El Renacimiento árabe y la conquista

Por Pamela Cáceres

“El Renacimiento Español y el siglo XIII” es el título de un extraño texto escrito por dos investigadores españoles: Fuertes y Gimeno; y aunque su edición data de 1954 este pequeño y poco conocido libro enfrenta la imaginaria historia patria de España, y por tanto nos compete y ayuda a comprendernos mejor.

Una de sus tesis principales afirma que la cuna del Renacimiento no fue Florencia en Italia como se sostiene comúnmente, y que además este no ocurrió tardíamente en el siglo XV. Para Fuertes y Gimeno su origen fue anterior, la España árabe y hebrea de los siglos XII y XIII, y se produjo gracias a la política cultural del emirato, durante los nueve siglos que los árabes ocuparon la península y la enriquecieron artística, ideológica y lingüísticamente.

La razón de tal adelanto sería que los moros de España mantenían una fluida comunicación con los sabios árabes de El Cairo, Bagdad, Bujará y Samarcanda, quienes en el año 642 conquistaron Egipto y tomaron Alejandría, la cuna de conservación del pensamiento griego clásico, en cuya biblioteca se encontraban los escritos de Aristóteles y Teofrasto. Este hecho trajo un gran interés de los musulmanes por el estudio de los griegos.

En Córdoba, la capital del emirato, se instaló el Califato de Occidente, o Califato Omeya de Córdoba, que se convirtió en un vigoroso centro cultural de un millón de habitantes. Los califas Abderramán III (891-961) y Al-Haken (915–976) fundaron allí una universidad, una escuela de medicina, una escuela de traductores de griego y hebreo, sesenta bibliotecas públicas, y construyeron la famosa Biblioteca Privada del Califato de Córdoba que llegó a poseer más de 40 000 títulos gracias a que Al-Haken envió a sus súbditos a comprar y copiar cuanto libro encontraban.

Según Fuertes y Gimeno los árabes adinerados también colaboraban mediante el mecenazgo. El caudillo Almanzor (938–1002) destinó gran parte de su fortuna a la difusión de letras y ciencias; entre sus obras más importantes está la fundación de una escuela de humanidades a la que concurrieron exclusivamente sabios y doctos de toda Europa que se sostenían gracias a su fortuna.

Producto de esta política cultural, Averroes, que nació en Córdoba en 1126, fue el primero en toda Europa Occidental que investigó y estudió a los griegos y latinos olvidados durante el Medioevo. Averroes escribió una perífrasis sobre la Poética de Aristóteles, a quien Occidente desconocía totalmente. Gracias a sus “Comentarios” Alberto Magno y Santo Tomas (1225–1274) se enteraron de la obra de Aristóteles. Tres siglos después, el renacentista Giordano Bruno (1548–1600) los estudió con especial atención. Y es posible que el título de esa obra pionera fuera una de las influencias para que nuestro paisano Inca Garcilaso de la Vega bautizara sus propios Comentarios.

A diferencia de los españoles cristianos los árabes sí tuvieron la inteligencia de investigar y enriquecerse con la cultura hebrea. Los califas de Córdoba recibían a los sabios y artistas judíos. Eran tan buenas sus atenciones que muchos poetas semitas se quedaron a vivir allí y hasta dejaron de escribir en su lengua para escribir en árabe. En el siglo X se creó un centro de estudios talmúdicos al cual llegaron jóvenes judíos interesados en el desarrollo intelectual del Califato. Ellos, que luego fueron ferozmente perseguidos por los reyes católicos, enriquecieron la literatura española. León Hebreo, el autor de los “Diálogos de amor”, es probablemente el máximo representante. Incluso los españolísimos Lope de Vega y Calderón de la Barca habrían readaptado argumentos de la literatura hebrea y árabe del siglo XIII.

Luego de diez siglos de ocupación, en 1492, año de la llegada de Colón a nuestro continente, los reinos católicos vencieron a los musulmanes y los expulsaron de la península junto con los judíos aún no conversos. Los avances logrados por la cultura árabe fueron hechos de lado. Ante la inminente Reforma los católicos alistaron las armas para luchar contra cualquiera que osara disentir de su credo. Fue con esta mentalidad que llegaron a nuestras costas.

El sociólogo huancaíno Nelson Manrique en “El universo mental de la conquista de América” explica que cuando los peninsulares enfrentaban a los aborígenes americanos usaban los mismos términos despectivos que aplicaban al enemigo árabe. Y de la misma forma que con los árabes, nuestros conquistadores no pudieron apreciar los avances del conocimiento de los andinos y más bien se encargaron de destruirlos, confirmando una vez más su poco talento para valorar el conocimiento de otro.

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