VIA CRUCIS ARQUIDIOCESANO
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
Durante las últimas semanas los he invitado a ir preparándose para la Pascua guiados por el mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma, sobre el cual hemos ido reflexionando en esta columna. Ahora quisiera también invitarlos a participar en el Via Crucis Arquidiocesano que, Dios mediante, tendremos este viernes 22 de marzo a las 6 p.m. en la Plaza de Armas de Arequipa, para de esa manera terminar de prepararnos para la Semana Santa que comenzará dos días después, el Domingo de Ramos, y tendrá su culmen en el Triduo Pascual al que entraremos el Jueves Santo y nos llevará al Domingo de Resurrección en el que celebraremos la victoria de N.S. Jesucristo sobre el pecado y la muerte que nos impiden ser felices. La celebración de la Pascua no consiste en un mero recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesús como hechos acontecidos hace cerca de dos mil años y agotados en ese momento histórico. Por el contrario, gracias a la sacramentalidad de la Iglesia, que es obra del Espíritu Santo, el misterio pascual de Cristo, realizado de una vez para siempre, se hace presente en el “aquí y ahora” de la comunidad creyente que lo celebra. Dicho en otras palabras, Dios mismo viene, también este año, a hacer Pascua con nosotros. Así como “pasó” (Pascua significa “paso”) por en medio de Egipto para liberar al pueblo de Israel, y “pasó” liberando a Jesucristo de la muerte, pasará también en esta Pascua para salvarnos de aquello que nos impide ser verdaderamente libres.
En efecto, la fe y la experiencia de dos mil años de Iglesia nos garantizan que Dios pasará. Al mismo tiempo, nos recuerdan que para poder experimentar su paso salvador hemos de prepararnos. Ese es el sentido de la Cuaresma que estamos próximos a concluir y también la razón por la que, desde el inicio de mi servicio episcopal en Arequipa, cada año los invito a participar en el Via Crucis Arquidiocesano como actividad culminante de preparación comunitaria para la Semana Santa. El Via Crucis es uno de los ejercicios de piedad más apreciados por la Iglesia y de más ayuda para abrirnos a la gracia de la Pascua. Hunde sus raíces en la antigüedad, según consta en testimonios documentales que han llegado hasta nuestros días, cuando los cristianos habitantes de Jerusalén o llegados de otras partes recorrían el camino de Jesús hasta el Calvario, práctica que se consolidó en la Baja Edad Media. Con el transcurso de los siglos, ante la imposibilidad de peregrinar a Tierra Santa, se comenzó a elaborar pinturas o esculturas de los diversos momentos de la pasión de Jesús, hasta su sepultura, las cuales se colocaban en diversos lugares o capillas que los cristianos recorrían con devoción.
Así, poco a poco, fue tomando forma el Via Crucis, con sus catorce estaciones que conocemos actualmente. Recorrerlas, como en nuestro caso caminando en torno al perímetro de la Plaza de Armas de Arequipa, nos recuerda que la vida cristiana es una peregrinación hacia la plenitud del Reino de los Cielos. Contemplarlas nos recuerda que «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).