Las raíces del olvido ¿Cómo así perdimos el interés por las humanidades?
Mtr. Alonso Begazo Cáceres

En la sociedad actual, las humanidades parecen haber perdido su relevancia. Nos encontramos en un mundo donde la filosofía, la literatura y las artes son cada vez más ajenas a las preocupaciones cotidianas.

A medida que la educación se orienta cada vez más hacia disciplinas tecnológicas y científicas, las humanidades parecen relegadas a un segundo plano, consideradas un lujo prescindible e innecesario. Pero, ¿por qué hemos llegado a este punto? Para abordar esta cuestión, es necesario reflexionar sobre las raíces históricas y filosóficas que han dado forma al sentido de las humanidades en la educación.

Las humanidades nacieron con la intención de cultivar la mente humana en su totalidad, de fomentar la reflexión sobre lo universal, lo verdadero, lo bueno y lo bello.

En un principio, la educación universitaria valoraba como fundamental el cultivo de las denominadas “artes libres”. Esta categoría encuentra sus orígenes en el mundo clásico, pero se termina heredando en el contexto renacentista, con el propósito de nombrar aquellos saberes que eran más propiamente humanos, pertinentes para los hombres libres, quienes eran dirigidos por la razón, en contraposición a las artes vulgares, serviles o manuales, centradas principalmente en el aprendizaje de los oficios, y que, si bien tenían un valor, este era de menor relevancia.

Sin embargo, a lo largo de la historia, esta concepción ha ido perdiendo terreno. Los cambios que trajeron los procesos de la modernidad ilustrada causaron una transformación de la universidad y el sistema educativo marcada por la tecnificación.

La universidad napoleónica, que impulsó la idea de una educación centrada en la formación profesional y técnica, marcó un punto de inflexión en este proceso. La idea de un conocimiento integral, universal y libre se vio reemplazada por una visión más instrumental y utilitaria del saber.

En lugar de formarse para comprender la esencia de la realidad, los estudiantes se preparaban para insertarse de manera eficaz en un sistema económico que valoraba la especialización y la producción. Esto, aunado a la influencia de las ideas del utilitarismo, el pragmatismo y la razón instrumental, han terminado por cristalizar este cambio.

En este contexto, las humanidades se han visto desplazadas por un enfoque que prioriza la formación técnica y profesional. La educación universitaria, que en sus orígenes fue un espacio para la reflexión profunda, se ha orientado cada vez más hacia la preparación para el mercado laboral.

La filósofa Martha Nussbaum, en su obra Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades, advierte sobre el peligro de esta tendencia, que está llevando a las naciones a erradicar las disciplinas humanísticas en favor de aquellas que se alinean con las exigencias del mercado global. Según la referida autora, este proceso está provocando una crisis silenciosa de pérdida de lo humano en favor de la eficiencia y la productividad.

Cada vez más nuestro paradigma antropológico estriba en lo que el filósofo Byung-Chul Han ha denominado como «sujeto de rendimiento». Este modelo de ser humano se caracteriza por la “auto-explotación” a través de la eficiencia y productividad. El sentido de la vida, según esta lógica, ya no está ligado al florecimiento de la persona, sino a la maximización del rendimiento.

Este fenómeno no solamente afecta a la educación, sino también a la vida social y política. El debilitamiento de las humanidades contribuye a una visión reduccionista del ser humano, que limita su capacidad para reflexionar sobre cuestiones éticas, filosóficas y existenciales. Al poner el foco en la «rendibilidad» del conocimiento, perdemos la capacidad de pensar críticamente, cuestionar nuestras creencias y desarrollar una comprensión profunda de nuestro lugar en el mundo.

Por lo tanto, las humanidades no son un lujo ni un ornamento innecesario, sino un conjunto de saberes esenciales para cultivar una sociedad capaz de pensar más allá de los intereses inmediatos. Esto impacta en la formación de ciudadanos conscientes de su responsabilidad ética y política, conscientes de que el conocimiento no es solo una herramienta para la producción, sino, sobre todo, un sendero hacia la comprensión de lo que significa ser humano.

Sin las humanidades, corremos el riesgo de perder lo que nos hace verdaderamente libres.

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