La cultura de Integridad y el buen gobierno corporativo
REFLEXIONES

Cuando hablamos de gobierno corporativo, solemos pensar primero en estructuras: directorios, comités, reglamentos, auditorías. Todo eso importa, claro. Pero si algo nos han enseñado los escándalos recientes es que sin una cultura de integridad, todo ese andamiaje se queda corto. A veces, peligrosamente corto.
Muchas empresas han invertido en políticas éticas, canales de denuncia y sofisticados mapas de riesgo. Pero la verdad es que la integridad no se construye solo con manuales. Se construye en las conversaciones incómodas, en las decisiones grises, en esos momentos en los que lo fácil sería mirar a otro lado.
Porque sí, todos sabemos qué está mal cuando es claramente ilegal. Pero ¿qué pasa cuando algo no lo es, pero te hace ruido por dentro? ¿Quién se atreve a levantar la mano cuando la presión por “sacar el resultado” es brutal? ¿Cuántas veces alguien se queda callado por miedo a parecer ingenuo o incómodo?
Aunque suene idealista, tener una cultura de integridad no solo es lo correcto. Es inteligente. Las empresas que se toman esto en serio suelen tener menos escándalos, mejor reputación y menos rotación en sus equipos. La confianza no se compra, se cultiva. Y una cultura que promueve hablar con franqueza, admitir errores y poner límites sanos… eso se nota. Dentro y fuera.
Es como el aire acondicionado en una oficina: no siempre lo ves, pero cuando falta, todo se vuelve más difícil de soportar.
Aquí los directorios tienen un papel clave, aunque muchas veces incómodo. Porque no se trata de aprobar un código de ética y pasar al siguiente punto de la agenda. Se trata de involucrarse de verdad en cómo se vive la integridad día a día. Preguntar cómo funciona el canal de denuncias, revisar si hay represalias silenciosas, discutir dilemas reales. Y, sobre todo, evitar premiar al que consigue resultados “cueste lo que cueste”.
No hay cultura ética posible si el ejemplo de arriba no acompaña. El “tone at the top” no es un cliché: es la diferencia entre una cultura que se fortalece y una que se rompe por dentro, sin que nadie lo note hasta que es demasiado tarde.
Los últimos casos de escándalos de gobierno corporativo, donde se firmaron contratos, distribuyó alimentos. ¿Nadie lo vio venir? ¿Nadie dijo nada? Más allá de las responsabilidades legales, lo que duele es cómo una cadena entera de decisiones éticamente dudosas pudo avanzar sin resistencia.
Empresas familiares, grandes grupos, incluso instituciones públicas han atravesado crisis éticas no por falta de normas, sino por falta de conversación. Por miedo. Por silencio.
Quizás llegó el momento de dejar de tratar la integridad como un tema accesorio. No es un “checklist” más del comité de auditoría. Es, probablemente, la única defensa real contra decisiones que pueden hacer colapsar todo lo demás.
No todas las organizaciones necesitan más controles. Algunas necesitan más valentía para hablar claro.
Y eso, aunque suene simple, es profundamente transformador.
