A vueltas con la educación
Por: Juan C. Valdivia Cano – El Montonero
Hay un problema que nunca se ha podido resolver de verdad en 200 años en casi todos los países hispano andinos, al que podríamos llamar “omisión de ruptura con el pasado virreinal o colonial”. Toda nuestra tradición y todo nuestro destino parecen marcados por este hecho: no hemos roto con el pasado premoderno (en nuestro caso el pasado virreinal o colonial), como lo han hecho los países europeos y algunos otros. Se expulsó a los españoles, pero la sociedad peruana siguió tal cual, básicamente con sus mismas creencias, valores, ideas, esquemas mentales, relaciones sociales, etc. No fue una revolución sino un cambio formal de Constitución y la independencia política de España. No es poco, pero fue y es insuficiente para salir del subdesarrollo, como lo constatamos hoy.
En el plano ideológico, que es determinante en educación, todo sigue básicamente igual, a pesar de las pizarras de acrílico, el PowerPoint, el Internet, las computadoras, el YouTube, etc. Nada explica mejor el subdesarrollo que la pobreza mental de una mayoría, como su bajo standard ético educativo que influye directamente en sus valoraciones y elecciones. Y no me refiero solo a los analfabetos oficiales. Un país tiene serios problemas de educación cuando la gente lee muy poco y entiende poco lo que lee, sin hablar de la calidad de las lecturas y autores.
Cualquiera que sea el sentido que se dé a términos de moda como excelencia académica, calidad, etc., entre otros, y las prácticas objetivas que estas ideas ponen en marcha, hay que revisar los paradigmas educativos simplemente. Todos estamos gobernados por ellos, y resultan más fuertes mientras menos reconocidos son, mientras menos conscientes somos de ellos. Hay que hacer el inventario respectivo, individual o colectivo, para poder gobernar esos paradigmas y que no nos gobiernen ellos a nosotros. ¿Cómo intentar la calidad y la excelencia sin este inventario, sin esa revisión crítica de ideas, de creencias, valores o esquemas mentales heredados? ¿Cómo hacerlo sin caer en nuevos cambios aislados, inconsistentes, muchas veces puramente burocráticos, que no hacen sino mantener lo esencial del problema irresuelto?
El problema principal es la mala calidad educativa. Es el fondo de todos nuestros problemas, todos nos llevan a él. Las reformas que sólo han visto un aspecto aislado de este problema han fracasado, pero también las que tienen en cuenta diversos factores y no priorizan ni buscan lo esencial, lo determinante: los paradigmas que determinan la calidad de los profesores. Porque eso van a transmitir al estudiante: su concepción del mundo y su calidad, o la falta de ella. Y la baja calidad educativa tiene que ver directamente con la visión educativa que domina la educación peruana: aquí la llamamos “escolástica” —con o sin barniz modernizante— que todavía asumimos como modelo pedagógico mayoritario en el Perú: autoritario, acrítico, dogmático, repetitivo, tedioso, no sirve para aprender a pensar, etc.
Cuando hablo de educación me refiero en general a la educación que recibe la mayoría peruana, la pública pero también gran parte de la privada. Pero el modelo mental “escolástico” del que nos ocupamos aquí debe tomarse sólo como “modelo” porque sólo pretende ser eso, un instrumento creado por la mente para abordar la realidad educativa sin las manos vacías. Puede servir o no, pero no es copia, ni reflejo de la realidad, ni pretende serlo, como no pretende ser verdadero o falso. Es sólo herramienta, utensilio, medio; quiere ser sólo útil.
Agreguemos además la dictadura de la tecnología educativa sin humanidades, de toda moda: cambios en mallas curriculares, variadas técnicas para elaborar el sílabo, ocho formas de calificar los exámenes; capacitación exclusiva sobre competencias, evidencias indexadas, carpetas pedagógicas, carga lectiva y no lectiva, etc. No son solo exigencias prioritarias sino exclusivas y excluyentes (cero humanidades, cuando el problema de los profesores universitarios es su indigencia a este respecto; la literatura, la historia, la filosofía, la lengua y el arte, etc, ni se mencionan en su preparación y su desaparición se normaliza oficialmente). En estas condiciones la tecnología educativa sólo representa una fingida modernidad.
¿Las acreditaciones de SINEACE sirven para mejorar la calidad de las instituciones educativas cuando cumplen los 32 estándares? Es correcto que se niegue la acreditación o se suspenda la licencia a las malas universidades, que abundan, y que se disponga (de arriba hacia abajo, sin opinión, discusión o sugerencias, en vista de la desaparición de la autonomía universitaria, que no sirvió casi para nada positivo, hay que reconocerlo) la correcta administración de las facultades, programas y escuelas ; pero si el problema primordial es la calidad de los profesores (consecuencia de sus paradigmas). ¿Cuál de esos estándares tecnocráticos incidirá –o está incidiendo– en la mejora de su calidad ? ¿Cuáles de esos abundantes estándares cuasi exclusivamente administrativos contribuyen a superar la mala calidad educativa y cómo? Las universidades acreditadas no han cambiado en cuanto a la calidad de los profesores por efecto o impacto de la acreditación. Ya ha pasado suficiente tiempo y no hay señas a ese respecto, ni tendencia clara que se dirija hacia ello. ¿Dónde están y cuáles son los profesores que mejoraron su calidad por impacto de la acreditación? ¿Cuáles son las “evidencias” al respecto?
Sin embargo, podría ser que bastase con dos estándares para mejorar la calidad, probablemente: 1) Investigación: concentrar todos los esfuerzos de todos los estratos institucionales en esta actividad; profesores, autoridades, administrativos y estudiantes, previo diagnóstico crítico y autocrítico 2) Formación (no capacitación) de los profesores, especialmente los más jóvenes y talentosos; viajes de estudio de dos años mínimo a países con buena calidad educativa, en cualquier idioma; invitación a profesionales de alta calidad para que dicten cursos, no solo conferencias de una jornada; realización de todo tipo de eventos inducidos hacia el buen logro de esos dos estándares, a iniciativa de cualquier miembro de la comunidad educativa, etc.
Ese proceso de revisión de paradigmas es, entre otras cosas, un examen (auto) crítico de las ideas y creencias educativas recibidas por tradición a través de la familia, el colegio, el medio, etc., justamente por ser “recibidas”, es decir externas al receptor, en un primer momento. En lugar de romper las ataduras, en el Perú tratamos de mezclar lo que nos ata al pasado con lo nuevo, queremos ser modernos sin hacer consecuentemente todo lo que eso implica. Queremos salvar a los dos: ser modernos sin dejar de ser tradicionalistas, costumbristas, pre modernos . Luego nos enredamos con la incompatibilidad por querer ambos, la tradición pre republicana y la modernidad. “Modernización tradicionalista” le llama Fernando de Trazegnies
Y el resultado siempre es un híbrido con predominio de la anquilosada tradición educativa, del modelo pasado y obsoleto. Por eso no hay consistencia, no hay armonía, no hay unidad de estilo educativo: querer ser modernos sin tocar el pasado, la costumbre, especialmente en su núcleo ideológico valorativo, que los grupos educados en el Perú deberían discutir seriamente. La vida se hace innecesariamente complicada y conflictiva y la barbarie se impone más y más porque no planteamos ni menos discutimos ni resolvemos el problema de los esquemas mentales premodernos (porque lo damos por hecho) que es el fondo del problema educativo. Por eso no somos ni chicha ni limonada en este ámbito trascendental. Ni plenamente modernos, ni plenamente pre-modernos. Ponemos la máscara modernizante al servicio de la tradición y producimos un mixto educativo que en la cocina es muy bueno, pero no como paradigma pedagógico: el sancochado.
¿Por qué estamos en los últimos lugares en educación en América Latina? ¿Por los sueldos de los profesores? ¿Por la infraestructura? ¿Por los malos silabus o curriculums? ¿Por los métodos y técnicas de enseñanza? La respuesta es: todo eso es consecuencia, no causa; lo determinante es la concepción, la visión educativa, el modelo educativo. Y habría que evitar la frecuente confusión entre causas y consecuencias. La causa es la mentalidad, la cosmovisión de los que mandan y gobiernan, de los profesores y de la población mayoritaria. Y eso ocurre con mayor razón en educación: los paradigmas escolásticos son los que, en última instancia, deciden. Sin cambio de paradigmas no hay mejora en la calidad educativa. No se puede dar educación moderna sin principios o valores modernos. Pero nosotros hemos adoptado la posición inadmisible: querer todo a la vez, aún en la incompatibilidad.
“A los políticos —decía Norman Mailer— no les interesan los problemas políticos: son actores”, es decir, parte del problema. La solución tiene que venir de las instituciones educativas mismas y puede empezar muy humildemente. La experiencia educativa minimalista eficiente (un colegio, un grupo) no tiene menos valor cualitativo que una macro experiencia gubernamental en este ámbito (que hasta ahora no ha funcionado; ninguna reforma educativa ha tocado el problema de la calidad porque no lo ha intentado de verdad). ¿Pero quién educa al educador? La experiencia minimalista puede provocar el efecto Pigmalión (o bola de nieve) si es de calidad (el mal y el bien se contagian igualmente).
No esperar que algún día las autoridades quieran hacerlo y tengan éxito. Además ¿quién reforma al reformador? La respuesta a esa pregunta es indesligable del problema de valores en nuestra sociedad peruana. ¿Con qué valores se debería hacer una verdadera reforma educativa? ¿con los de Mario Vargas Llosa o los de Juan Luis Cipriani ? ¿Con los valores tradicionales, o con los de la Constitución republicana? Por eso no ha habido una verdadera reforma en el siglo pasado. Ninguna ha querido mirar el fondo paradigmático. ¿Y los valores de la Constitución para qué están? ¿Para qué están los valores democrático republicanos si no es para educar con ellos a los niños peruanos de primaria y secundaria?
Los viejos valores, las viejas tablas no funcionan hace tiempo en educación, el tradicionalismo, el conservadurismo (incluido el caviar) producen mucho bostezo en educación; pero nadie quiere romper esas tablas y no se crean o adoptan nuevas, es decir, nuevos valores: los que están en nuestra a Constitución. Es la definición misma de la crisis educativa: lo viejo no motiva, lo nuevo no se ha arraigado en la conciencia colectiva.