La retornada

Por: Fátima Carrasco

Charlotte Delbo fue autora de “Ninguno de nosotros volverá”, un crudo y poético testimonio contra la amnesia social como los de Elie Wiesel o Primo Levi, autor citado por Delbo al inicio de Ninguno: «Si comprender es imposible, conocer es necesario».

Charlotte, de padres italianos, nació el 10 de agosto de 1913 en Vigneux-sur-Seine, localidad cercana a París. Allí estudió filosofía en La Sorbona y trabajó como secretaria en 1930. Dos años después se afilió a las juventudes comunistas, donde conoció en 1934 a Georges Dudach, con quien se casaría en 1936.

En 1937, Charlotte era secretaria de Louis Jouvet, director del Teatro l’Athénée, en gira por Buenos Aires en 1940. Charlotte volvió a Francia al saber que había sido ocupada por los nazis por convicción y compromiso social. Georges Dudach ya estaba en la Resistencia en una célula con Louis Aragón y George Politzer. Charlotte y su esposo fueron arrestados el 02 de marzo de 1942. Ella, presa en La Santé, se despidió de Georges Dudach el veintitrés de mayo, día de su fusilamiento.

Charlotte siguió internada en distintos centros de detención franceses y trasladada a Auschwitz-Birkenau con otras doscientas veintiocho presas de la Resistencia no judías en 1943, en el convoy del 24 de enero, el único que entró al campo de concentración cantando La Marsellesa.

A principios de 1944 la trasladaron a Ravensbruck, y en abril de 1945, tras dos años y tres meses presa fue liberada junto a las 49 sobrevivientes del convoy.

A finales de ese año, en su internamiento en un hospital suizo, empezó a escribir “Ninguno de nosotros volverá”, el primer volumen de la trilogía “Auschwitz y después”.

Combina breves textos poéticos sobre sus compañeras – como «Es la última vez que veré a Viva»- con descripciones de la gran crueldad vista y vivida: «hoy no estoy segura de que lo que escribí sea verdad. Estoy segura de que es verídico».

Temiendo perder la memoria, la ejercitó recordando números de teléfono, poemas, red de metro y comercios en su ruta al teatro, y guardó en el pecho un ejemplar de “El misántropo” que memorizó en su totalidad.

«No pensaba en nada… No sentía nada. Era un esqueleto de frío con el frío soplando a través de todos los abismos que forman las costillas de un esqueleto».

En la segunda parte de su trilogía, “Un conocimiento inútil”, Charlotte escribe: «Perder la sensatez y perseverar en la locura de esperar, fue lo que salvó a algunos «.

Sobre sus compañeros dice: «Cuando escucho a los prisioneros… Si bien los compadezco por haber sido víctimas de unos acontecimientos que se les escapaban, con la sensación de haber sido yo víctima de mi elección, cuando cuentan cómo colmaron la vida de tantos años, los envidio».

El tercer volumen de la trilogía es “La medida de nuestros días”.

En 1947 Charlotte empezó a trabajar en la ONU en Ginebra. Doce años después regresó a París como asistente del filósofo Henry Lefevre.

Charlotte Delbo murió en 1985.

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