TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN

Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

En el Evangelio de este tercer domingo de Pascua, san Lucas nos relata que la primera vez que Jesucristo resucitado se apareció a los apóstoles y otros discípulos que estaban con ellos en el cenáculo, «sobresaltados y asustados creían ver un espíritu», y cuando Jesús les mostró sus llagas «no acababan de creer por la alegría y seguían atónitos» (Lc 24,37-41). El mismo miedo y la misma alegría sintieron María Magdalena y las mujeres cuando, unas horas antes, el ángel les anunció que Jesús había resucitado (Mt 28,8; Mc 16,5-8). A través de estos relatos, los evangelistas nos transmiten fielmente que para los apóstoles, los discípulos y las mujeres que habían visto a Jesús morir en la cruz no fue fácil comprender la resurrección. Algo similar nos puede pasar a nosotros porque, como dijo el Papa Benedicto XVI, la resurrección «no entra en el ámbito de nuestra experiencia y, así, el mensaje muchas veces nos parece en cierto modo incomprensible, como una cosa del pasado» (Homilía, 11.IV.2009). Sin embargo, la resurrección de Cristo es el fundamento de la fe cristiana y el centro de la predicación de la Iglesia.

En efecto, como el mismo Jesús, haciendo referencia a lo anunciado por los profetas, les dijo a los apóstoles y discípulos en esa primera aparición que estamos comentando: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos…Ustedes son testigos de esto» (Lc 24,46-48). Y, algunos años más tarde, san Pablo escribirá: «si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe» (1Cor 15,14). Es justamente el encuentro con Jesucristo resucitado lo que llevó a los primeros apóstoles y después también a san Pablo y a muchos otros a anunciar el Evangelio a todas las gentes. Es, pues, el mismo encuentro que los cristianos de cada generación estamos llamados a tener para que la Iglesia continúe con la misión que Jesús le ha encomendado.

Ahora bien, ¿es posible encontrarse hoy con Jesucristo resucitado, si han pasado casi veinte siglos desde que resucitó y ascendió al Cielo? Sí, lo es porque Él sigue presente en este mundo en la Palabra y los sacramentos y, por medio de ellos, hace posible que en la Iglesia y por la fe todos podamos encontrarnos con Él, experimentar en lo profundo de nuestro ser la resurrección y dar testimonio de ella con nuestras obras. Es el fruto de la conversión, por la cual, atraídos y movidos por la gracia de Dios, respondemos a su amor misericordioso que nos lo ha revelado plenamente al morir en la cruz para el perdón de nuestros pecados y, de esa manera, el mismo Dios nos renueva desde lo más íntimo de nuestro ser y nos hace partícipes de su santidad (Catecismo, nn. 1428 y 1989). Como hace unos años dijo el Papa Francisco: «Jesús es una persona viva. Ser cristianos no es ante todo una doctrina o un ideal moral, es una relación viva con Él, con el Señor resucitado: lo miramos, lo tocamos, nos alimentamos de Él y, transformados por su amor, miramos, tocamos y nutrimos a los demás como hermanos y hermanas» (Regina Coeli, 18.IV.2021).

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