EN LA VIDA NUNCA HEMOS SOBREVIVIDO (PRIMERA PARTE)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

El espectáculo de la vida sigue siendo lo mejor por contemplar. En él interactúan la luz del día y la nostalgia de la noche, la alegría de la sonrisa de un niño y la pena de una despedida temporal.

En el espectáculo de la vida todo es completo, el diálogo de las personas, el caminar de los sonámbulos, el tintinear de párpados de alguien que te observa y la inocencia de una mirada en un parque infantil. Nada sobra, nada falta en el escenario fantástico de la creación. Todo está completo, todo está dado para que podamos llevar a cabo la mejor de la existencias pero no, nos negamos a ello, asumimos creencias equivocadas y sufrimos; queremos ser felices, deseamos a plenitud lograr nuestros sueños y fracasamos. Le pedimos una explicación a la vida y el silencio acompaña nuestros momentos de eterna espera. Pensamos que el mundo es un escenario de sobrevivencia y vivimos aceptamos el concepto. Nos imaginamos un día, en otro mundo y en otro espacio, afirmamos plenamente que sería dichoso existir en el cielo, en el nirvana o en algún estado espiritual del más allá. Nos afanamos en llenar la mente de tanta basura basada en la desesperanza y en darle valor a lo menos importante mas luego sufrimos las consecuencias inevitables de dicha forma de pensar e inexplicablemente seguimos pidiendo una explicación a  la vida de nuestra mala fortuna, del destino tortuoso que recorremos o de nuestra incapacidad para vivir.

Somos realmente lo que pensamos y vivimos aquella realidad que hemos plasmado en la mente. Nuestro aprendizaje nos ha llevado a conjugar ideas nocivas de nuestro ser y por fuerza de la costumbre o por miedo a cambiar nos negamos a alejarnos de dichos preceptos. Creemos que el mundo fue creado para sufrir y mentimos. El mundo es un espectáculo, como lo detallé anteriormente, que tiene tanto de blanco como de negro, tanto de color como de gris; el mundo es una unión de todo aquello que ha sido considerado desde siempre como necesario para la existencia y para el desarrollo personal.

Imaginémonos por un momento que a este mundo que nos rodea le faltaran muchas de las cosas que hoy perciben nuestros sentidos, ¿cómo nos sentiríamos?, quizá no nos afectaría significativamente, pero tal vez llegaría un momento en que las ausencias fueran tan numerosas e importantes que, si se hicieran sentir, entonces pensaríamos que algo falta en el mundo y nos preocuparíamos por ello. Yo vengo y te pregunto, ¿realmente tienes que sentir una ausencia para recapacitar sobre todo aquello que te rodea?

Solamente cuando tocamos fondo empezamos a desempolvar nuestro cerebro con el fin de hallar una respuesta a nuestra duda o sufrimiento. Y nuevamente te pregunto ¿es necesario sufrir para contemplar y darle valor al mundo que te rodea?

¿Verdad que no?

No se puede hallar respuestas correctas en situaciones de gran conflicto emocional como no se puede pescar en medio de una tormenta. El mejor momento para encontrar un significado al día a día es este infinito segundo que está pasando en tu vida, esta eternidad en el tiempo en la cual vives y se llama presente.

¿Sabes algo importante? De seguro que sabes muchas cosas maravillosas, de seguro que conoces de ciencia y tecnología, de ira y fantasía. Pero eso no es importante. Darle un significado a la existencia, comprender la única razón por la cual estamos aquí e interiorizar el milagro del latido de nuestro corazón en cada acto de fe que practicamos es lo único valioso en la vida.

Ahora vengo y te pregunto:

 ¿Por qué crees que tu vida está marcada por la miseria emocional?

¿Por qué afirmas insistentemente que todas las personas están confabuladas con él único fin de hacerte sufrir?

¿Cuáles son tus alegatos para afirmar que la vida de cada se humano debe ser miserable?

¿Quién te ha enseñado que la felicidad es una quimera y que los sueños nunca se podrán hacer realidad?

Posiblemente pudieras darme muchas explicaciones como, por ejemplo: nunca conocí a mi padre, soy huérfano, no he tenido la oportunidad de estudiar, siempre vivimos en casa con el sueldo de hambre de papá y tal vez miles de supuestos más en base a los cuales vayas desarrollando mayores sentimientos de minusvalía emocional.

Puedo estar de acuerdo contigo en que muchos momentos de tu vida han estado cargados de limitación afectiva o económica, pero no puedo estar de acuerdo contigo en catalogar tu vida como un desastre total, un páramo de esperanzas o como un desierto en donde lo único que no puede crecer es la felicidad.

Yo vengo y te digo que naciste feliz, lleno de realización personal y que aquello con lo que viniste a este mundo nunca podrá desaparecer porque es parte de tu esencia, es parte de tu regalo por haber llorado luego de tu primera respiración.

Pero tú me dirás que los latigazos de indiferencia del mundo, que las palabras de desgracia de los seres que te han rodeado y que los dolores corporales por los maltratos recibidos aplacan la mirada y el sentir de dichos conceptos y yo te diré nuevamente que estás mintiendo o mejor, que estás creyendo algo que no es cierto.

Algunos momentos de tu existencia han sido cubiertos por ceniza, por lágrimas y por llanto de dolor pero la mayoría de momentos de tu vida han sido retratados con luces de esperanza y brillo de sol.

Quiero que recuerdes tu vida y que vuelvas a vivir por eso…

¡Dime si siempre estuviste solo!

¡Dime que nunca nadie se ha preocupado por ti!

¡Dime que no tienes cerebro y que no tienes razón para construir una vida mejor!

¡Dime que tienes una minusvalía por la cual estás imposibilitado en el arte de soñar y de hacer realidad lo soñado!

¡Dime que no estás vivo! Porque esa sería la única razón para poder creer que no eres nada y que nunca podrás ser algo.

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