El alimento de la vida (1° parte)

- “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. (Mateo 6, 21)
- ¿Cuál es el tesoro más valioso qué tenemos?
- ¿Qué hacemos a diario con el milagro de la vida?
- ¿Por qué esa actitud tan nociva por destruir tu cuerpo y tu mente?
Por: Dr. Juan Manuel Zevallos.
Las ideas suelen rondar la mente de muchos seres humanos en este mismo momento en alguna parte del mundo. Vivimos confundidos y angustiados, tenemos miedo a sufrir, deseamos tener todo aquello que ven nuestros ojos y nos frustramos al no obtener lo que queremos y vivimos agrediendo nuestro entorno con pensamientos y palabras de odio y resentimiento.
Nos hemos olvidado que el bien más valioso que poseemos es nuestra propia vida y en ella está inmersa nuestra capacidad de pensar, de crear y de construir una realidad distinta a aquella que nos ha tocado experimentar.
Despreciamos nuestro juicio personal y encerramos en un oscuro baúl nuestros sueños y metas y adoramos, la mayoría de veces inconscientemente la riqueza del mundo.
Nacimos como aves libres que podían volar plenamente y un día, neciamente nos encerramos en la prisión de riqueza de la sociedad de consumo que me dice que el único modo para ser feliz es poseyendo algo.
¡Te posees a ti mismo! ¡Eres valioso! ¿Hermano, por qué ese afán de destruirte a diario ignorando la grandiosidad de tu ser?
Nos vamos destruyendo sin darnos cuenta.
Día a día desarrollamos hábitos alimenticios que lastiman el equilibrio de funciones de nuestro vehículo físico: nuestro cuerpo. Lo llenamos de grasas insaturadas y azúcares en altas cantidades. Vivimos el supuesto sueño de hadas al alimentarnos de comida rápida rica en energía y baja en nutrientes sin percatarnos que lo que en verdad estamos experimentando es el inicio de una triste pesadilla.
Hoy en día las enfermedades metabólicas como la diabetes y la hipertensión arterial, la obesidad y su antítesis, la desnutrición compulsiva, van en franco ascenso. Los padres han olvidado su labor formadora y los niños y adolescentes se han sumergido en un mar donde las armas de autodestrucción masiva se hallan en los centros comerciales, en los nuevos sabores de los alimentos procesados y vacíos en nutrientes y en la escasa capacidad por definir lo más favorable para nuestro estado de salud.
La comida rápida ha generado en los Estados Unidos de Norteamérica, en los últimos diez años, la presencia de obesidad mórbida en más de las tres cuartas partes de la población menor a quince años y su ingreso al mercado latinoamericano vislumbra un triste espectáculo nutricional en los siguientes lustros.
Hemos perdido nuestra capacidad para alimentarnos sanamente. El ayuno ha pasado a ser una conducta histórica y el consumo de alimentos sanos una fábula que ilustra los libros de nutrición.
El concepto de nutrición inteligente se ha apartado de nuestras mesas y de nuestra mente.
De la misma manera que nos hemos vuelto seres consumidores de bienes materiales vacíos en un uso dado, del mismo modo hemos contaminado nuestra mente llevándola a que elija seguir la senda de la comida fácil de obtener sin saber siquiera el bienestar o el perjuicio que pueden generar en nuestra salud.
El maestro de la vida, aquel humilde carpintero de Galilea, llevó una de las dietas más sanas que pudo haber consumido ser alguno. Era metódico en la ingesta de sus alimentos, comía frutas y verduras frecuentemente. Obviaba la alta carga de grasas y carnes rojas. Se alimentaba de aquellos peces que recogían sus apóstoles en el lago Tiberiades, hacía ayuno semanal para limpiar su aparato digestivo, consumía altas cantidades de agua en sus recorridos frecuentes y degustaba del fruto de la vid muy ocasionalmente.
Era enemigo de los grandes banquetes y de los excesos. Prefería servirse un guisado de verduras recién recogidas de los campos a sentirse en una mesa opulenta de alimentos procesados que sabía bien que lo dañarían.
Una cuarta parte del mundo cree en su vida y en las lecciones de vida que nos ha dejado. Comparten de sus semejantes sus historias, pero ignoran el libro de enseñanzas que fue su vida.
Sentenciamos con cólera y frustración todo acto de auto agresión que contemplamos y no nos damos cuenta que día a día, con nuestras costumbres nocivas de alimentación nos dañamos. Miramos la paja en ojo ajeno y no comprendemos que llevamos una viga en frente de nuestros ojos.
Sentenciamos que es malo que alguien quiera matarse y hablamos mal de esa persona, mientras nos sentamos alrededor de una mesa para servirnos una serie de alimentos que van clavando pequeños puñales, que van haciendo sangrar nuestro ser.
Pero no contentos con lastimar frecuentemente nuestra integridad física vamos a diario lastimando nuestra salud emocional y racional.
Vemos el mundo interiorizando todo supuesto acto de agresión que se dirija hacia nuestra persona. Odiamos y generamos deseos de venganza a nuestros agresores. Inculcamos conductas violentas en nuestros seres queridos y los contaminamos de rencor e ira.
Desarrollamos una serie de reacciones químicas que acaban generando ansiedad y podredumbre en nuestra existencia. Y es que todo acto de agresión exterior conlleva a una manifestación de destrucción en nuestro interior
Somos seres de bien, hijos de la luz y de la paz que poco han ido desarrollando una visión oscura del mundo que les rodea y que han interiorizado pensamientos de destrucción y de inconformidad con la existencia.
Hoy, los momentos de paz y sosiego han pasado a formar parte del álbum familiar, de los recuerdos de infancia y de “aquellos dulces tiempos que no volverán”. Hoy nuestro tiempo de bienestar ha sido suplido solo por necesidades y desamor personal.