La ausencia de Castillo en el día de Santa Rosa
Por: Carlos Meneses
“A la fe de los peruanos le ha disgustado la falta de respeto y consideración para con Santa Rosa de Lima”.
Nadie en su sano juicio y menos un gobernante de país que pasa apuros y cuya ciudadanía solo espera el favor del cielo para salvarse de la peor crisis de los últimos años haría lo que el presidente Castillo, su primer ministro y el íntegro de su gabinete han hecho en la fiesta de la patrona del continente y gran santa peruana Santa Rosa de Lima de no asistir, por primera vez en la historia de la República, a tributar homenaje a quien también es patrona de las fuerzas policiales, de los enfermeros del país, que recibe el homenaje y los pedidos de ayuda mediante miles de cartas que depositan en un pozo de deseos el 30 de agosto.
Un gobernante, más tratándose del jefe de Estado, está en la obligación de medir todas las actitudes que tiene o realiza estimando en mucho la satisfacción que puedan producir como beneficio en la comunidad a la que está obligado a servir durante un periodo constitucional.
Sabido es que los gobernantes tienen diferencias con la Iglesia y con la práctica que la mayoría de la población tiene con determinada fe. Castillo no ha meditado el significado de lo que la ciudadanía interpreta con su ausencia en la catedral de Lima en el homenaje nacional que en el día de Santa Rosa debe encabezar el gobierno de turno.
Ha perdido la oportunidad de escuchar la palabra sabia y desinteresada del arzobispo de Lima, de todos los prelados que en sus respectivas homilías se han referido a la necesidad de buscar fórmulas de entendimiento entre los poderes del Estado para acercarnos y encontrar soluciones a las diferencias que se advierten entre el Ejecutivo y el Legislativo.
Lo hecho está mal y es bueno decírselo con franqueza al presidente para que no crea que ha estado acertado en la comisión de un error que ojalá tenga perdón del cielo.