La intensidad de un sismo
Por: Hernando Tavera – Presidente Ejecutivo del IGP
La primera escala propuesta para medir el tamaño de los sismos se basó en los daños que causaban en las áreas urbanas.
En 1783, cuando Pompeo Schiantarelli recolectó la información de los daños después de ocurrido el sismo de Calabria en Italia, usando símbolos mostró en un mapa los diferentes grados de daño. Sin embargo, la escala de intensidades, tal como conocemos ahora, fue propuesta por P. Egen en 1828, y luego le siguieron el italiano Michele Stefano Conte de Rossi y el suizo François-Alphonse Forel, que publicaron escalas de intensidad similares por vías separadas en 1874 y 1881, respectivamente.
Ambos autores propusieron una escala unificada conocida como escala Rossi-Forel, con diez grados de intensidad. Por otro lado, en 1884, el vulcanólogo italiano Giuseppe Mercalli modificó la escala de Rossi-Forel, considerando también diez grados. Luego, en 1902, el físico italiano Adolfo Cancani extendió la escala hasta doce grados. Posteriormente, en 1912, el geofísico August Sieberg propuso una nueva escala de intensidad con doce grados y en este caso, con la descripción en detalle de los daños para cada grado.
Finalmente, en 1931, los sismólogos Harry Wood y Frank Newman mejoraron la escala y la propusieron como escala Mercalli Modificada (MM), y, en 1956, esta escala fue perfeccionada por C. Richter, aunque solicitó no considerar su nombre para evitar confusiones con la escala de magnitud de Richter. Esta nueva escala va del grado I (detectado solo con instrumentos) hasta el grado XII (destrucción total), y es la que se utiliza actualmente en toda América.
Esta escala de intensidades fue muy útil para cuantificar el tamaño de los sismos ocurridos en el pasado, sobre todo para los que no se dispone de registros sísmicos. Asimismo, el sismólogo Louis Dorbath, en los años 90, comparó intensidades de Mercalli Modificada y magnitudes para sismos peruanos, por ejemplo, que el sismo de Lima de 1746 habría tenido una magnitud de M8.8 a M9.0, y que desde entonces este sismo no se repite.
Con el avance de la ciencia y de la instrumentación geofísica se llegó a comprender que ante la ocurrencia de un sismo, el causante directo de los daños en áreas urbanas es producido por los niveles del sacudimiento de los suelos y no por la magnitud del sismo. Es decir, un sismo de magnitud M8.0 ocurrido a una distancia de 250 kilómetros del área urbana puede sacudir dichos suelos con los mismos niveles que otro sismo de magnitud M5.0 que ocurre a tan solo 10 kilómetros de distancia. Desde el IGP, seguimos haciendo ciencia para protegernos, ciencia para avanzar.