Chulucanas, ese cálido lugar donde comenzó todo
REFLEXIONES

De Chulucanas se hablaba muy poco en el país. Sin embargo, todo ha cambiado para esta ciudad piurana desde que se reveló que en 1981 comenzó allí la vida pastoral de Robert Prevost, el papa León XIV.
Mis recuerdos más remotos de ese lugar, cuna de mis abuelos y padres, evocan las tardes de mi niñez cuando mi abuelo regresaba a casa en su imponente caballo negro. La vivienda, con techos altos, anchas paredes y un suelo duro como roca, se encontraba a unos 50 metros del cementerio, en la calle Junín, una de las pocas asfaltadas de la ciudad, diseñada para facilitar el paso de los cortejos fúnebres hacia el camposanto. A pesar del impecable asfalto, rara vez vi pasar automóviles, ni siquiera carrozas; en cambio, era el camino ideal para caballos, mulas y burros que, guiados por campesinos o aguateros, transportaban las herramientas del trabajo y la tradición.
La labor de León XIV como sacerdote en Chulucanas fue muy fructífera desde su llegada: formó a monaguillos y se convirtió en asesor espiritual para cientos de personas. Su dedicación se manifestó no solo en su rol como canciller de la Prelatura Territorial, sino también como párroco de San José Obrero durante más de una década.
Recientemente retorné a la tierra de mis antepasados y reconocí la asfaltada calle Junín y las aceras generosamente levantadas para proteger las viviendas de los torrenciales aguaceros. De niño, allá por la década de 1970, caí y mi frente fue a dar contra el filo de una de esas veredas, y antes de poder gritar, la sangre manó abundantemente. En aquel tiempo, Chulucanas no contaba con un hospital; el más cercano estaba a 50 km, en la ciudad de Piura. Afortunadamente, apareció un carpintero, frotó sobre mi herida un algodón impregnado en laca, el barniz que abrillanta y protege la madera, y el sangrado se detuvo.
Hoy, mientras León XIV asume su nuevo papel, es fundamental recordar que Chulucanas es más que un simple punto en el mapa; es un lugar de profundas raíces, donde la historia y la tradición florecen, al igual que sus cultivos que comienzan a alimentar al mundo. En mi infancia, Chulucanas era el paso obligado entre la árida y soleada costa y la fértil y fresca sierra piurana. Hoy, con más de 80 000 habitantes, se ha consolidado como uno de los principales centros agrícolas del país, produciendo mangos, limones, uvas y otros productos de calidad exportable.
Su tradicional chicha servida en potos o cojuditos, esas vasijas de calabaza seca, simboliza la calidez de su gente. La danza del tondero refleja la alegría y la cultura vibrante de un pueblo iluminado por un constante sol radiante. Su cerámica muestra la tradición de su gente. Sus dulces mangos, sus jugosos limones y sus crujientes chifles son símiles de la amistad de los habitantes de esta ciudad que celebra ahora la trayectoria de un joven sacerdote, y el impacto que ha tenido en la vida de muchos.
