‘Ladrones de bicicletas’, un documento universal
REFLEXIONES

Han transcurrido 77 años desde el estreno de Ladrones de bicicletas (1948), la influyente película de Vittorio De Sica que narra los desesperados esfuerzos de un obrero junto a su pequeño hijo por recuperar una bicicleta que le ha sido robada, y de la cual depende su empleo y, con ello, la posibilidad de sostener a su familia en un contexto de crisis económica y agobio social propio de la Europa de la posguerra.
La película no ha envejecido. Por el contrario, mantiene plena vigencia. Una historia sencilla como la del robo de una bicicleta, sin giros espectaculares ni artificios efectistas, adquiere una dimensión existencial al abordar temas sustanciales de la condición humana: la pobreza, el desempleo, la fragilidad de la dignidad, y la soledad de los individuos frente a un sistema que no concede segundas oportunidades.
Cambiando escenarios y protagonistas, muchas historias similares ocurren hoy. La Italia de la posguerra podría ser ahora cualquier país de América Latina, donde la pobreza, las desigualdades y la violencia estructural configuran el paisaje cotidiano de millones de personas que luchan por abrirse camino.
No hemos salido recientemente de una guerra mundial, como la Italia de la película, pero vastos sectores de la población enfrentan enormes dificultades para acceder a un empleo formal. El discurso triunfalista que ensalza el crecimiento macroeconómico es interpelado cuando se le confronta con la persistencia de la informalidad, el subempleo y la exclusión. Las cifras pueden mejorar, pero las condiciones reales de vida de millones continúan siendo precarias.
La indiferencia de la policía que Antonio Ricci enfrenta al denunciar el robo de su bicicleta es la misma que hoy corroe el vínculo entre ciudadanía y autoridades. La percepción de que la justicia no está hecha para todos –y mucho menos para los más pobres– es una herida abierta en nuestras sociedades. Basta pensar en las dificultades que atraviesa un miembro de una comunidad indígena quechuahablante o un migrante informal al momento de reclamar derechos ante el sistema jurídico.
El final de la película, conmovedor y amargo, muestra cómo el ser humano, llevado al límite por la desesperación, puede cruzar los linderos del error y del delito. No hay juicio, solo una advertencia silenciosa: cuando el sistema falla de forma tan radical, la degradación individual puede convertirse en una crisis moral colectiva.
Ladrones de bicicletas no solo es una joya del neorrealismo italiano y de la cinematografía mundial, es también un documento universal sobre la fragilidad humana y una advertencia que aún nos interpela. Porque, en esencia, seguimos siendo esa sociedad donde perder una bicicleta puede significar perderlo todo.
Hace apenas unas semanas falleció en Roma Enzo Staiola, el inolvidable niño Bruno que acompañó a su padre en esa búsqueda desesperada. Tenía 85 años. Su rostro nos recuerda que esa historia, tan lejana en el tiempo, sigue ocurriendo hoy.
