HOY ES DÍA INTERNACIONAL DEL  LIBRO

«Estamos creando analfabetos funcionalesal no mejorar servicio educativo en el país»

La especialista Ruth Anastacio sostiene que en el Perú todavía hay 1 millón de analfabetos. A ellos se suman las personas que saben leer, pero no entienden lo que leen.

Por Jorge Turpo R.

Gerente de operaciones de la Fundación Dispurse, Ruth Anastacio.

En el Perú, más de un millón de personas no saben leer ni escribir. La mayoría de ellas tiene más de 40 años y vive en zonas rurales. Aunque la cifra ha bajado respecto a décadas anteriores, el progreso ha sido tan lento como frustrante: en los últimos 15 años, el analfabetismo apenas se redujo en 2.6 %. Es decir, se ha hecho poco para resolver uno de los problemas más estructurales y vergonzosos del país.

Ruth Anastacio, gerente de operaciones de la Fundación Dispurse, lanza una advertencia que suena más a sentencia: “Estamos creando analfabetos funcionales al no mejorar el servicio educativo en el país”.

Es una afirmación que pone el dedo en la llaga de un sistema educativo que amplió la cobertura, sí, pero dejó de lado la calidad.

El problema no solo se limita a quienes no tuvieron acceso a la educación básica. Hoy existen jóvenes y adultos que, pese a haber culminado la secundaria —e incluso la universidad—, no comprenden lo que leen.

Es el llamado analfabetismo funcional: personas que pueden decodificar palabras, pero no interpretarlas. Pueden leer un libro, por ejemplo, pero no entenderlo. Pueden ver una señal de tránsito, pero no captar su significado completo. Viven en un mundo lleno de palabras que no les pertenecen del todo.

El reciente Índice de Competitividad Regional (INCORE) 2024 lo confirma: regiones como Huánuco (12.5%), Apurímac (11.2%) y Cajamarca (9.9%) siguen registrando alarmantes tasas de analfabetismo.

Allí, muchas personas adultas caminan horas para llegar a un centro de educación de adultos. Cuando llegan, se topan con propuestas escolarizadas, rígidas, que no se ajustan a sus vidas llenas de trabajo, hijos y responsabilidades.

“Hay una desconexión brutal entre la oferta educativa y las necesidades reales de la población adulta”, explica Anastacio. “Los programas de alfabetización exigen horarios fijos y asistencia regular, lo que no es viable para personas que trabajan todo el día o viven en zonas alejadas”, agregó.

A esto se suma la falta de infraestructura educativa en áreas rurales y la persistente pobreza, que obliga a los más jóvenes a abandonar las aulas para ayudar en casa.

Y mientras tanto, se sigue gestando una nueva generación de adultos que tampoco sabrá leer ni escribir.

Hoy, en pleno 2025, hay niños y adolescentes fuera del sistema escolar, y otros tantos que, aun dentro, no aprenden lo que deberían.

Según datos oficiales, solo el 25% de los estudiantes culmina la secundaria. El resto abandona. La educación no se valora, o no tiene sentido práctico para ellos.

La situación se agrava cuando se considera que muchas de las personas analfabetas no solo están fuera del sistema educativo, sino también del radar de las políticas públicas. La educación de adultos no suele ser prioridad en los planes nacionales, lo que significa que miles de ciudadanos viven sin acceso a información clave para ejercer derechos básicos como la salud, la participación electoral o la seguridad laboral. En el mejor de los casos, quedan relegados a programas asistenciales sin continuidad ni seguimiento.

En contraste, otros países que enfrentaron problemas similares decidieron hacer de la alfabetización una política de Estado. Corea del Sur, por ejemplo, logró erradicar el analfabetismo en pocas décadas, invirtiendo en formación docente, infraestructura, incentivos para las familias y, sobre todo, una visión de largo plazo. No fue magia, fue voluntad. Y sobre esa voluntad, construyeron desarrollo.

LEER NO ES TODO

“La lectura es una herramienta vital”, recuerda Anastacio. “No se trata solo de leer novelas. Leer es necesario para saber cómo tomar un medicamento, cómo cultivar mejor, cómo cuidar a nuestros hijos. Es una herramienta para sobrevivir, para defendernos, para ejercer nuestros derechos”.

Pero leer no basta. El gran vacío está en la comprensión. “Nuestros chicos sí pueden leer ‘de paporreta’, pero no entienden lo que leen”, señala. “Descifran el código, pero no acceden al significado. Eso también es analfabetismo”.

Desde la Fundación Dispurse, se han empezado a implementar programas alternativos de alfabetización adaptados a la realidad de los adultos. Utilizan tecnología, diseñan contenidos funcionales y promueven una educación que acompaña la vida, en lugar de interrumpirla.

“Es posible revertir esta situación —insiste Anastacio— pero necesitamos voluntad política, inversión real y compromiso sostenido”.

Más de un millón de peruanos siguen atrapados en el silencio de las letras. No pueden leer un cartel, una noticia, una sentencia judicial. Y cada año, nuevos nombres se suman a esa lista, porque el sistema educativo no alcanza, o no convence. Porque la pobreza, la indiferencia y la deserción escolar siguen ganando.

En un país que presume de sus recursos naturales, pero descuida su capital humano, el analfabetismo no es solo una herida antigua: es una herida que no deja de sangrar.

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