Entre el silencio y la amabilidad

SIN AMBAGES

Conducía mi auto por una de esas calles de gran pendiente en la ciudad, de esas que son ineludibles en el examen práctico para obtener la licencia de conducir y que ya con la licencia de conducir algunos prefieren evitar. Me encuentro, entonces, con una retahíla de vehículos cuyos conductores, estoy segura, están concentrados en el freno, el embrague (suponiendo que el auto no es automático), la palanca de cambios y cualquier movimiento en falso del auto de adelante.
Y así me doy cuenta de que delante del mío hay un carrito muy simpático que tiene un papel a manera de aviso en la ventana de atrás: “Soy nuevo manejando. Por favor, téngame paciencia”. Fuera de la ligera ansiedad que me causaba el pensar que, en lugar de avanzar, el nuevo-manejando podría empezar a retroceder, me pareció que el anuncio era muy original y creativo. De pronto, la fila empezaba a moverse y veía que se me acercaba mucho esa hoja de papel: el carro estaba rodando hacia atrás; pero el nuevo-manejando subía el freno de mano e intentaba una vez más avanzar. Felizmente, apareció un espacio en mi izquierda que me permitió adelantar con mucho alivio al nuevo-manejando, su carrito muy simpático y su aviso original. Y, cuando estuve precisamente al costado del creativo chofer, bajé la ventana y le dije que su anuncio era una excelente idea y le deseé mucha suerte; el nuevo-manejando me agradeció varias veces con una sonrisa enorme.
Se me ocurrió hacerle el comentario al recordar un video que por ahí me enviaron: varias escenas de personas que sin motivo aparente les hacían comentarios muy simpáticos a perfectos desconocidos que pasaban por la misma vereda; comentarios acerca de su ropa, sus peinados bonitos y otras razones muy simpáticas que bien merecían un halago. Entonces, la idea no era mía, pero la copié al pie de la letra, y simplemente porque sí un extraño me sonreía y quizá pude aligerar su preocupación por detener el tráfico al no tener aún mucha experiencia manejando. Y, por mi lado, me sentía maravillosamente bien al percatarme de que mi comentario tan sencillo le alegraba el día a alguien.
Quizá puedes probar y haces lo mismo alguna vez. Claro, no tienes que andar derrochando cumplidos a todos quienes pasan por tu lado en calles y avenidas, pero si en algún momento aparece en tu camino algo que provoca tu admiración, pues no dudes en comentarlo —con cortesía y corrección— a quien ha llamado tu atención. Te sentirás bien y harás que el día de esa otra persona vaya un poquito mejor. Y si se cruza por tu mente “¡ay, qué barbaridad!, ¡cómo voy a hacerle a alguien, así como así, un comentario de la nada!”, te pregunto yo para que te preguntes tú: “más o menos, ¿por qué no?”.
En medio de una congestión vehicular en el lugar menos apropiado, aprendí que, entre el silencio y la amabilidad, la segunda opción será siempre la más acertada.