Ser una mejor persona y comprender las historias de los demás, es mi filosofía y lo que intento transmitir a través del arte

El artista Vicente López de Romaña y lo que nos enseña su muestra.

Por Úrsula Angulo

Camino por las salas y escucho los clics de la cámara. El fotógrafo le toma a Vicente las fotos que acompañarán este artículo. Me alejo un poco, para no distraerlo mientras tiene que mirar a la lente, y para aprovechar y apreciar detenidamente cada pieza de su muestra en dos salas que esa noche, en la inauguración, estarán colmadas de un público sumamente complacido.

Despedimos al fotógrafo y vamos a un café muy cerca. No nos alejamos mucho, pues Vicente tiene que volver pronto, porque aún le quedan pequeños asuntos por resolver en una exposición que tendrá visitas todo un mes.

“Dibujé todos los días de mi infancia”, empieza Vicente para contar cómo descubrió que tenía que dedicarse al arte. “Me di cuenta de que yo era artista y que el arte era lo mío cuando tenía 18 o 19 años. Recuerdo haber visto en ese entonces una película sobre arte y haber dicho ‘yo soy artista’. Ahora sé que soy artista de toda la vida, pero, cuando era niño, esa no era una opción, no solo económicamente, sino que un artista era una persona muy especial, alguien que aparecía en los libros de arte. Siempre he sentido que tengo que dibujar o hacer algo con las manos, pero nunca me había identificado como un artista. Sí sabía que tenía una habilidad particular para dibujar y me gustaba mucho, pero nunca me vi como artista”.

Le pregunto a Vicente por sus estudios de Arte y recuerda todos los detalles, incluso una anécdota muy peculiar: “Empecé mis obras cuando terminé la formación sodálite; tenía 21 o 22 años y me enviaron a Chile, allí pedí permiso al Sodalicio para estudiar Arte. Estuve un año en la Universidad Finis Terrae en Santiago, y luego el Sodalicio no me permitió continuar porque parte de un curso era dibujar la figura humana con mujeres desnudas como modelos en el aula. Me dijeron que mejor no seguía la carrera y, por supuesto, la dejé. Entonces, busqué algo relacionado con el arte, pero que no significara un problema para el Sodalicio: empecé a estudiar Diseño Gráfico en la Universidad del Pacífico en Santiago. Al principio me gustó, pero avanzaba en los cursos y sabía que no era precisamente lo mío. Lo dejé”.

Vicente vivió diez años en Santiago y, después de dejar dos carreras, estudió Teología y Filosofía, pero a la mitad de sus estudios una crisis empezó a abatirlo. Tenía cerca de 30 años y diversos factores hicieron que se cuestione el camino que había tomado. Y así comenzaba el cambio más radical en su vida: “Después de una clase de Teología decidí que dejaba esa carrera, que tenía que ser artista. Empecé a tomar clases de pintura en Chile, pintaba temas religiosos, claro. Pero entender el arte desde la perspectiva sodálite me estaba resultando imposible. Poco después sentía que tenía mucho por resolver y ordenar en mi cabeza, fui a ver a un psicólogo y me preguntó si había pensado que quizá el Sodalicio no era para mí. Fue la primera vez que me di la libertad de pensar sin culpa que tal vez no estaba en el lugar correcto. Y decidí mi salida del Sodalicio. Tiempo después, me di cuenta de que había estado en una cárcel”.

De regreso en Lima, Vicente estudiaría la carrera de Arte y así, aunque en un proceso complejo, empezó a entender la libertad que había obtenido: “Mis estudios fueron terapia para mí. Sin embargo, cuando terminé, sentí un vacío terrible, estaba acostumbrado a que me digan qué hacer. Por un año, seguí dibujando, pero sentía que mi obra no estaba lista. No tenía claro qué estaba haciendo. Pero eso, por muy poco tiempo”.

“En esa época, llegaron a mí varias herramientas del taller de carpintería de mi abuelo paterno. Prácticamente, armé el taller de carpintería de mi abuelo en mi departamento, y con juguetes de mi infancia. Siempre he necesitado tener espacios muy míos, desde mi escritorio, por ejemplo. Y eso fue lo que creé, un espacio muy mío”. Así, aparecían las piezas que harían que Vicente no dejara el arte nunca más: “Me enfoqué en ese espacio, en el taller de mi abuelo en mi departamento, y fue como dejé de sentir angustia y culpa, empecé a disfrutarlo”.  

Aún en el café, pero con la imaginación en su taller, le pregunto a Vicente por los objetos que escoge para sus obras: “Hay piezas que consigo y pueden pasar años hasta que las utilizo, hasta que juntas dicen algo. Cada juguete viene con una historia y un universo. Muchas veces, sentía que con los juguetes que usaba repasaba mi historia; fue liberador, aunque había mucha rebeldía. Al intervenir los juguetes creaba historias, entendemos el mundo por historias. Los juguetes son los que me dan las ideas. Salí de la escuela de arte preguntándome cuál era mi voz y ahora hago que unos juguetes conversen con otros, y, en el proceso, sale mi voz, pero son los objetos los que me dicen qué tengo que hacer”.

“Aprendí de electricidad y me electrocuté cuarenta veces”, me cuenta a manera de broma —espero—. “Me corté con las máquinas”, y confío sin convencimiento en que bromea otra vez. “Pero fui aprendiendo y empecé a mirar el mundo a través de cómo representar muchas cosas con juguetes, fue muy importante sacar los objetos de su contexto para tratar de entender cómo me sentía”.

Pienso en los juguetes que hace unos momentos vi, ya listos ellos para mostrarse al público, y le pregunto por las historias que representan, y me explica: “Todos entendemos cuál es el mensaje de cada personaje, de cada juguete, pero nos sorprendemos al sacarlo de su universo, porque el superhéroe que combate el mal, en mis piezas, puede aparecer como el malo. Fue un ejercicio para derrumbar verdades absolutas que estaban en mi cabeza: en mi proceso post-Sodalicio, en mi vida adulta, he comprendido que no hay verdades absolutas, ver el mundo desde solo una perspectiva es muy dañino. No podemos creer que quien no piensa como nosotros es nuestro enemigo. Lo único que es absoluto es que somos seres vivos, tenemos necesidades y muchos de los relatos en los que basamos nuestra existencia son invenciones para sentirnos más seguros o para culpar a otros de nuestros males. No hay nada absoluto”.

Vicente debe volver a su muestra y ver una vez más que sus piezas estén listas para la noche, entonces, me deja lo que parece ser el sosiego que no se aparta más de él: “Terminé algo en mi vida, algo que fue traumático; y luego partí de cero, y tuve la suerte de tener gente que me apoyaba. Lo que quiero decir con mis juguetes, y siempre creando algo nuevo, es que todo puede cambiar. Solo busco ser una mejor persona y comprender las historias de los demás, esa es mi filosofía y lo que intento transmitir a través del arte”.

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