Eco y Narciso. El Gobierno y el Congreso

Por: Pedro Rodríguez Chirinos – Asociación Rerum Novarum.

Eco era una ninfa del bosque, joven hermosa que tenía el don de la elocuencia. Fue conducida a pedido de Zeus al Olimpo, hogar de los dioses, donde tendría que entretener a su esposa Hera para así poder escaparse y ser infiel una vez más. Hera se dio cuenta, tarde que nunca, de esa encantadora tertulia y fascinación, hasta que despertó de ese encantamiento de Eco. La diosa al ver la infidelidad, el engaño, montó en cólera y castigo a Eco a no hablar; y solo repetir aquello que le decían. El bosque, cuando no y de muchos, es el refugio de Eco y su maldición. Es ahí donde su desgracia se vuelve mortal.

Ella se enamora de Narciso, quien tenía sobre su cabeza la profecía del adivino Tiresias, la cual decía que tendría una larga vida si no se contemplaba a sí mismo. El destino, la fortuna o desgracia hacen que se encuentren Eco y Narciso. Ella se enamora perdidamente de ese hermoso joven y para él, solo era una más que desdeñaba. Se convertiría esa desafortunada ninfa en una sombra que no podía hablar con él, solo podía repetir aquello que se le decía. Hasta que el se miró en un espejo de agua, no sabemos si fue un lago o río. Pero se admiró y quedó perdidamente enamorado de sí. Y ella, no podía hacerle saber sobre esa desgracia. Pasaron las horas y días, hasta que murió contemplándose. 

“Así se fue consumiendo poco a poco, y el dolor la fue absorbiendo hasta que desapareció y se desintegró en el aire, quedando sólo su voz que repetía las últimas palabras de cualquiera. Esta voz es lo que llamamos eco. Debido a esto los dioses se molestaron y todas las demás mujeres rechazadas oraron a los dioses por venganza. Némesis (la venganza) las escuchó e hizo que Narciso contemplara su propia imagen. Cuando el joven lo hizo, se enamoró de su propia belleza y ya no le importó nada más que su imagen. Se quedó contemplándose en el estanque y se dejó morir…” (Angustias, 2024)

Hoy la tenemos ahí en los cerros, montes y quebradas. A él siempre lo vemos donde hay espejos, sean ríos, lagunas o charcos, siempre mirándose y queriéndose. Una historia trágica de amor, querida por el amor, pero no deseada por el desenlace. Hoy tenemos un congreso en nuestro país, que solo se mira así mismo, de espalda a un creciente e inmenso reclamo popular, creyendo que están haciendo lo correcto. Lo malo de verse el ombligo, es siempre tener en cuenta sólo los propios intereses y criterios, lo cual lleva a caerse tarde o temprano en un mar de repudio y al final un olvido. Mientras que un gobierno que luce, pero no amerita y representa, cree que dando falsas señales de progreso solo cae en una sombría caricatura de ser autoridad. La autoridad se gana cuando lo que se busca es el bien y coloca el amor de hacerlo, solo así se vuelve alguien que escribe en la vida de los demás debido a la coherencia de decir la verdad y hacer el bien. Solo así se es autor, a eso se llama autoridad.

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