La Arequipa de Vargas Llosa

Siempre que visitaba la casa donde nació en la avenida Parra se imaginaba a su madre Dorita, “autosecuestrada por el qué dirán”, además le encantaba el chupe de camarones y fue por la “tribu” que aprendió a amar a la tierra donde nació
Por José Carlos Mestas
Son dos las razones por las cuales Mario Vargas Llosa está vinculado a Arequipa: la primera, la más poderosa, porque nació en esta tierra hace 89 años. La otra, de no menos fuerza, es que su madre, Dorita como él le llama, también es originaria de la Ciudad Blanca.
Ahora que nos ha dejado el único premio Nobel de Literatura no solo de Arequipa, sino del país, aprovechamos para hablar de estos dos aspectos fundamentales, es decir, de la relación con su madre y a través de ella con Arequipa.
LA AREQUIPA QUE CONOCIO
Vivir solo un año en una ciudad no deja ningún recuerdo, eso es exactamente lo que le ocurre a Vargas Llosa. Por eso todo lo que sabe de esta tierra es solo a través de lo que le contaban su madre, sus abuelos y sus tíos.
“Como solo viví un año aquí, no tengo ningún recuerdo personal alguno de la casa del Boulevard Parra. Pero sí muchos heredados”. Es decir, la memoria como base para establecer una primera relación con la tierra que lo vio nacer.
“Crecí en Cochabamba, Bolivia, oyendo a mi madre, mis tíos y abuelos contar anécdotas de Arequipa, una ciudad que añoraban y querían con fervor místico”. Reparemos en algunos aspectos. Primero, el contar entraña relato, es decir ficción. Y las memorias son, como dice García Márquez, no lo que vivimos sino lo que creemos que hemos vivido, simple invención. Luego, las anécdotas, es decir, no le cuentan historias reales sino aquello que ellos creían que era lo más importante de difundir. Por último, la añoranza, si bien querían a esta tierra lo cierto es que también les traía malos recuerdos.
“Mis primeros recuerdos personales de Arequipa son de ese viaje, que tuvo lugar en 1940. Había un Congreso Eucarístico y mi mamá y mi abuela me trajeron consigo”, recuerda y donde además le nace su preferencia por el chupe de camarones como plato preferido ya que “la señora Inocencia, que puso bajo mis ojos, por primera vez, un chupe de camarones rojizo y candente, manjar supremo de la cocina arequipeña”.
No volvería a visitarnos sino hasta la década del 60, cuando se realizó en Arequipa el primer encuentro de narradores peruanos y donde Vargas Llosa era uno de los participantes, pero obviamente aun sin la fama de hoy en día.
“Entonces vivía allí, solo, un señor Vitelli, afable viejecito que se acordaba de mi madre y mis abuelos y que me enseñó el cuarto donde mi madre estuvo sufriendo lo indecible durante seis horas porque yo, por lo visto, con un emperramiento tenaz, me negaba a entrar en este mundo”.
Desde ese momento, sus visitas han sido más constantes o periódicos, si vale el término, como cuando llegó para investigar sobre Flora Tristán como personaje de su libro “El paraíso en la otra esquina”; luego para la presentación de esta novela en el Monasterio de Santa Catalina.
“Todas las veces que he venido a Arequipa desde entonces y he pasado por el Boulevard Parra a echar un vistazo a la casa en que nací, he tratado de figurarme lo que debió ser la vida de esa mujer veinteañera, con un hijo en brazos y sin marido… autosecuestrada en esta vivienda por el temor al qué dirán”.
Si nos fiamos de lo que muchas veces ha dicho y repetido, notamos claramente que los recuerdos de Vargas Llosa no están cargados de nostalgia sino de un dolor tremendo, pues recuerda a la madre maltratada y abandonada.
LA MAMA DORITA
La vida de Dorita Llosa Ureta en Arequipa fue breve y sobre todo agridulce. Su matrimonio solo duró un año, pues estando embarazada fue abandonada por su esposo Ernesto Vargas que según algunos ya tenía otro compromiso con una mujer a la que llamaban la “Gringa”.
Ella se casó pese a los ruegos de sus padres para que no lo haga. “Les parecía precipitada y rogaron a mi madre esperar un tiempo, conocer mejor a ese joven. Pero no hubo manera porque a Dorita cuando algo se le metía en la cabeza, nadie se lo sacaba de allí, ni siquiera cortándosela (rasgo que creo también heredé)”, recuerda el escritor en un artículo donde habla sobre su casa en Arequipa.
Ese fue “un año atroz por la vergüenza que sentía… Durante el primer año de tu nacimiento no salí casi nunca de la casa del Boulevard Parra. Me parece que la gente me señalaría con el dedo” le cuenta su madre a Vargas Llosa cuando “yo era un hombre lleno de canas y ella una viejecita”. Este dato es importante, porque nos indica que ambos nunca pudieron conversar por las decisiones de su madre sino cuando ambos estaban libres de eso peso inmenso que era el padre.
“Nadie me quita de la cabeza que la familia Llosa abandonó el terruño al que estaba tan aferrada y partió a Bolivia para poner una vasta geografía de por medio con aquella tragedia de la pobre Dorita”, sigue recordando Mario.