De Sándor Márai
Por Fátima Carrasco
De Sándor Márai (1900 – 1989) dijo Mihály Szgéchi-Maszák: “No hay ningún autor húngaro que escriba de forma más autobiográfica. Pese a ello, no se sabe mucho de su vida”. Tampoco de su obra, popular en los años 30. Hijo de una profesora y de un vicenotario real —que influyó en él tanto como su tía Julia, novelista— Marái escribió: “Cuando evoco mi niñez me siento incapaz de decir si fue buena o mala. Pero sé que no estaría dispuesto jamás y a ningún precio a volver a ella”. De su primera obra, “Los jóvenes rebeldes” dijo: “Nuestra promoción fue enviada directamente a la guerra desde los pupitres escolares”. De su autoedición: “Aterricé en una empresa que era una mezcla de almacén y de burdel”. De los agentes literarios: “buhoneros del espíritu”.
Escribió poemas y relatos y en 1923 se comprometió con “la noble y elegante Ilona Matzer”: “nosotros fuimos los primeros hippies, no celebramos ninguna boda, sino que nos limitamos a firmar un papel”. Fueron testigos el padre de Ilona y un desconocido que pasaba por ahí —casualmente, también escritor—.
Antes de volver a Hungría, la pareja vivió en Berlín tres semanas —que se alargaron a seis años en París. “Pasaron años y seguíamos sin deshacer el equipaje. Vivíamos entre franceses, pero cada día parecía más improbable que llegáramos a conocer a ninguno de ellos. Todas las semanas decidíamos partir…Pero nos quedamos. ¿Por qué? No lo sé, además, yo no tenía nada que hacer en París”.
Sus “Cartas desde París” se publicaron en varios idiomas y países. Retraído, pobre, aburrido, fue un outsider entre bohemios y apátridas. “Ser joven en París después de la I Guerra Mundial no fue ninguna experiencia idílica”.
La mitad de sus obras discurren en su querida-odiada Kassa. “Y sigo siendo un extraño” (1930) trata sobre el desarraigo. Algunos aludidos en “Confesiones de un burgués” (1934) lo demandaron por injurias y pagó una multa. El 28 de febrero de 1939 su hijo Kristof, de seis semanas, murió de hemofilia. Fue uno de los temas tabú del neurótico Sándor: “Yo nunca sabía lo que me esperaba al despertar y tenía la sensación de que ese día volvería a ser terriblemente fatigoso vivir conmigo”. Ese año publicó “La herencia de Esther”.
Como T. Mann o S. Zweig, colaboró en el Frankfurter Zeitung. “El regreso de Simbad” (1940) es su opus magna. “Y la ira” (1942) su mejor novela. “Irme de aquí…Cualquier funcionario del Ministerio de Agricultura vale más aquí que un poeta vivo o muerto” (Diario, 1943).
El 18 de marzo de 1944 un amigo de la Presidencia le avisó de la ocupación de Hungría. El 19 dejó la escritura y la vida social en protesta. En 1945 adoptó a Janos Bobocsay. En 1947, enemistado ya con el historiador Georg Lukacks, apoyó la reforma agraria y monetaria. El amigo suyo que ocultó sus diarios de los fascistas, los escondió de los comunistas. “Vengo de otro mundo y soy más o menos un piojoso”. Viajó a Ginebra: “El capitalismo monopolista es tan intolerable como el bolchevismo”.
Rechazó mudarse a Alemania, donde su editor: “Sin ellos no existe actividad editorial, científica, teatral musical en Europa. Cuando no se ocupan de genocidios institucionalmente organizados son realmente útiles”. Migró a Nápoles. “Oración fúnebre”, de 1951, y “Hechizo en Ítaca”, del año siguiente, con “Ulises apátrida”, tratan del desarraigo. En 1952 llegó a Nueva York: “Interesante, pero en realidad no fue construida para seres humanos”.
Fan de las bibliotecas, acudió quince años a la de la calle 42. Imprimía, encuadernaba y distribuía pequeñas ediciones de sus obras. “El viento sopla del oeste” fue editada en 1964, tras su viaje a México de 1959: “Tengo algo en común con México. En las décadas pasadas he pensado a menudo en México con un sentimiento de nostalgia”.
“El juicio de Canudo”, de 1970, trata sobre la anarquía en Brasil en el XIX. En 1980 vivía en San Diego, cerca de su hijo Janos, informático, quien jamás leyó un libro suyo; sus nietas y nuera ignoraban que era un relevante escritor. En 1986 enviudó y compró una pistola. En 1987 Janos murió: “Nuestro fiel compañero de viaje, la personificación de la honradez, la fidelidad y la delicadeza”. Marái fue a la policía local como alumno de tiro al blanco. La Academia Húngara de Ciencias quiso reeditar sus obras, él se negó. En su diario escribió: “La gente que hace planes quinquenales peca de optimista. Hay que hacer planes de cinco segundos”. El 21 de febrero se suicidó. Como las de Ilona y Janos, sus cenizas fueron al mar. Su legado literario, a Budapest, al Museo Petofi. Porque “Todo el mundo tiene algo que sólo se