NO SÓLO DE PAN

Por Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa
El evangelio de este domingo, primero de Cuaresma, nos relata las tentaciones de Jesús en el desierto. El espacio del que disponemos no nos permite detenernos en cada una de ellas, así que sólo me referiré a la primera. Dice el evangelista Lucas que, después de ser bautizado por Juan en el Jordán, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús y lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días sin comer, transcurridos los cuales el diablo le dijo: «Si eres hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan» (Lc 4,3). Una propuesta aparentemente razonable, ya que, por un lado, Jesús es hombre y como tal es natural que en ese momento tuviera muchísima hambre; y, por otro lado, Jesús es Dios y si algunos siglos antes ya Dios había sacado agua de una roca para darle de beber al pueblo de Israel en el desierto, con cuánta mayor facilidad podría hacer que una simple y pequeña piedra se convierta en pan. Jesús, sin embargo, le responde: «No sólo de pan de vive el hombre» (Lc 4,4), citando lo que, a través de Moisés, Dios le dijo al pueblo de Israel antes de introducirlo en la Tierra Prometida: «no sólo de pan vive el hombre sino de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3).
Así vence Jesús la primera tentación. Pero, nos podemos preguntar: ¿por qué calificar como tentación la propuesta de transformar una piedra en pan y saciar el hambre sin hacerle daño a nadie? Una propuesta aparentemente inocente e inofensiva, como muchas de las que nos presenta el demonio a lo largo de nuestra vida. Para entenderlo, debemos volver al inicio del relato: Jesús, como dice el Evangelio, no fue al desierto por propia iniciativa. Lo llevó el Espíritu Santo, es decir Dios. La propuesta que le presenta el demonio a Jesús, y repito también a nosotros, es salirse de la voluntad de Dios, de la historia que Dios está haciendo con Él, y pasar a ser el protagonista de su propia historia. Una historia sin Dios, centrada sólo en lo material, olvidando que el hombre no es sólo un cuerpo material sino también alma espiritual, que necesita alimentarse no sólo de pan sino también, y sobre todo, “de lo que sale de la boca de Dios”, es decir de su Palabra que, si la acogemos, se hace historia en nosotros.
La “tentación del pan” está muy extendida en nuestros días. Preguntémonos, por ejemplo, cuánto tiempo y energías dedicamos cada día a procurarnos el pan, lo cual naturalmente no está mal, pero ¿cuánto tiempo al día, cuánto tiempo en nuestra vida nos dedicamos a escuchar la Palabra de Dios? ¿Le dedicamos algún tiempo en nuestra jornada cotidiana o la escuchamos sólo unos pocos minutos a la semana en la Misa dominical? ¿O tal vez ni siquiera eso porque hasta nos distraemos en alguna de las lecturas? ¿O ya ni siquiera vamos a Misa sino que organizamos nuestra vida por nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades y estrategias? Si alguno se ha alejado de Dios y se está dejando llevar demasiado por lo material, la Cuaresma es tiempo propicio para volver a Él y dejarse saciar con el pan que no perece: Jesús, la Palabra de Dios encarnada.