Infancia bien tratada, adolescencia bien encaminada

Por Aldo Llanos

ROL FAMILIAR

“Infancia bien tratada, adolescencia bien encaminada”, publicado el año pasado por la editorial Desclée de Brouwer, es uno de esos textos necesarios para afrontar una problemática social concreta: la caída del número de matrimonios y el aumento de los divorcios en el mundo (sobre todo, en occidente). No obstante, alguien podría preguntarse sobre la relación que tendría el título del libro con la problemática del matrimonio, a la que hago mención, y que parece lejana. Sin embargo, la relación es directa, porque se trata de poner el ojo en cómo es que enseñamos y testimoniamos el amor que debemos otorgarnos entre las personas.

En efecto. Tal y como puede inferirse del libro, esta labor propia de las familias, se ha visto mermada por una serie de factores identificados en libros tales como “El nuevo orden erótico. Elogio del amor y la familia” del peculiar marxista Diego Fusaro, en donde pone el ojo en el rol destructor de la educación del amor en las familias por parte del capitalismo acelerado (“turbocapitalismo”) al reducir a la persona amada en mercancía (Juan Manuel de Prada dixit) y al amor en una moneda. Otro libro es “Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios”, de la brillante ensayista conservadora Mary Eberstadt, en el que se sugiere que, al perderse la valoración política de la familia en occidente, el nuevo orden social nacido con la modernidad y las revoluciones industriales, ha llevado a las familias a un estilo de vida que va recortando el tiempo (en calidad y cantidad) que sus miembros necesitan para entablar relaciones óptimas de amor lo que repercute en la vivencia de la fe como experiencia del amor de Dios. Y también el libro “El arte de cuidar la casa común: Ensayos sobre cultura agraria” del premiado escritor y granjero Wendell Berry, que nos recuerda el vínculo que las familias deben mantener con el medio ambiente, cuyos ritmos naturales, dentro de los cuales el ser humano ha vivido desde siempre, han sido difuminados para vivir en cambio, a un ritmo de vida artificial, frenético e insalubre, que dificulta el rol formador de las familias en las grandes urbes. 

Pues bien, “infancia bien tratada…” parte de lo que hoy se conoce como “educación positiva”, la cual toma muy en cuenta los últimos avances en neurociencia. Quizás aquí radica el éxito de la propuesta, dado que, hoy en día, hay mucha gente que requiere de evidencia más que de un análisis antropológico-filosófico, para poder darle credibilidad.

Garcés, advierte que los cambios en la adolescencia son inevitables; pero para poder entender mejor este proceso y para acompañar más efectivamente a un adolescente, el trabajo empieza desde la primera infancia. En efecto, tal y como titula uno de los muchos videos que tiene en su canal de YouTube, “no temas la adolescencia, teme no entenderla”. Y eso implica entender el modo en el que educamos a los hijos desde pequeños y cómo debemos comprender y hacer nuestra la convicción de que no hay trabajo más importante en la vida que este.

Para ello, Garcés nos propone revisar los estilos con los que criamos a nuestros hijos, donde el aprendizaje respetuoso es vital en la primera (y más importante) educación de las personas: la educación emocional. Sin embargo, conforme vamos adentrándonos en la lectura del texto, va siendo más patente que este libro no propone que cambiemos primero a nuestros pequeños, sino, primero a nosotros mismos.

Acá es donde viene lo bueno. El texto, nos señala que el castigo no educa, sino que lo hacen los límites. Nos remarca que no se pone límites con ira, sino con firmeza y sin negociar nunca el afecto. Nos advierte que el miedo nunca debe ser instaurado como método educativo y menos formativo. También nos dice que, frente al descontrol y las rabietas, los más controlados debemos ser nosotros, y que las emociones deben ser validadas y cultivadas y no reprimidas conforme vamos creciendo. Y esto, empezando por nuestras relaciones como pareja.

Nos indica que el tiempo en familia se planifica, así como nuestra incidencia según van creciendo nuestros hijos. Nos anima a creer que nunca es tarde para intentarlo y que todos nos equivocamos, pero siempre podemos hacerlo cada vez mejor. Sólo así, será posible restaurar el correcto rol formador de las familias lo que repercutirá a su vez en la calidad de los futuros matrimonios y, por ende, contribuyendo directamente en la construcción de una sociedad mejor. Mucho mejor.

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