Más del 40 % de nuestros niños vive en pobreza
Por José Miguel Daza Villegas

Hace poco revisé los últimos datos sobre pobreza infantil en el Perú. Según el INEI en el 2023, el 43.3 % de los niños menores de 6 años vive en situación de pobreza. Como padre, no puedo evitar sentir miedo frente a estas cifras. ¿Cómo no conmoverse al saber que millones de niños —especialmente en zonas rurales y urbanas precarias— inician la vida sin acceso adecuado a alimentación, salud, educación ni una vivienda digna?

Lo que más me inquieta es pensar que muchos de ellos nacen ya sin oportunidades reales.

La pobreza infantil es una herida abierta para toda la sociedad peruana. No solo condiciona el futuro de esos niños, sino que revela una verdad incómoda: el sistema no parece priorizarlos. Y no es solo una tragedia moral, también es una bomba de tiempo económica y social.

Cuando permitimos que millones de niños crezcan con desnutrición, sin estimulación temprana ni educación de calidad, estamos hipotecando nuestro futuro colectivo.

Hoy, la anemia afecta al 43.1 % de los niños pequeños, y la desnutrición crónica sigue alarmantemente alta. Estas condiciones impactan directamente su desarrollo cognitivo y físico, limitan su aprendizaje y reducen su capacidad de aportar plenamente a la sociedad.

En un mundo marcado por desigualdades crecientes y cambios constantes, el destino que estamos construyendo como país es preocupante. No solo corremos el riesgo de perpetuar desigualdades estructurales, sino que también estamos dejando sin base el desarrollo de una comunidad con oportunidades reales para todos.

¿Qué nos espera si más del 40 % de nuestros niños vive en pobreza?

Una fuerza laboral frágil y poco competitiva: Los niños de hoy son los ciudadanos activos del mañana. Sin educación ni salud adecuadas, enfrentaremos una generación con menores competencias, baja productividad y altos niveles de informalidad.
Menor bienestar colectivo: El desarrollo humano es esencial para el progreso. Si no se invierte en la infancia, el tejido social se debilita, aumentan los costos públicos y se reduce la posibilidad de una ciudadanía plena y equitativa.

Mayor conflictividad y fractura social: La desigualdad que nace en la infancia alimenta frustración, resentimiento y exclusión. Muchos jóvenes, sin oportunidades reales, quedan marginados o atrapados en circuitos de violencia.

Este problema no puede seguir siendo postergado. La niñez debe estar en el centro de nuestras decisiones como ciudadanos. Las elecciones que se aproximan son una oportunidad para exigir compromisos concretos. Necesitamos liderazgos que pongan a los niños primero: que prioricen la nutrición, la educación inicial, la salud preventiva y un entorno seguro y digno en el que todo menor pueda crecer.

Esta reflexión nace desde lo más personal. No hablo solo como ciudadano, sino como padre. Porque cuando miro a mi hija, y luego veo las cifras, me doy cuenta de que no hay urgencia mayor ni responsabilidad más grande que cuidar —entre todos— a los niños de este país.

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