¿Jardinero o leñador?

Por Dr. Jorge Pacheco TejadaDocente de la UCSP

Hace algunos años, revisando el libro Las abejas de la tapera de Mamerto Menapace, me topé con una lectura motivacional que puede servirnos en nuestra labor educativa, sea a nivel familiar o escolar.

En líneas muy generales, el texto narraba la historia de un pequeño arbolito de la familia de los frutales. Los frutales suelen ser muy afectados durante sus primeros inviernos, debido a que el otoño los desnuda pronto de todas sus hojas, perdurando sólo las ramas con una apariencia yerta.  

Una mañana, el pequeño árbol notó la visita imprevista de alguien con un serrucho, e inmediatamente pensó que se trataba de un leñador. Él sabía que los leñadores son hombres que destruyen a los árboles para convertirlos en leña que pueda quemarse, y con ello, defenderse del inclemente frío. En ese momento, el temor embargó sus ramas, porque pensaba que estas serían cortadas para hacer con ellas fuego.

Al clarificarse la figura del visitante, el arbolito notó que ese rostro estaba impregnado de una mirada buena, además, su cercanía inevitable, iba acompañada de una cantada melodía. Intuyó que quien canta no puede ser malo, y por eso guardó silencio para escuchar mejor lo que cantaba.

La copla era sencilla: “No tengas miedo a la poda, cuando es verde tu madera, yo no busco lo que saco, me interesa lo que queda”.Fue en ese momento donde el arbolito descubrió que el hombre era un jardinero. Al leñador le interesa lo que se saca del árbol, mientras que el jardinero es un hombre con fe en la primavera, le interesa lo que el árbol conserve.

Por ello no mutila, sino lo poda con cariño para entregarlo en plenitud de vida a septiembre. Al jardinero le interesan las ramas verdes y los frutos, porque es un hombre con fe y esperanza.  

Ojalá cada persona con la que tenemos un rol formativo, sean nuestros alumnos o nuestros hijos, sea capaz de descubrir en nosotros al jardinero, es decir, al que, machete en mano, va podando, pero en vistas al logro de la plenitud de los frutos.

No se es buen jardinero si no se poda, ni tampoco se es buen educador si no se corrige, si no se forma. Pero esa poda requiere que la persona perciba nuestra bondad, pueda escuchar esa canción que genera confianza a través de una mirada generosa, una broma cercana, una mano extendida amiga; que nos permita llegar y evidenciar nuestra vocación de jardineros, y jamás de leñadores.

Si un sistema educativo quiere ser eficaz, debe centrar su atención en el tipo de relación que establecemos con los educandos. Me animo a señalar que la riqueza que brinda una “relación personal”, se configura como la única capaz de generar un verdadero encuentro entre maestros y alumnos, entre padres e hijos, con vistas a promover la integración en un vínculo enriquecedor y transformador.

Desde esa perspectiva, sí es posible hablar del jardinero como forma de vínculo educativo en lugar de la disciplina empobrecedora impuesta por el leñador. La calidez, la cordialidad y la cercanía son las que nos hace verdaderos formadores, con la fe puesta en la primavera.

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