Ataque a la ciencia

Por: Rubén Quiroz Ávila

 El ecosistema científico está bajo ataque. No solo por las olas neoconservadoras que se resisten a las evidencias y más bien difunden dogmas como que la tierra es plana o que el cambio climático no existe. El ataque mayor ahora proviene desde su propia comunidad. Hay una implosión de tal magnitud que está creando una ruptura respecto a los parámetros con los cuales se han ido validando sus resultados en parte de la cadena de valor. Lo que era uno de los soportes fundamentales del conocimiento humano que tenía en el trasfondo ético de sus fines se ha puesto peligrosamente en cuestión. Esto porque una de sus fuentes de credibilidad ha estallado a través de sus brechas, en las cuales se ha filtrado un grupo delictivo bien organizado.

Así, la estrategia de premiar con dinero las publicaciones de papers se convirtió en un mercado de venta al mejor postor, en la que las organizaciones educativas destinaban, sin control riguroso, ingentes recursos, a cambio de que coloquen su nombre en uno de los artículos que a su vez eran publicados en revistas que carecían de filtros suficientes. Entonces, se creó una gigantesca mentira. Algunas instituciones asumieron que eso las convertía en centros de producción científica, mientras los muy pillos seudocientíficos les vendían, sin ningún escrúpulo, documentos que, a su vez, eran incorporados en una estadística para medir posiciones en los rankings. Al parecer, todos ganaban. Se autoengañaban creyendo que eran espacios del saber, pero en realidad estaban siendo cómplices de una de las estafas en cadena más espectaculares de la historia de la ciencia. Como una red de mercadeo, varios de estos individuos tramposos trazaban tácticas para incrementar y comercializar épicamente su producción, obteniendo mucho dinero por esa acción corrupta, con un silencio sospechoso de los organismos gubernamentales que debían velar y cuidar el sistema científico. Es evidente que la comunidad científica se vio superada por un grupo de pérfidos que se movían con mayor velocidad y astucia en un mundo institucional que, además, bajó la guardia.

Hay que comenzar a evaluar cuánto dinero han perdido las universidades financiando este modelo artero en el que la producción de conocimiento que ayude a la mejora de la humanidad no era lo importante, sino la cantidad de publicaciones, vaciando de significado el fin noble de todo conocimiento. Pero lo más terrible es la desesperanza insertada en una comunidad científica que se vio asaltada por un grupúsculo y sin que las instituciones reaccionen con suficiente contundencia para autorregularse. Sin embargo, los científicos son resilientes y durante décadas han demostrado que son capaces de enfrentarse a los truhanes. Este es un buen momento para repensar profundamente el uso de recursos y la manera correcta de validar la producción científica.

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