Posibles formas de prevenir la violencia
Por: Christian Capuñay Reátegui

Hace poco conversaba con un amigo para quien el nuevo ciclo de violencia social registrado desde diciembre del año pasado es la manifestación terminal de males que están presentes en el país desde hace siglos.

No se trataría, por ende, de un fenómeno coyuntural, sino más bien de un problema estructural de nuestra sociedad.

Según esa perspectiva, los siglos de exclusión de vastos sectores de la población, especialmente los ubicados en la periferia de los centros de desarrollo económico, han empujado a este grupo de peruanos a reclamar lo que considera justo para sus intereses.

Se trata, para usar palabras del politólogo Alberto Vergara, de ciudadanos sin república que exigen atención a sus demandas.

Me parece un punto de vista interesante que puede servir para ampliar la mirada sobre lo que está sucediendo.

No obstante, ello no explica el porqué somos tan propensos a matarnos por el solo hecho de presentar distintos puntos de vista.

En otros países hay conflictos iguales o más graves que los nuestros, pero en aquellos no se producen las muertes que aquí sí. Ejemplo es lo sucedido en Brasil, donde el ataque a sedes del Gobierno y la respuesta de las fuerzas del orden no causaron ni un solo fallecido.

¿Será que somos tan intolerantes y tan poco empáticos que la única herramienta para solucionar nuestras diferencias es la violencia?

Lamentablemente, los peruanos no podemos evitar el enfrentamiento fratricida y quien conozca la historia puede dar fe de tan terrible realidad. Las divergencias, sean políticas, económicas y sociales muchas veces condujeron a actos cruentos.

El ejemplo paradigmático es el conflicto armado interno que sacudió al país entre 1980 y el 2000 con un saldo de más de 70,000 personas asesinadas, según el informe de la Comisión de la Verdad.

Si enfrentamos un problema subyacente a nuestro tejido social, la represión del Estado, especialmente si añade más violencia y es la causante de la mayoría de las muertes, no es la solución; por el contrario, solo agrava la crisis.

Convendría más bien empezar por tomar en cuenta la forma de pensar del otro, dejar de considerar “terrucos” a quienes protestan (nótese que ni siquiera son llamados terroristas), “ignorantes” a quienes piden un cambio de Constitución, así como combatir la exclusión, estigmatización y discriminación que se ejerce desde el privilegio contra millones de compatriotas.

La agenda de reformas que se planea aprobar antes de las elecciones debe incluir las aspiraciones de este grupo de peruanos y no ser solo la voluntad de un grupo de franquicias políticas, mal llamados partidos, para nada representativos y que en gran medida son los grandes culpables de esta crisis.

De lo contrario, solo estaremos colocando la tierra bajo la alfombra a la espera de los próximos conflictos y de los siguientes muertos.

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