Después del caos de Castillo
Por: César Félix Sánchez – El Montonero

Después de que acabe este caos mitigado y extraño en el que vivimos gracias a Pedro Castillo –sea por renuncia, sea por la vacancia o por la improbable pero no imposible posibilidad de una culminación pacífica de su periodo– se abre una serie de posibilidades que, bien miradas, pueden resultar halagüeñas para nuestro país, si los políticos peruanos posteriores se encuentran a la altura de sus responsabilidades.

No quisiera repetir el viejo cliché huachafo de que “en chino crisis es el mismo término usado para referirnos a una oportunidad”, pero algo de eso podría ser cierto en esta coyuntura. Si bien nadie nos devolverá este tiempo perdido de altos precios de nuestras exportaciones y de frustrado crecimiento económico, quizá este “virus debilitado” que ha representado el primer gobierno de izquierda dura democráticamente elegido en el Perú pueda servir de escarmiento para la perpetua frustración política de los futuros intentos por parte de cómplices del régimen, con un poco más de luces y un poco menos de escándalos, de intentar venderse como una alternativa “decente” luego de haberse comido tantos sapos chotanos. Y eso sería una gran victoria de la derecha; aunque por walk over, claro está.

Luego de esta vacunación de la opinión pública tanto contra la izquierda “provinciana” como contra la caviar, existe otra ventaja, esta vez más discreta y que requerirá de mucho valor para ser aprovechada, pero que podría marcar el paso definitivo del Perú a un modelo de desarrollo propio y auténtico. Uno de los principales motivos de preocupación generados por el gobierno de Castillo es el atiborramiento del aparato estatal por parte de incapaces y operadores políticos extremistas con una propensión bastante intensa para la corrupción más chata. Y, la verdad sea dicha, más me preocuparía a mí que el aparato estatal estuviese llenándose cada día con cien ángeles antes que con cien quídams perulibristas, que acumularán toda clase de procesos judiciales y escándalos. Porque sería mucho más difícil expulsarlos luego. Y esa “animalización” exuberante del aparato estatal llevará a la próxima gestión presidencial a una decisión ineludible: recortar la frondosa burocracia estatal y deshacerse de varios ministerios inútiles.

La opinión pública está asqueada de esta colonización de termitas burocráticas carentes de cualquier mérito y, por eso, la oligarquía de consultores, académicos e influencers ya no podrá manipular a nadie para preservar sus chiringuitos, como en los tiempos del Merinazo. Como decía Boloña, el Perú crece en las noches, cuando los políticos duermen, y con una buena recortada a fondo, quizás estos santos señores puedan dormir un poco más y dejarnos un poco más en paz. Porque, como sabemos, los políticos son incorregibles y lo que corresponde hacer es recortar lo suficiente su patio de juegos como para que no puedan comprometer el desarrollo del Perú.

Finalmente, otra ventaja de los tiempos que corren pasada por alto ha sido la consumación final de la elección de los miembros del Tribunal Constitucional. Como sabemos, la perfidia de Vizcarra y de Salaverry impidió que un congreso mayoritariamente conservador pudiera elegirlos en 2019. Luego, Vizcarra y sus aliados morados, minúsculos pero vociferantes, evitaron que el congreso de 2020, explícitamente elegido para esa función, lo hiciera. Algo semejante hizo Sagasti, aduciendo el desprestigio del parlamento ante la opinión pública. Parecía ser que esa centro-izquierda intrigante minoritaria y revolucionaria, que nos ha conducido al abismo presente, estaba esperando al 2076, cuando recién tuviera una mayoría parlamentaria, para elegir un TC “digno” que nos arroje con entusiasmo a las ciénagas del globalismo y sus obras y pompas. Pero apareció Perú Libre, que recuperó al electorado sureño que solo votaba por el caviarismo de Mendoza a falta de una opción nacionalista autoritaria, y la pesadilla progre tomó cuerpo.

No sabemos por qué –quizás por un quid pro quo de pequeñas prebendas– pero las huestes del risueño Waldemar Cerrón permitieron la holgada elección de un TC mayoritariamente conservador, casi puesto en bandeja a la derecha, convertida en el gran elector. Cosa admirable, si consideramos la supuesta polarización y a la vez fragmentación del presente congreso. La ira caviar no se hizo esperar, pero, a diferencia de noviembre de 2020, ya no es capaz de despertar el entusiasmo de los ingenuos y acaba convertida, en cuestión de horas, en un triste periódico de ayer. Otra lección de esta circunstancia, no menos importante, que puede servir para edificar a sectores cobardones de la derecha “liberprogre” es la ya indudable condición conservadora en materias valóricas del electorado provinciano, representado por Perú Libre: a partir de ahí es que se puede comunicar un mensaje a este electorado, no en base a ilusas seudomodernidades utópicas.

En conclusión, basta de quejarnos de lo que ya no tiene remedio y de, como diría el recordado doctor Enrique Azálgara Ballón, “demostrar la importancia del mar en la navegación”; es decir, la absoluta incompetencia y corrupción del actual gobierno. Debemos preocuparnos por lo que podemos conseguir: la creación y fortalecimiento de un proyecto de derecha patriótica y honesta. Desde el Río Grande nos viene un gran ejemplo: estos días, el Partido Republicano “volteó” un distrito del Congreso estadounidense en Texas, que había estado en manos de los demócratas desde 1870. La responsable: una joven nacida en México llamada Mayra Flores que, con el lema políticamente incorrectísimo de “Dios, Patria y Familia”, ha logrado esta hazaña. Por ahí deben ir nuestros esfuerzos.

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