¿Cómo influye la idea del cielo en nuestra vida de ciudadanos en nuestra sociedad?
P. Luis Andrés Carpio Sardón
Es parte central del mensaje de Jesucristo que, después de la muerte, hay una vida eterna, que será de una alegría plena y se llama el cielo; o de una tristeza profunda y se llama el infierno.
“Esta esperanza, en vez de debilitar, debe más bien estimular la solicitud en el trabajo relativo a la realidad presente” dice el Compendio de la Doctrina Social de la iglesia, lo cual es muy esperanzador y muy práctico.
En efecto, alguna vez se ha escuchado la crítica de que el cristianismo te propone una felicidad futura, mientras que en el presente te propone una pasiva aceptación de “las cruces” de cada día: una especie de ticket de entrada a una fiesta que vendrá, y que debería contentarnos mientras llega, con independencia de cómo sea de feliz nuestra vida real. Por ahí iría la idea marxista de que “la religión es el opio del pueblo”, porque nos lleva a estar como dopados esperando el cielo.
No es la idea de Cristo que seamos pasivos, como pacientes en la sala de espera del médico. Por el contrario, su propuesta es que vayamos adelantando la felicidad del cielo aquí en la tierra. Que la vayamos construyendo poco a poco con nuestras vidas y en nuestro entorno.
La redención que ha hecho Jesucristo está bien hecha, como es propio de toda obra que Dios hace: lo que ha causado Cristo es la salvación de cada uno de los que acepten ser salvados por su gracia y su mensaje; y esa salvación se dirige a todas las personas de todas las épocas, lugares y circunstancias.
Pero, además, Jesús ha causado la salvación de todos los aspectos de cada uno de nosotros como personas que somos: no hay ámbito en nuestra vida que no haya sido alcanzado por su medicina.
Así, nuestra faceta de seres necesitados de los demás, nuestra sociabilidad, también ha sido alcanzada por la redención; de manera que, juntos, podemos alcanzar acuerdos, consensos, realizar proyectos y promover cosas muy buenas: la misma sociedad puede ser, de esta manera, alcanzada por el aporte de cada ciudadano redimido.
Jesucristo que, según la Biblia, “hace nuevas todas las cosas”, ha hecho también de cada uno de nosotros una nueva criatura: podemos hacer mucho más bien del que imaginamos; y así, siendo criaturas renovadas, podemos vivir “una vida nueva” (Rm. 6,4) también como ciudadanos en nuestra sociedad.
Esto es estupendo, porque al “inmunizarnos con su vacuna” redentora, para hablar en términos post pandemia, no somos ya “portadores del virus”, nos podemos “quitar la mascarilla” y, al no llevar el contagio, llevamos la salud: cada cristiano que se esfuerza en imitar a Cristo en su vida ordinaria, es agente de salud para la sociedad en la que vive y así, con esa salud, adelanta el cielo a la tierra: pensémoslo y, con su ayuda, ¡hagámoslo!