MIRARÁN AL QUE TRASPASARON

Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

Ayer, Jueves Santo, los fieles católicos de todo el mundo participamos en la Misa denominada «in Coena Domini», en la quela Iglesia celebra el acontecimiento a través del cual Jesucristo instituyó el sacramento de la Eucaristía como anticipo y memorial perpetuo de su Pascua. Las calles, especialmente aquellas más centrales, ebullían de gente, en su gran mayoría fieles que, llenos de júbilo y piedad, realizaban la tradicional visita a los “monumentos”, es decir a los sagrarios de los templos especialmente adornados para la ocasión, para dar culto a Jesús realmente presente en la hostia consagrada reservada en ellos. Hoy Viernes Santo, en cambio, la Iglesia se recoge en silencio para contemplar a ese mismo Jesús, clavado en la Cruz, traspasados sus manos y los pies por los clavos y su corazón por la lanza de aquel soldado romano. Se cumple así el anuncio que Dios hizo hace muchos siglos a través del profeta Zacarías: «volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron» (Zac 12,10).

Contemplar a Jesucristo crucificado es contemplar el encuentro entre la maldad que brota del corazón del hombre ofuscado por el pecado y la bondad de Dios que carga sobre sí nuestros pecados y a cambio nos ofrece gratuitamente su perdón. Parafraseando al Papa Francisco, podemos decir que en la Cruz de Cristo se encuentran la miseria del hombre y la misericordia de Dios. Y, por cierto, vence la misericordia, porque el amor es más fuerte que el mal. El Viernes Santo nos hace presente que el amor de Dios hacia nosotros es tan grande que no permanece impasible ni indiferente ante el sufrimiento que nuestros pecados nos causan a nosotros mismos y a los demás, sino que Él mismo viene a cargar con nuestros pecados y a asumir nuestros sufrimientos hasta morir por nosotros en la cruz. «Al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en Él» (2Cor 5,21). Jesús es la víctima inocente y sin mancha que expía nuestros pecados para demostrarnos que Dios nos ama tanto «que entregó a su Hijo único para que todo el crea en Él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

Gracias a la Cruz levantada en el Calvario, podemos reconocer con humildad nuestra realidad de pecado, nuestra incapacidad de amar como Dios nos ama, porque sabemos que, a través de ella, en este Viernes Santo en que entrega su cuerpo y derrama su sangre por nosotros, Jesús viene a darnos un corazón nuevo y un espíritu nuevo, viene a hacernos partícipes de su victoria sobre el pecado y la muerte y a capacitarnos para que también nosotros podamos cargar con nuestra cruz y seguirle por el camino del amor verdadero. Venerar la Cruz de Cristo y adorar a Cristo Crucificado, que es el centro de la liturgia de hoy, implica también pedirle con humildad al Señor que nos conceda acoger la llamada que nos hizo cuando dijo: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga; porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará» (Mt 26,24-25).

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