¿Cuál debe ser el sentido de la Reforma electoral?
Por: Darío Enríquez – El Montonero

Sólo desde una posición visceral se puede seguir sosteniendo la funesta reforma electoral que se promovió en el tristemente célebre “Sí-Sí-Sí-No” del imputado Martín Vizcarra. A todas luces, la inmensa mayoría de gente votó por la fórmula que promovía el vacado expresidente, sin mayor reflexión y con absurdo apego a un mensaje autodestructivo. Las consecuencias las estamos viviendo hoy. Veremos algunos puntos a modo de propuesta para la reforma electoral que debe acompañar el proceso electoral de 2024, recientemente aprobado (en su primera votación), haciendo uso del procedimiento institucional que permite reformar la Constitución de 1993.

Dicho sea de paso, aunque a algunas personas no les guste, ese procedimiento está demostrando ser sumamente eficaz, ya que nos obliga a hacer contracultura en una cultura sociopolítica como la peruana, donde prima el “caballazo” y la imposición vertical: nos hemos visto precisados a ponernos de acuerdo, dialogar, concertar y decidir por mayoría en un medio tan adverso a lo que debería ser un proceso civilizado. Después dicen algunos (preocupante, son muchos en verdad) que el Congreso no les representa, cuando resulta todo lo contrario: virtudes y miserias, alturas y bajuras, duras y maduras. Lo bueno, lo malo, lo feo y lo horroroso de nuestra cultura sociopolítica se muestran con extraordinaria nitidez en la lógica bajo la cual funciona el poder legislativo. Refleja una imagen nuestra mucho más reveladora que el mismísimo retrato de Dorian Grey.

Empecemos por la malhadada bicameralidad. Esto debe abordarse como un proceso progresivo de aprendizaje social que, lamentablemente, ni siquiera hemos iniciado. Se juzga la existencia de dos cámaras como “la angurria de mamadera estatal para esos impresentables”. Hemos tomado literalmente la más benigna de las críticas a la bicameralidad. Es imposible sostener una propuesta como esa si es que no llevamos previamente un proceso de aprendizaje y una adaptación a lo que necesitamos hoy.

Mi propuesta consiste en mantener la unicameralidad, pero crear un mecanismo de consulta que replique lo que en las democracias avanzadas se conoce como la cámara de senadores. La segunda cámara. Normalmente se elige en forma indirecta y no conoce de diferencias por peso demográfico, sino que cada una de las colectividades (en nuestro caso, regiones) tiene un solo representante. Deberíamos tener una fórmula transicional. Se trata de una propuesta que ya hicimos en una entrega anterior. Que cada gobernador regional nomine un representante de su región y ese consejo de 25 sería una instancia de consulta que tendría por propósito proponer posibles reformas a la C93. Veremos cómo funcionan en los hechos. No tendrían salario, la región se encargaría de cubrir gastos específicos con cargo a estrecha vigilancia. Sus propuestas, lógicamente, no serían vinculantes pero sí exigirían una respuesta perentoria, en debate público y abierto, por parte de la comisión de constitución del Congreso. Se cumple la necesidad operativa de mostrar eficacia y al mismo tiempo, damos voz a cada región en un asunto tan importante como las reformas constitucionales, demanda cierta aunque difusa de mucha gente en nuestro Perú.

Respecto al proceso electoral de 2024, proponemos algunas reformas bajo la premisa de buscar la mayor representatividad posible en el Congreso. En definitiva, el actual sistema de listas por regiones y con voto preferencial diluye esa representatividad y no sólo es la volatilidad del electorado (que también influye, no podemos negarlo), sino el propio sistema que no propicia la solidez de esa representatividad: en menos de 30 días, ya muchos gritan “que se vayan todos”. Así no avanzaremos nunca y cada día será peor.

Primera reforma: distritos uninominales

Dividir Perú en 130 territorios y en cada uno elegir un solo congresista. Se acaban las «locomotoras» y voto preferencial. Cada partido propone uno y solo un candidato por cada territorio (distrito uninominal). Si quieren lograr curul, cada partido deberá proponer su mejor candidato por distrito uninominal. Nada de rellenos. Se propicia la autorregulación de partidos para mejor calidad de candidatos. Con esto se pierde el sustento de la no-reelección: será una comunidad electoral específica la que decida si reelige o no a su congresista. No seguirá como ahora, en que ciertos personajes cambian de jurisdicción, logrando la reelección protegidos y refugiados tanto en la fuerza de una locomotora como en un voto preferencial exiguo, nada representativo.

Segunda reforma: eliminar para siempre el transfuguismo

Si un congresista quiere abandonar el partido en que fue elegido, que sean los electores quienes decidan: se convocan elecciones sólo en el distrito uninominal concernido y electores aceptan o rechazan el cambio de partido.

Tercera reforma: reducir los ministerios (a 8 o 10)

Profesionalizar los viceministerios, que no sean puestos políticos (suficiente con que ministros sean políticos). Además, todo ministro debe nombrarse entre los congresistas electos. Debemos acabar con gente “técnica” que es sinónimo de vacuidad al no asumir compromiso alguno. Personajes que se ofrecen penosamente al mejor postor para cumplir su sueño del ministerio propio. De este modo, partidos se autorregularían proponiendo en lo posible candidatos al congreso que sean «ministeriables». Si el Ejecutivo propone en firme a un ministro que no sea congresista, se convoca elecciones en el distrito uninominal al que pertenece el candidato a ministro y los ciudadanos de ese distrito deciden si lo aceptan o no como congresista, para que luego sea ministro.

Como corolario evidente, se facilita la revocatoria de congresistas, pues sería bastante expeditiva la convocatoria y realización de elecciones en un distrito uninominal. La clave central de estas reformas es el reforzamiento de la representatividad. Los mecanismos eficaces de revocatoria darían alcance al desencanto de los electores y serán precisamente los ciudadanos quienes sean llamados a decidir. Hoy es el momento de hacer esas reformas que incluso simplifican el sistema de votación y conteo. Esperemos que la presidente Dina Boluarte y los congresistas que no forman parte ni de los incendiarios ni de los podridos (parafraseando a Basadre), estén a la altura del liderazgo que se requiere. Son pocos, pero son (como dijera Vallejo).

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