Elogio de los vencidos

Por: Gabriela Caballero Delgado

En medio del canal victoriano, la figura de un caballero errante corta el desolado paisaje de invierno. En el horizonte, no hay molinos ni gigantes que desconcierten a este jinete; únicamente atenazan su imaginario las sombras de un pasado humilde, las congojas y los fracasos. Hace tiempo que este héroe medieval inclinó la cabeza ante la locura y la soledad; pero existe algo que aún sobrevive en su abatido espíritu: ecos del sonido guerrero de Castilla; el asombro inagotable que despierta en él, la belleza; una tenue voluntad de vida, impulsándolo a aferrarse a la adarga y seguir avanzando lentamente bajo la lluvia; la búsqueda urgente de una palabra mínima, indecible, que contenga la furia del afilado viento y compendie “la sublime gloria de la / derrota: los altos, espléndidos, / magníficos fracasos de su vida”. (Paucar, A., 2018, Obra reunida, p. 199).

Esta escena se desarrolla en el poema de Alberto Paucar Cáceres, titulado “Quijote en Manchester”. Y he pensado en él no solo porque evidencia algunos de los temas recurrentes de este escritor tacneño, que articulan ahora su primer libro narrativo “El elogio de los vencidos”, publicado por el Fondo Editorial de la UNJBG en setiembre de este año —temas como la épica de la derrota, la mirada autobiográfica e introspectiva, la soledad, el desarraigo y la consolidación del ejercicio de escritura, por medio del cual se da contención al dolor—.

He vuelto la mirada hacia el poema, decía, porque, además, allí se retrata sustancialmente a los personajes que se visibilizan en los cuentos del libro y la concepción que su autor tiene sobre la derrota, entendida como una condena anticipada e inapelable, pero a la cual debemos dar pelea de la mejor forma posible. Esto sería, en palabras de Roberto Bolaño, “de cara y limpiamente, sin pedir cuartel (porque además no te lo darán), e intentar caer como un valiente”. De suerte que la derrota se convierta en una manifestación distinta de victoria y así los vencidos puedan también ser elogiados.

Son seis los cuentos que integran este libro, unos más acertados que otros. Dos de ellos habían aparecido antes: “Ojo malagüero”, en Historias de arena, cuentos playeros de Tacna (González, W., 2012, Cuadernos del sur); y “Consultorio psiquiátrico”, en Antología general del cuento en Tacna (Calderón, L., 2009, Ediciones Arcoíris). Los otros cuatro, hasta ahora inéditos, son “Ojos de niño”, “Matilde ayudándome a sacudirme de estos fantasmas”, “Susto de sapo”, y “La vergüenza de la sangre y el dolor de lo que pudo haber sido”.

En todos ellos, los personajes son figuras atravesadas por la derrota en medio de una coyuntura trágica. Sobre este conjunto de vencidos existe, por ende, un programa narrativo de lucha; pero, en estas conexiones diversas y múltiples entre personajes e historias, ¿quién o quiénes son los vencedores fácticos?

Descubrir esta identidad es entender que en el libro son muy pocos los elementos aislados y que el valor de esta gramática narrativa radica en el sentido que adquieren las relaciones entretejidas, es decir, los motivos o temas que se repiten de un texto a otro para permitir el sentido global de las lecturas. En mi opinión, el sujeto agente e inasible que tiene poder absoluto sobre la biografía de los personajes y marca en ellos el estigma del fracaso no es la vida, la enfermedad ni la muerte, como al principio podría suponerse, sino el destino, cuya implacable inexorabilidad reconoce Francisca, personaje del último cuento, quien plenamente consciente de su derrota en la lucha contra el cáncer llora frente a su hijo, despertando en él la capacidad de advertir que el destino se había presentado “como una avenida de sufrimientos que indicaban un final, una muerte prematura y que ella se sentía sola enfrentándose a esa infinita cadena de dolores”. 

Probablemente, el lector conocedor podrá notar aquí la impronta de los principales rasgos de la tragedia griega: el sentido de lo trágico o la fatalidad del destino que permiten abordar la condición humana y asumir a la catarsis como una finalidad inmediata. Cabe recordar que el valor de esta tragedia no consiste en un destino aplastante, sino en lo que Friedrich Nietzsche definía como la capacidad humana de enfrentarlo aun conociendo su inevitable y desventurado desenlace.

Para ejemplificar estas ideas, me remito a otro cuento lleno de simbolismos: “Ojo malagüero”. El cual describe el don monstruoso de clarividencia de doña Juana, que le permite anticipar un futuro disfórico donde su hijo adolescente muere ahogado en la playa de Boca del Río. Además de una potencialización del extrañamiento, “Ojo malagüero” es la somatización de la lucha contra el destino que se retrae y enrosca en lo más íntimo del ser humano: el cuerpo mismo. Es significativo que solo uno de los ojos enferme, simbolizando así la posición media de la mujer entre la realidad objetiva que percibe su ojo sano y el espacio surrealista, cercano al corazón, adonde se adentra a través del ojo enfermo. La caída del parche que cubre este ojo izquierdo representa la asunción del conocimiento: el hijo ha muerto, confirmando que el destino es una construcción trágica, predeterminada e inexorable. Este conocimiento conduce finalmente a la protagonista hacia la enajenación, como una forma de castigo por la trasgresión cometida al abandonar el orden natural de las cosas.

Ahora bien, esta locura es solo externa, pues en su interior se desarrolla una existencia doble: la objetiva (donde aun actuando desquiciada, tiene absoluta conciencia de las cosas) y la surrealista (convertida en una sombra que flota junto al alma de su hijo en “la mar que es el morir”). Con esta nueva forma de estar “muerta en vida”, la protagonista evidencia su derrota: no pudo salvar al hijo; sin embargo, aunque el dolor la embargue, ella no deja de enfrentarse al destino, negándose a llorar por la desaparición del hijo a fin de no condenarlo tras la muerte.

A nivel somático, la locura y demás alteraciones de la conciencia que experimentan todos los personajes del libro son indicadores de lucha, derrota y resistencia que irrumpen en una atmósfera abrupta, violenta, concentrada en el espacio íntimo de la familia (herencia también de la tragedia griega y donde se desarrolla mejor la idea de expiación). En tanto, a nivel relacional, los indicadores son la culpa y la soledad, que en ocasiones se refugian en una realidad ucrónica.

Por otra parte, Elogio de los vencidos propone que todo acontecimiento feliz o desdichado nos conduce a este presente que nos define. Y confirma que el mejor modo de abordar la condición humana es aproximarnos al hombre desde lo estético, para construir una narración coherente con los naufragios de la vida misma. Naturalmente, como ocurre casi siempre, el escritor caerá en la búsqueda de la historia perfecta, derrotado; pero aferrándose feliz a la imaginaria adarga. Escribiendo, siempre escribiendo, como hacen los valientes.

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