negligente y vamos destruyendo sin darnos cuenta todo aquello que tanto tiempo y trabajo nos ha costado llevar a cabo.
HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
Hundimos en lo profundo de nuestro mar emocional esperanzas, sueños y anhelos; condicionamos nuestras vidas y evitamos encender la luz de nuestros ojos, buscando neciamente un cambio de actitud de aquellos que nos rodean sin darnos cuenta de que dichas limitaciones y privaciones son gustos ingratos que no nos podemos regalar.
Es obvio que la mayoría de seres humanos no somos nobles con nuestro cuerpo ni con nuestro proyecto de vida.
¿Por qué actuamos de dicho modo?
¿Por qué nos deseamos el mal?
¿Por qué procedemos tan irresponsablemente con el bien más valioso, la vida?
Posiblemente una respuesta que nazca de lo más profundo de nuestro ser nos diga: “es porque te has olvidado de demostrarte ternura”.
Y, ¿qué es la ternura?
Bueno, no es más que aquel sentimiento que llena nuestra vida, actos y proceder diario de afecto, tolerancia y piedad. Es aquella muestra de empatía que nos vuelve hacia el astro rey y nos hace sonreír, es aquella muestra de alegría que busca reencontrarse con una mirada perdida, con tu mirada de ángel y de amor.
Y ¿dónde nace la ternura?
Tiene un lugar maravilloso de nacimiento, el hogar familiar; ese recinto sagrado donde la entrega entre padres e hijos es continua y en donde los actos de violencia son eclipses tan ocasionales que nunca llegarán a privar de la luz del diálogo y de la comprensión a sus integrantes. El hogar, el cálido hogar, representa la fuente primigenia donde pueden brotar las mejores lecciones para un ser humano en formación. En un hogar constructivo padre y madre intercalan sus roles para alimentar emocionalmente a sus hijos. Un hogar donde se dan las condiciones antes señaladas permite al niño interiorizar sin mayor esfuerzo y con pleno gozo la aceptación, seguridad y cariño de aquellos que le rodean.
Las muestras de afecto imperecederas, la tolerancia mutua entre los progenitores y la piedad como expresión de solidaridad ante el dolor de un miembro de la familia, representan el alimento capital que nutre la inteligencia emocional del infante favoreciendo el desarrollo de resiliencia y empatía en él.
La ternura, un acto que embarga la sensibilidad de una palabra y el afecto de un acto, debe primar en los años de formación de nuestros hijos, hermanos y seres queridos. Hoy en día, el rol distorsionado que vienen desarrollando los padres, preocupados en primer lugar por la realización económica basada en el esfuerzo laboral y en la capacitación profesional, está conllevando a que los nuevos ciudadanos del mundo enarbolen ya sin respeto y sin misericordia por los demás las banderas de la violencia y de la negación existencial.
Estamos apagando sin querer la luz de la ternura en la mente y en el corazón de aquellos que nos rodean cada vez que vociferamos sin causa aparente diatribas de intransigencia y marginación. Sin darnos cuenta estamos cultivando malas hierbas en nuestra mente cada vez que agredimos con actos necios, palabras mal concebidas o con indiferencia. Debemos recordar que los campos de cultivo del mundo nunca deben ser llenados con basura ni por olvido ya que dichos actos los empobrecen y los vuelven estériles; los campos de cultivo solo pueden ser alimentados con vida y sus frutos un día nos darán esperanza por el futuro. Y el mejor campo de cultivo será siempre nuestra mente y su capacidad para crear esperanza contemplando los actos ajenos. ¡Cuánto aprendizaje hay en una palabra bien intencionada y en un acto de entrega por los demás! Pero no los valoramos, tenemos la miopía mental de aquel que solo puede creer después que el mundo le ha demostrado a través de un juicio sumario que ese algo sí es verdad.
Hermano del alma, la ternura se alimenta de palabras frescas, de canciones nacidas de corazones enamorados por la vida y por la llama del fuego de la entrega diaria que nunca se ha de consumir, y se alimenta gratamente de nuestro esfuerzo por vencer al miedo y a la ignorancia social. Encontrarnos con la palabra ternura por el sendero de la vida es como encontrarnos con la palabra verdad y la frase “no a la violencia”, es como entender por un momento que los actos de mentira empañan de nubes negras el cielo azul de un bello amanecer. Y es que no se puede convalidar el sentido de ternura con la ingratitud de un comportamiento mitómano.
Es nuestra obligación recordar una y otra vez que “debemos de tener la fortaleza para enarbolar el estandarte de la ternura en base a pensamientos, palabras y acciones de compromiso personal y para con el grupo social que nos rodea”.
Ser seres nacidos en ternura nos brinda regalos maravillosos que la vida ha guardado siempre para aquellos que no reniegan de la existencia y que sienten que vuelven a nacer cada día con la esperanza de dar.
Cuando reviso las páginas de mi vida escritas en las lágrimas y en las sonrisas que muestran el rostro de cada ser humano (que contemplo a diario) encuentro un solo pensamiento en mi mente, “siempre hay algo nuevo por aprender”.
Aún estamos llenos de contradicciones, somos seres que dicen amar la paz y que en el momento mismo que acaban de pronunciar la frase enarbolan armas de destrucción. No somos coherentes con nuestra gran misión en la vida y por eso caemos una y otra vez en el marasmo de la incertidumbre y la desazón.
Si hubiésemos aprendido con amor de las experiencias del pasado con seguro le huiríamos a los conceptos de venganza y maltrato personal; con seguridad abrazaríamos al doliente y escucharíamos al confuso. Haríamos mucho más por aquellos que nos rodean que por nosotros y nos entregaríamos en cuerpo y alma por el ideal noble de la tolerancia, aquella panacea siempre buscada y nunca alcanzada por la humanidad. Pero no estamos lejos de alcanzarla.
Es cierto, tenemos virtudes maravillosas y capacidades no desarrolladas que nos llevan a cometer supuestos actos imperdonables, pero si actuáramos con ternura de seguro que cicatrizaríamos las heridas emocionales generadas más por los sentimientos de culpa que por los actos negligentes. Y si viviéramos con ternura en el mundo social de seguro comprenderíamos ese bello mensaje que el evangelista nos llama a entender, “deja de mirar la espiga en el ojo ajeno y contempla la viga que tienes en tus ojos”.
Es verdad, si llegáramos a tener actos de ternura con otros no habría razón para sentirnos mal con sus comportamientos negligentes, de seguro solo sonreiríamos ante la ejecución de sus actos y, luego, volveríamos a ver nuestro interior para procesar el aprendizaje recibido.
Somos seres concebidos en el mayor bienestar posible, seres que conjugan el amor más profundo y la entrega eterna. Tenemos las semillas de la ternura y la esperanza en nuestras manos, es hora de enterrarlas en la tierra prometida de nuestra mente, a llegado el momento de alimentarlas de agua nueva de constancia y con palabras generosas de amor. Si perseveramos en la labor encomendada, solo el tiempo podrá hacer florecer la razón final de nuestro esfuerzo a través de aquel árbol macizo lleno de frutos llamados tolerancia y bien social.