SIEMPRE HEMOS TENIDO LA RAZÓN (PRIMERA PARTE)

Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magíster en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

En los últimos años el desarrollo social basado en el consumismo y la cultura del egocentrismo han ido lastimando poco a poco nuestra esencia como seres humanos. Para muchos, lograr sobrevivir en el caótico y aterrador siglo XXI significa desarrollar mayores capacidades personales con el fin de allanar el camino hacia el autoconocimiento y la autorrealización.

HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

Muchos de nosotros, día a día, venimos enfrentando esta situación de desazón involucrando miedos y esperanzas en una espiral de conflicto y desencuentro que, en la mayoría de casos, van desgastando la autoestima llevándonos a un estado de insatisfacción y de remordimiento que nos enfrenta con los conceptos de esperanza y de bondad que un día nos regaló aquel mundo que nos vio nacer.

Nuestra existencia es preciosa, en su esencia más natural y humilde, y tiene a la vez la posibilidad de convertirse en un acto reiterativo de agresión y destrucción si tomamos decisiones equivocadas.

Si pudiéramos contemplar nuestro mundo desde un astro ajeno a la tierra veríamos de seguro un espectáculo sin igual, una gran esfera azul y llena de brillo recorriendo el oscuro espacio y deleitando con su presencia a aquellos privilegiados espectadores de los milagros de la creación.

Y si el espectáculo anterior te ha llamado la atención y por un momento te ha hecho pensar en lo fantástico que es el universo, yo vengo a decirte sin temor a equivocarme que hay uno mayor: la contemplación del propio ser humano.

No existe mayor alegría que poder contemplarnos en nuestra esencia máxima, en el estado de cuerpo, emoción, razón y espíritu.

Cuatro seres en uno guían nuestros pasos a través del mundo, cuatro interfases de un todo que simbolizan en nuestra mente en desarrollo conceptos de esperanza, realización personal y compromiso social. Estos cuatro seres imposibles de ser desligados uno de otro van sin que podamos darnos cuenta de ello alimentando nuestro ser con palabras de alegría, optimismo, nostalgia y entrega. Cuatro entes en un solo ser, el ser humano, protegen nuestra existencia con tiernas miradas en los ojos, dulces vocablos, acciones nobles y tranquilidad en el cuerpo ante las malas noticias y la adversidad de los senderos de la existencia.

Y si esa es nuestra esencia ¿por qué vivimos dañándonos incesantemente?, ¿por qué contemplamos el mundo con ojos minusválidos de esperanza y con desencuentros personales?

Las respuestas son complejas y muchas veces llevan aires de desolación hacia el corazón de aquel que pregunta pero, descubrir que estamos fallando en la toma de decisiones diarias es un gran primer paso para hallar aquellas respuestas siempre anheladas a nuestras más caras interrogantes.

Pero antes de iniciar este viaje debemos de ser conscientes de algo: somos seres humanos imperfectos, que tomamos decisiones imperfectas y que a la vez seguimos siendo seres humanos maravillosos y, aunque muchos no lo crean, seres perfectos en constante creación.

Pero, ¿cómo podría ser maravilloso alguien que comete errores?, parece una contradicción pero yo no he dicho eso. He dicho que somos seres maravillosos y lo somos por algo tan simple: tenemos el regalo de la vida en nuestro ser, ¿existe algo más importante que “la vida?”, verdad que no, y de seguro que también es verdad que la vida no se compra en ningún lugar, que el concepto vida no puede ser definido con palabras y que solo se siente, solo se degusta.

Somos seres maravillosos que hemos nacido envueltos en el amor más grande y que además tenemos la suerte de tener la vida dentro de una maquinaria llena de tantas perfecciones como es el cuerpo humano y somos más maravillosos porque dentro de ese anaquel de estructuras y reacciones químicas laten sentimientos y razones que dan sentido a los actos que llevamos a cabo. Y si quisiera ir más allá y voy a ir, encuentro que todo ese ser maravilloso tiene una luz brillante que opaca los ojos de aquellos que aún no han podido despertar su conciencia y que, en consecuencia, se hallan inmersos en el marasmo de la desesperanza y la inconformidad. Para aquellos que lo han olvidado esa luz se llama “espíritu de amor”.

Por todo lo antes señalado no cabe duda de que somos seres maravillosos, especiales, disímiles, y tan semejantes unos de otros.

En nuestro viaje por la vida como todo caminante recogemos flores, recuerdos, evocaciones y pequeños espacios de tiempo. Si las elecciones que hemos llevado a cabo a lo largo de dicho camino han sido impregnadas con la insignia de la aceptación y el regocijo por cada experiencia vivida, nuestros ojos de seguro podrán volver siempre la mirada hacia la esperanza y los actos de compromiso social. Por el contrario, si hemos desarrollado la idea de que nuestra alforja de agua de fe en este largo viaje que es la vida terrena ha sido derramada o la hemos derramado a lo largo del tiempo merced a múltiples actos de agresión, violencia o incomprensión, de seguro que nuestra mirada solo destilará lágrimas que buscarán imperiosamente llenar aquella alforja que un día quedó vacía y aunque nos esforcemos una y otra vez por llenarla de seguro que contemplaremos un vacío mayor en su interior y no hallaremos una posible explicación a nuestro nuevo fracaso.

La vida, tal como la hemos definido, puede albergar una nueva alforja de esperanza y desarrollo personal si redefinidos nuestro compromiso con la vida bajo los pilares de la humildad, el reconocimiento de los errores y la abnegación por darle sentido a cada momento vivido.

El mundo, la existencia y el conocimiento de nuestro interior tienen múltiples aristas y ángulos que aún estamos por conocer. En los dos ejemplos expuestos podemos valorar lo difícil que resulta mirar el mundo “de una manera única” y para hacer más compleja la definición del “acto contemplación de la vida” vengo y te digo que cada uno ve la vida con ojos distintos en virtud de “las tan distintas formas de vivir que poseemos”.

Hasta aquí todo es sencillo, todos tenemos algo en común y eso es lo importante, tenemos recuerdos atados a nuestra espalda, pecho y tiempo presente. Esta es la primera base por la cual se da la toma de decisiones y es la respuesta al por qué nos va bien o mal en la vida.

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