La fe, la primera de las herramientas vitales

“Y Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”. (Lucas 8, 48)
Ve en paz. El mayor de los frutos del árbol de la vida no es el conocimiento ni el ansia de acumular riquezas, es la paz.
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Psiquiatra
Cuando el maestro de la vida caminaba por los senderos entre los pueblos de Galilea, sembraba en la mente de sus seguidores semillas imperecederas de paz, diálogos basados en la comprensión humana y narraba historias de amor y comprensión.
Pero lo sorprendente de todo, dos años después de haber iniciado su ministerio, es que sus palabras de paz traducidas en actos de no agresión han iluminado la vida de millones de seres humanos a lo largo de los siglos y, hoy, una tercera parte de la población mundial “refiere que cree en sus enseñanzas y en su vida”.
Hoy yo vengo y me pregunto:
¿Si la mayoría de personas que habitamos este hermoso planeta lleno de luz creemos en Cristo y en su doctrina de paz, por qué seguimos cultivando campos de violencia?
¿Si hemos aceptado que su mensaje se basa en la mutua comprensión humana, por qué seguimos siendo actores principales de una obra de agresión mutua?
¿Si sus palabras retumban en nuestro corazón y su mensaje de amor fluye por nuestras venas, por qué persistimos racionalmente en excluir, marginar y desterrar seres humanos de nuestras vidas?

Aquel Cristo que recorrió los páramos y que navegó por un pequeño lago muchas veces en compañía de sus discípulos, nos enseñó que el amor al prójimo regala vida y esperanza y que muere cada día aquel que ignora el concepto de amor en su ser.
Nos enseñó a vivir en armonía y a valorar cada día como una experiencia única.
Él escogía en silencio y en un diálogo de respeto a su mundo interior siempre la palabra correcta y la muestra afecto más sincera.
Calló cuando debió de callar y también habló cuando el miedo de sus contemporáneas genera silencio. Era la voz de una conciencia plena, de un ser humano que había descubierto la luz de Dios que habita en lo más profundo de la creación física.
Su prédica se basó siempre en ayudar y en dar. Nunca se guardó nada y siempre enarboló la bandera de la fe.
Cuando el centurión romano interrumpió su paso a la entrada de Cafarnaúm pidiéndole auxilio para su criado, Jesús Cristo se maravilló de la fe del gentil y proclamó: “De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (Mateo 8, 10). Y el criado se curó.
La fe basada en el constructor de la vida crea vida ya que solo el árbol bueno puede dar fruto bueno.
Si lográramos trabajar la fe en nuestra existencia, seríamos como aquel hombre prudente, que edificó su vida sobre la roca y que cuando el agua de los cielos y de los montes descendió, esta no cayó.
Aquel que tiene fe podrá construir su existencia y podrá vivir los días temporales de su vida sobre la fortaleza de la roca donde se asienta su alma. Por el contrario, aquel que no puede interiorizar el mensaje de paz que fluye por cada parte de nuestro ser pasará a ser como aquel hombre insensato que edificó un día su casa sobre arena y que, cuando el agua de los cielos y de los montes descendió, generó su caída.
Si no creemos en nuestra vida, seremos siempre hombres de poca fe, navegantes irresponsables que llevan sus naves hacia un mar de oscuridad.

La paz y la fe son la base de una vida mental saludable. Los impacientes explotan. Los irritables lastiman. Los intolerantes agraden.
Solo aquel que ha podido encontrar el milagro de la paz en su interior puede hacer que el árbol de paciencia crezca y de frutos de templanza y tolerancia en su vida diaria. El que tiene paz no explota, lastima ni agrede; más bien escucha, calma la tempestad de la razón confundida y extirpa de raíz la mala hierba de la violencia que quiere inundar su mente.
No podemos desearnos lo mejor si estamos pensando en riquezas, vanidades y alabanzas ajenas. En verdad, no se puede servir a dos amos a la vez. O nos centramos en nuestra vida o vivimos amparados por el cáncer social de la destrucción de conciencias.
Cada parte de nuestra mente es un jardín maravilloso donde pueden florecer las ideas más creativas y los sentimientos más nobles, a la vez es el campo de cultivo más fértil en donde las semillas de violencia, desolación e inconformidad pueden desarrollarse a plenitud opacando las flores de esperanza existentes con anterioridad.
Nunca será una buena idea apagar la luz de nuestra mente con actitudes de indiferencia personal y olvido de nuestras capacidades. La postración de la mente crítica y del gozo por vivir solo genera un único efecto en la mente: su colonización por ideas de destrucción.

Seamos cautos y amorosos con nuestra integridad. Es una responsabilidad impostergable asumir una vigilancia certera sobre todas aquellas ideas que vayan rondando la mente. El silencio, el don de dar y la gracia de alegrarnos con otros ahuyentan al invasor.