El cóndor y el hombre en el agua

Por Gabriela Caballero Delgado

Si Rodrigo de Triana o Pedro de Lope, qué más da. Importa el grito: “¡Tierra a la vista!”. No porque exista realmente una tierra que se perfila en el horizonte, importa porque devuelve la necesidad de vivir, de no dejarse ir. El cóndor que continúa nadando desesperadamente, no conoce de palabras, solo del temor a la muerte y de aquella promesa de salvación que la costa le ofrece. El grito debió de aparecer en el pensamiento de los marineros que lo observan a lo lejos, en el Estrecho de Magallanes. Que también se preguntan: “¿Cómo cae un cóndor al agua?”. Que luego prefieren abandonarlo en aquel cuerpo de mar helado, sin saber si conseguirá llegar a tierra o acaso solo está extendiendo su sufrimiento. Que aprovechan la marea favorable y se enrumban ahora hacia el Atlántico.  

Yuri Soria-Galvarro cuenta este suceso en las primeras páginas de su novela “El cóndor en el agua”, publicada por Simplemente Editores en octubre de 2022. En ella se narra la historia de los tripulantes del navío “Amanecer” (también llamado “Obelisco”) tras la pesca ilegal del bacalao, y donde la enorme ave es una simbología del hombre, que anuncia, en parte, el desenlace del libro. Hay también otra ave que representa al marinero: el albatros errante, quien, como él, habita en el corazón del océano y de la tormenta. La costa también le significa una posibilidad de retornar ocasionalmente a su colonia natal, antes de volver a extender sus alas y, de cara al viento, planear junto a los navíos, siguiéndolos hasta las profundidades del mar. Inevitablemente, su figura convoca la memoria del simbolista francés Charles Baudelaire, que vio una metáfora del poeta en este rey celeste, arrastrando en tierra “sus grandes alas blancas semejantes a remos”, torpe y avergonzado. No obstante, probablemente el autor se haya inclinado por el cóndor, como una analogía del narrador protagonista: un marinero que, con sus afectos anclados en puerto, se siente un exiliado mientras atestigua los desafíos de la travesía e intenta sobrevivir al mar, a sus compañeros de viaje y a sus propios desasosiegos.

La narración es sólida y se sostiene durante toda la novela, estructurada en dos planos que se intercalan: el diario del narrador marinero (principalmente) y la entrevista que este tiene con un autor anónimo; el cual, basándose en dichas memorias, habrá de construir una nueva historia. El discurso permite vincular así los hechos objetivos con la perspectiva íntima de quien sigue el viaje forzándose a silenciar sus sentimientos: “Era la única forma de funcionar, podías estar triste, enamorado u odiando a alguien, pero debías callar, esconder lo que sentías bien adentro. Hacer lo que hacían todos y, mientras más rudo, mejor”. Pues, los sentimientos en el mar evidencian vulnerabilidad. Y porque “la piedad no estaba en el menú de nadie”. Aunque, como suele suceder, será la tragedia quien gatille al hombre obligándolo a exponerse con toda su humanidad: ni buenos ni malos, aun cuando toque actuar ferozmente o se deba dar muestras de piedad.

Según sean las circunstancias, el cóndor y el hombre seguirán nadando más de lo que pueden. O tal vez naufragarán cuando el mar decida acabar con ellos, desvaneciendo finalmente toda tierra a la vista.     

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