Los amigos que no están 

REFLEXIONES

Por: Rubén Quiroz Ávila  

Como somos seres sociales, los humanos vamos escogiendo, en la línea imperativa de Goethe, a los amigos. Las afinidades electivas, los denominaba el poeta alemán. Por diversas razones nos vamos agrupando y, con ciertos individuos que no son familiares se consolida un cordón umbilical invisible y sólido. A veces son aquellos que vienen desde la infancia o del barrio, con esa raíz descubierta y abrazada desde nuestros propios inicios. Tal vez sea la etapa escolar y universitaria que nos ha revelado almas afines y que se han detenido en nuestras trayectorias para enhebrar la amistad. O, simplemente, el azar, una vez más, se convierte en el punto de partida de vínculos cercanos a la infinitud. La casualidad opera cual puente para unir a personas que deambulaban por el mundo.

Entonces, aparece un nuevo mundo, una versión de nosotros mismos acaso en otra dimensión, que en un constante ida y vuelta nos retroalimenta. Y la vida cambia para bien. Aprendemos a ser mejores, más amplios de mente, ya que la interrupción espléndida de seres que asumimos nos comprenden, enriquece con generosidad nuestra perspectiva. Nos buscamos mutuamente, bajo cualquier pretexto acaso, para charlar o, simplemente, en silencios cómplices, acompañarnos. Cuántas batallas personales y profesionales han sido resistidas porque teníamos el privilegio de estar en la compañía de quienes nos aman y respetan. Los amigos son los que estuvieron en esos momentos; la alegría se multiplica y la tristeza se divide. Las pruebas de qué material están hechas las amistades sucede en los momentos cruciales de nuestras vidas.

Sin embargo, con la vorágine de estos tiempos y las rutas diferentes, incluso lejanas, que han ido tomando los amigos, suele complicarse verse. Entonces, hay pausas, largas temporadas sin encontrarse, una llamada telefónica, un mensaje, un correo ayuda a minimizar el impacto de la ausencia. Pero un día, en un instante, sucede una hecatombe interior: ya no están físicamente. La muerte ejerce su imperio con los seres más hermosos y nobles también, nadie escapa de su dominio. Entonces el mundo se contrae, se reduce, se achica a niveles opresivos y pierde parte de su sentido y su encanto. Es que la vida está compuesta de las personas que queremos.

Cuando los amigos ya no están el horizonte vital cambia, algo se rompe en las capas más profundas y su significado gira. No obstante, en medio de esa nostalgia, el privilegio de haber acompañado a esos seres luminosos nos revitaliza, aunque, seguro, quisiéramos correr a abrazarlos de nuevo, la estela de ellos que vive en nosotros también resguarda su memoria. La vida continúa porque, además, los amigos que no están siguen de otra manera con nosotros, porque gracias a sus preciosas presencias somos también un resultado de esos aprendizajes y hallazgos compartidos, habitan en nosotros con su cariño y al recordarlos los volvemos a amar.

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