De mal en peor

Por: Christian Capuñay Reátegui
REFLEXIONES
El fútbol peruano atraviesa una crisis profunda de gestión y de resultados. Y es lamentable porque, como está demostrado, este querido deporte no solo une a los peruanos, sino que también dinamiza el consumo y la economía. Esta crisis no se limita a la selección mayor, cuya participación en las clasificatorias al próximo Mundial viene siendo discretísima, sino que se extiende a las categorías formativas, donde los resultados son igualmente desalentadores.
Hace pocos días, la selección sub-20 culminó su participación en el Sudamericano de la categoría con un desempeño desastroso: cuatro partidos, cuatro derrotas y el último lugar en la tabla. Un reflejo fiel del rezago de nuestros futbolistas frente a sus pares en la región.
Pero este resultado no es un hecho aislado; es la norma. Perú nunca ha clasificado a un Mundial Sub-20, y esa ausencia reiterada debería encender todas las alarmas. A mediano y largo plazo, la situación es aún más preocupante, pues, en teoría, esta categoría debería ser la base para la renovación de la selección mayor. ¿Existe en este equipo algún delantero con proyección para reemplazar a Paolo Guerrero? No. Y lo mismo sucede en todas las líneas del campo.
El entrenador de la sub-20, José del Solar, hasta hace poco lideraba un proyecto descentralizado para captar y entrenar jóvenes talentos con el objetivo de elevar el nivel de las selecciones nacionales. Sin embargo, su renuncia dejó ese plan a la deriva, y hoy no hay certeza de que ese trabajo tenga frutos en el futuro. El pesimismo es justificado, no solo por el desempeño de los jugadores, sino porque la actual dirigencia ha sido un lastre para el fútbol peruano. Desde que dejaron ir a Ricardo Gareca, todas sus decisiones han sido perjudiciales para la selección.
En este contexto, la reciente designación de Óscar Ibáñez como técnico interino para los últimos partidos de las clasificatorias es, en el mejor de los casos, una medida desesperada. Su trayectoria como jugador y entrenador es impecable y su profesionalismo no tiene cuestionamientos, pero haber aceptado el cargo lo expone a convertirse en el chivo expiatorio de la crisis. Cuando lleguen las derrotas, la atención se desviará hacia él, ocultando a los verdaderos responsables de este desastre.
Más que a los jugadores o a los entrenadores que han pasado por el banquillo en este proceso, deberíamos exigir que la dirigencia rinda cuenta de sus actos y asuma la responsabilidad dando paso de ser necesario a nuevos actores que piensen en el bienestar del fútbol y no solo en sus intereses personales o de grupo.