Y a pesar de todo

PERÚ COMPETITIVIDAD

David Tuesta, presidente del Consejo Privado de Competitividad

La economía peruana atraviesa un momento de claroscuros. Por un lado, se enfrenta a riesgos evidentes: el deterioro de la productividad, la fragilidad institucional, las tensiones comerciales globales, y la inestabilidad política que ya ha dejado huellas en la inversión privada. Por otro lado —y no es menor—, el Perú mantiene fortalezas estructurales envidiables que, bien gestionadas, siguen sosteniendo su crecimiento y abren oportunidades formidables para su futuro.

En apenas tres décadas, la economía peruana ha multiplicado casi por cuatro su tamaño real. Este salto ha sido posible gracias a reformas decisivas: estabilidad constitucional para la actividad económica, autonomía del Banco Central, responsabilidad fiscal y una decidida apertura comercial. Son estos pilares los que explican por qué Perú muestra hoy la inflación más baja y estable de América Latina, con un récord de casi 30 años sin episodios de inflación de dos dígitos. También por qué somos el país con menores niveles de deuda pública de la región y el único que tiene hoy un endeudamiento más bajo que hace veinte años.

Estos logros no son retóricos cuando se contrasta el inicio de este siglo con donde estamos ahora. Se traducen en realidades tangibles: una reducción sustantiva de la pobreza monetaria, una clase media que ha crecido y dinamizado los mercados internos, y un tejido social más cohesionado, reflejado en la mejora continua del índice de Gini. A diferencia de otras economías emergentes, el Perú ha construido buffers financieros sólidos —reservas internacionales y cuentas fiscales ordenadas— que le permiten navegar mejor en un entorno global volátil.

A ello se suma el éxito de sectores estratégicos. La agroexportación, impulsada por tratados de libre comercio y políticas sectoriales inteligentes, ha posicionado al Perú como líder mundial en exportaciones de arándanos, uvas, espárragos y quinua. Y en minería, el país tiene en cartera proyectos de inversión por casi 55 mil millones de dólares, equivalentes al 7 % del PBI, que —con la voluntad política adecuada— podrían agregar un punto porcentual anual adicional de crecimiento hasta 2035.

Infraestructura estratégica como el Puerto de Chancay promete transformar la geografía comercial de América Latina, reduciendo en más de un tercio los tiempos de envío a Asia y consolidando al Perú como puerta de entrada natural a los mercados APEC. En paralelo, la ruta de acceso a la OCDE sigue avanzando, abriendo la posibilidad de anclar reformas estructurales en estándares internacionales de gobernanza.

Sin embargo, sería ingenuo pensar que este andamiaje nos exime de actuar. El Perú enfrenta un claro desafío: revertir la caída de la productividad total de factores, que explica buena parte de la desaceleración de los últimos años. El entorno de negocios aún adolece de trabas absurdas: licencias de construcción que tardan seis meses, aduanas ineficientes y procesos de apertura empresarial que consumen tiempos y recursos inaceptables. Cada día perdido en reformas estructurales es un punto de crecimiento que dejamos de capturar.

Los riesgos externos tampoco deben subestimarse. Las tensiones comerciales, exacerbadas por políticas proteccionistas, y la incertidumbre política interna, especialmente con las elecciones de 2026 en el horizonte, pueden golpear la inversión privada mucho antes de lo esperado.

En suma, el Perú tiene los cimientos, los activos y las oportunidades para seguir creciendo y converger hacia niveles de ingreso alto. Pero eso no ocurrirá automáticamente. Exige, como en los noventa, una nueva generación de reformas audaces y un liderazgo capaz de pensar más allá de ciclos políticos cortoplacistas. Tenemos mucho que perder si no actuamos. Pero, sobre todo, tenemos muchísimo por ganar.

Y, a pesar de todo, todavía estamos a tiempo.

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