Rebecca West
Por Fátima Carrasco
La escritora feminista irlandesa Cicely Isabel Fairfield, nacida en 1892, adoptó, durante su etapa de actriz, su seudónimo literario —Rebecca West— de una obra de teatro de Ibsen. Su padre, periodista, trataba a sus hijas como a sus iguales, animándolas a escribir: “Me convertí en escritora sin elegirlo, en casa todos escribíamos y no pensábamos más en ello”.
De su mísera infancia londinense diría: “Tuve un padre glorioso, pero, de hecho, no tuve padre”. Endeudado, arruinado, se fue a Sierra Leona abandonándolas cuando Cicely tenía catorce años. Moriría solo, en Liverpool. Ese fue su gran trauma, que la impulsaría a psicoanalizarse años después.
Cicely tenía quince años cuando un diario publicó su carta “Clamor Electoral Femenino”. Cuando su madre había logrado ahorrar lo necesario para sus estudios, tuvo que dejar el colegio, al que no podría volver, a su pesar: tenía tuberculosis y dieciséis años. Durante años fue activista y periodista del movimiento feminista. Según una de sus hermanas, no tenía reparos en ser mártir del movimiento sufragista de entonces.
En 1911 West publicó una reseña crítica del libro de H. G. Wells “Matrimonio”. Él, ya casado, la llamaba La Solterona Entre Los Novelistas.
En 1913, para desilusión de su madre y hermanas, West y Welles iniciaron un complicado affaire que duraría una década. En 1914 nació Anthony, hijo de ambos. Ser madre soltera no estaba en sus planes. Que se hablara más de sus affaires —con Wells o Charles Chaplin, por ejemplo— que de sus obras, le disgustaba. Wells reconoció, en su autobiografía, que ella propuso la ruptura, cuando él no aceptó su ultimátum (divorciarse, casarse con ella, asumir su paternidad). “Rebecca es una mezcla entre un empresario y una gitana, tenaz como un perro” diría Virginia Woolf. West publicó el primer estudio crítico sobre Henry James, para disgusto de este —enemistado con el poco aseado Ford Maddox Ford, mentor de Rebecca.
También disgustó a James Joyce, al escribir de su “Ulises”: “Pese a ser un libro feo e incompetente, es una obra de arte. Es necesario reconocerlo”. Su ensayo sobre D.H. Lawrence fue editado en 1930. Con Ezra Pound publicó “El Egoísta”.
Su obra maestra, escrita con tanta delicadeza estilística como agudeza sicológica es “El Regreso del Soldado” (1918). Chris Baldry, herido por un obús, ha olvidado sus últimos quince años de vida: a Kitty, su gélida y elegante esposa, a su hijito muerto, a su comprensiva, paciente e ignorada prima Jenny, que vive con ellos. Solo recuerda a la poco agraciada y menos afortunada Margaret, su enamorada juvenil. West supo recrear con su fina prosa la atmósfera particular de la historia: «Chris la miró retroceder hacia las sombras como si fuera un símbolo de ésta vida que le desconcertaba y le oprimía. Lo furtivo de sus movimientos era lo que resultaba más desgarrador; parecía que él fuera un delincuente y nosotros sus resueltos custodios (…) Su pérdida de la memoria era un triunfo sobre las limitaciones del lenguaje que impiden a la mayoría de los hombres expresarse de forma explícita acerca de sus relaciones espirituales”. De la obra hay una versión cinematográfica de 1982.
Otra de sus novelas, “Harriet Hume” (1929), trata sobre los efectos de los ricos en la gente y el efecto del hombre en la mujer, ambas, formas de esclavitud. De ahí la gran sorpresa de todos los amigos de la escritora, cuando esta les telegrafió, el 01 de noviembre de 1930 para avisarles que acababa de casarse con un banquero, fan suyo: fue seis veces a ver la versión teatral de “El Regreso del Soldado”. Una larga unión que sólo acabó al morir él.
La última aparición de Rebecca West fue en la película “Reds” (1981), con Warren Beatty. Ella se interpretó a sí misma. Dos años después, murió en Londres.